Cuando el otro día entré en una librería del centro de Madrid y me dirigí hacía la sección ‘crítica de arte’ no encontré el último libro del crítico Miguel Cereceda. Después de un momento de embarazosa incertidumbre fui amablemente acompañada donde los ensayos de análisis político. Volví a casa con un libro del cual ya no estaba tan segura si trataba de arte o de política. Ahora bien, aunque el título pueda inducir al error, basta fijarse en la puntuación de la portada para intuir que los tres adjetivos apuntan a algo más. En efecto, es la manera en la que Baudelaire auspiciaba que fuese la crítica de arte: “para ser justa, es decir, para tener razón de ser, la crítica ha de ser parcial, apasionada, política” (Cereceda, 2020:200).
Cuando Baudelaire hablaba de una crítica de este tipo se refería justamente a una crítica que pudiera llevar al conocimientos de nuevos horizontes. Creo que es por ello que Miguel Cereceda ha decido rendirle homenaje con un título tan intrigante, ya que no se trata en este trabajo de trazar un recorrido de la historia del arte y de sus principales movimientos estéticos. Cereceda se propone más bien la tarea de dar unas claves de lectura para mejor entender adónde se dirige el arte contemporáneo, y cómo clasificarlo. Y para hacerlo es imprescindible la reorganización de una teoría de la crítica, a partir de la revalorización de conceptos que, a lo largo de los siglos, han cambiado no solamente su manera de adaptarse a la obra de arte, sino también la forma de relacionarse con el mundo real.
El autor es consciente de los límites de todo tipo de arte, pero estima igualmente importantes las problemáticas ligadas al arte de juzgar. La acusación más habitual es sobre su carácter mercenario, cuyo aspecto podría poner en riesgo la validez misma del criterio crítico. La crítica se convierte, entonces, en inmoral y falsa (Platón) e incluso dependiente, en frívola o simplemente exótica –de aquel exotismo vacío que nos hace sonrojar–, una crítica puramente retórica que a nada aspira y que nada quiere cambiar. Y sin embargo, nos recuerda el autor, “la ironía se vuelve más amarga cuando la crítica constata además que ‘rebelarse vende’.” (Cereceda, 2020:31)
Habrá por lo tanto que definir cuál es el objeto de la crítica, y ver cómo ha cambiado el concepto de estilo en las teorías filosóficas (Cicerón, Winkelmann, Vasari, Buffon, entre otros). Volver a pensar sobre la manera en la que Schiller puso en contraposición el mundo estético del mundo moral, y por consiguiente hasta qué punto la moral y la ética tienen que ver con el juicio estético. “Qué tiempos estos –se lamentaba el viejo Bertolt Brecht– en que una conversación sobre árboles casi es un crimen, porque implica un silencio sobre tantos crímenes” (Cereceda, 2020:22).
Los conceptos de estilo, crítica e interpretación serán entonces analizados despiadadamente por el autor, y con refinada y profunda erudición. A partir de sus lazos con la verdad y el artificio (Heidegger, Marx); el bien y el mal (Karlheinz Stockhausen); la belleza y el horror (Hume, Goya, Géricault); lo político y lo moral (Julian Opie, Santiago Sierra, Thomas Hirschhorn); en fin, lo sublime y la crueldad (Kant, Artaud).
Porque la crítica, diga lo que se diga, debe poder escribir y reflexionar sobre el arte, tanto el moderno como el antiguo y el contemporáneo. No por una vanidosa y estéril puerilidad, sino porque después de la mierda de Manzoni, el urinario de Duchamp y el juicio de Stockausen sobre la caída de las Torres Gemelas, las preguntas que surgen espontáneas son: ¿qué es el arte? y ¿cuáles son los nuevos criterios que definen el objeto artístico?
Lo que Miguel Cereceda logra con este ensayo es poner en evidencia aquellos fundamentos filosóficos que han hecho posible el desarrollo de una teoría estética, a su vez empleada por los críticos para hacer frente al carácter nihilista y autodestructivo de la cultura contemporánea, que ha cambiado irremediablemente la forma de entender y hacer el arte. Porque “a pesar de que proclamamos abiertamente, desde Nietzsche y desde Feuerbach que ‘Dios ha muerto’; a pesar de que reconocemos con Foucault que seguramente también ‘el hombre ha muerto’; a pesar de que no dudamos en proclamar que la pintura ha muerto y que, con ella, seguramente también el propio arte ha muerto; e incluso afirmamos de modo altisonante desde Hegel, pero con más énfasis desde la lectura de Hegel de Kojève, que la historia también ha terminado; sin embargo todo sigue funcionando como si nada de esto hubiera sucedido” (Cereceda, 2020:162).
Primera edición: septiembre 2020
Árdora Ediciones
ISBN: 978-84-88020-71-0
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