Del subsuelo proceden la mayoría de las alteraciones que dan lugar a los maremotos y sus tsunamis, pero la amenaza también puede proceder del exterior. Un meteorito que impacta sobre la superficie del mar, un deslizamiento de tierra, una explosión (submarina o no, natural o causada por el ser humano) pueden provocar que una isla o una montaña desaparezca y se sumerja de pronto en el mar.
De todos estos fenómenos posibles, el más común (y el más documentado) es el de los bruscos deslizamientos de tierra provocados por una erupción volcánica: energía que provoca más energía, destrucción que provoca más destrucción. Imagine agitar un vaso lleno de agua. La fuerza que provocamos se reparte de manera más o menos uniforme en toda la superficie del recipiente. En cambio, arroje un grano de arroz sobre ese mismo vaso. Toda la fuerza se concentrará en un solo punto, en una fracción más pequeña. No se mueve toda la superficie del vaso, pero a cambio, la ola que provocaremos será más alta y más violenta. La imaginación popular y literaria los ha bautizado como megamaremotos, y a sus olas como megatsunamis.
Eso ocurre cuando focalizamos el punto de impacto. Tras el terremoto del Índico en 2004 (el del tsunami que asoló Indonesia y Tailandia), se determinó que la energía desarrollada fue de unos 32.000 MT, que se repartió a lo largo de una gran superficie y provocó un tsunami cuyas olas no superaron los 10 metros de altura. En cambio, en 1883, cuando entró en erupción el volcán Krakatoa, la energía generada no supero los 300MT, pero las olas superaron los 40 metros. Murieron más de 30.000 personas. La pared de agua no avanzó tanto como en el Índico, pero los efectos que provocó en la costa cercana a la isla fueron demoledores. La ola surge en una zona con una menor profundidad (el impacto se produjo cerca de la plataforma y no en un espacio abisal) y, por lo tanto, alcanza una menor velocidad, pero su capacidad destructiva no disminuye.
Del mismo modo, el fenómeno se reproduciría si el megatsumani fuera provocado por el impacto de un meteorito sobre cualquier océano. La comunidad científica está dividida en torno a la especulación del impacto de un asteroide sobre la península del Yucatán hace 65 millones de años y sus consecuencias sobre el planeta. Unos, se decantan por esta hipótesis para explicar la desaparición de los dinosaurios. Otros, en cambio -el último estudio se ha dado a conocer a mediados de octubre por la paleontóloga Gerta Keller, de la Universidad de Princeton- asegura que la desaparición de esta especie se produjo unos 300.000 años antes del impacto (The Journal of the Geological Society, 19-10-09 ). Aunque en honor a la verdad y contradiciendo a los partidarios de esta tesis es que las extinciones no suelen ocurrir de golpe, sino en intervalos de tiempo gigantescos. Entonces, aunque sea bastante probable que los dinosaurios ya se estuvieran extinguiendo antes de la caída del meteorito, resulta claro e inapelable que su impacto sobre la corteza terrestre fue definitivo.
No obstante, con independencia de la suerte que corrieran ésta y otras especies, lo que ningún científico pone en duda es que el choque se produjo y que a pesar de las numerosas evidencias registradas, no se cuenta con registros históricos de ningún megatsunami promovido por un impacto de estas características.
Desaparición de una civilización
También sujeto a la controversia, a caballo entre la fabulación y la historia, entre la leyenda y los hechos, los estudiosos se dividen en torno al final que tuvo la mítica civilización de la Atlántida.
Platón, el filósofo griego que describe la Atlántida a través de las supuestas narraciones que le hizo de ella un viajero, Solón, que a su vez repetía lo oído a sacederdotes egipcios, deja constancia de su desaparición en unos fragmentos de el Timeo y el Critias:
“En ese momento, ¡o Solón!, realmente vuestra poderosa ciudad fue ante todos
los hombres diáfana y excelente (…) Posterior al tiempo de los seísmos excesivos y de los cataclismos originados [25d] en un día y una noche terriblemente penosa, la clase guerrera vuestra, toda a la vez, se ocultó bajo la tierra, y la tierra insular de la Atlántida, de forma similar, debajo de la mar desapareció; por ello ahora es intransitable e inescrutable la salida por aquél piélago de fango de poca profundidad, que es un auténtico impedimento que la tierra insular produjo al asentarse. …» (Leer más)
Según algunos estudiosos, y en este punto se mezclan los datos con las reconstrucciones más o menos fiables que hacen los arqueólogos, el mito de la desaparición de los atlantes está basado en el final de la civilización minoica que habitaba en la isla de Creta casi dos mil años antes del nacimiento de nuestra era. Una hipótesis sobre la extinción de esta civilización se sustenta en una violenta explosión, de origen volcánica, que ocurrió en la isla de Santorini, que la sumergió parcialmente en el mar y que provocó un tsunami que alcanzó Creta, asoló los puertos del litoral y su flota, destrozó las cosechas y provocó años de tal hambruna que acabó debilitando a los otrora arrogantes cretenses, la minó de tal modo que la dejó a merced de invasiones de otros pueblos que acabaron con su imperio y cultura
De lo que sí existen suficientes datos científicos es de la explosión de la isla griega y de los efectos que produjo en el Mediterráneo. Algunos investigadores de prestigio como Zahi Hawass, presidente del Consejo Supremo de Antigüedades egipcias, sostiene que los geólogos “nos ayudarán a estudiar cómo… los desastres naturales tales como el tsunami de Santorini afectaron el período faraónico” al presentar el hallazgo de unas piedras pómez blancas procedentes de la isla encontrados en el desierto del Sinaí, a casi mil kilómetros de distancia. Incluso cronológicamente, alguna de las plagas de Egipto, esas que precedieron a la marcha de los judíos de las tierras del faraón, según narran los textos bíblicos (y no hay que olvidar que la Biblia, al margen de su contenido religioso, contiene innumerables datos históricos y sociológicos de la vida en Oriente Próximo en ese periodo), pudieran corresponder con efectos colaterales provocados por la explosión de Santorini.
La ola de 500 metros de Lituya
No hace falta remontarse tanto en el tiempo ni perderse entre los vericuetos de la Historia para encontrar las huellas de violentas erupciones volcánicas, de maremotos que han superado el grado ocho en la escala de Ritcher y de gigantescas olas.
Apenas hacía quince minutos que había marcado las 10 de la noche el reloj del Badger, el barco pesquero de Bill y Vivivan Swason, anclado en Anchorage Cove, Alaska, el 9 de julio de 1958. Como era verano el sol todavía no se había ocultado:
«Tras la primera sacudida, me caí de la cama y volví la cabeza hace la bahía, de donde procedía el estruendo. Las montañas se estaban moviendo, provocando un horrible tobogán de roca y nieve…. Desde donde estaba anclado, normalmente no se podía ver el glaciar… Comprendo que la gente no pueda creer lo que vi esa noche… Se que el glaciar no se ve desde Anchorage Cove, pero sé lo que vi esa noche, también. El glaciar se había levantado en el aire y avanzó por el horizonte… Grandes bloques de hielo fueron cayendo… y de repente el glaciar dejo de estar a la vista y en su lugar vi una gran pared de agua …”, relató Swanson. (Leer más)
Acababa de asistir a un terremoto de 8,3 grados de magnitud que sacudió la bahía de Lituya. Swanson estaba presenciando la ola más grande jamás documentada: la montaña que cayó sobre la bahía levantó una pared de agua de 500 metros de altura (cuatro veces por encima del Empire State Building, una auténtica montaña líquida que se desplazaba hacia el golfo de Alaska). Su barco fue llevado por la ola hasta la entrada de la bahía, donde finalmente se hundió. Afortunadamente, el matrimonio fue rescatado por otro barco. Otras dos embarcaciones fueron sorprendidas por el tsunami en la bahía, el Edrie; cuyos tripulantes, Howard Uhlrich y su hijo de 7 años, sobrevivieron a la tragedia; y el Sunmore, que se hundió con el matrimonio Wagner, sus dos propietarios, a bordo.
El terremoto, que sacudió la falla Fairweather ese verano de 1958, arrojó al mar 30,6 millones de metros cúbicos de roca sobre la costa noreste de Bahía Lituya. Una masa que cayó a una altura aproximada de 900 metros. La fuerza de la ola eliminó todos los árboles y la vegetación de la falda de la bahía que se elevaban hasta 524 metros sobre el nivel del mar. Millones de árboles fueron arrancados y arrastrados por la marea. Los geólogos aún están determinando el porqué de esta ola hasta el momento más altaque se ha conseguido documentar.
Afortunadamente, este megatsunami se generó en un pequeño espacio cerrado y deshabitado, y sus efectos, perfectamente visibles, cuantificables y estudiables, se limitaron al cuenco de la bahía. Aquel desastre natural fue un gran maremoto en un vaso de agua, devastador pero acotado (aunque hay geólogos que defienden hipótesis de que los efectos del megatsunami se dejaron notar en las costas de Noruega). Pero, ¿si hubiera ocurrido en mar abierto?
Una leyenda urbana que acabará con las urbes
Sucesos como el de Lituya excitan la imaginación de geólogos, profesionales y aficionados, y sobre todo dispara las mentes apocalípticas que buscan señales del fin de la civilización (anque no se trate de visionarios que buscan en este apocalipis una señala para la redención del género humano). Se trata de expertos, de detectives de la naturaleza que decicados dedicados a rastrear el planeta con el objetivo de descubrir esos signos.
Dos son los ¿temores? o preocupaciones que más atraen la atención de estos investigadores trasmutados en agoreros: el volcán submarino en Kick-‘em-Jenny, situado a unos diez kilómetros de la Isla de Granada, en el Caribe, y el volcán Cumbre Vieja, en la isla de la Palma (en Canarias).
El volcán caribeño, que todavía mora bajo las aguas tras las sucesivas erupciones contabilizadas desde su descubrimiento en 1936, un total de diez, está cada vez más cerca de sentir la luz del sol. En la actualidad, apenas 150 metros le separa de la superficie. No se descarta, que una nueva erupción pueda provocar un tsunami de imprevisibles consecuencias que afecte de lleno a la Isla de Granada y, en general, a todo el Caribe oriental.
Ahora bien, la gran pesadilla recubierta de una enorme imaginación cinematográfica está en las Islas Canarias. Un temor que fue contado con pelos y señales en un impactante docudrama de la BBC realizado en 2000 y donde se recogen las hipótesis apocalípticas manejadas por los geólogos Ward, Die y McGuire. Desde entonces, su teoría se ha convertido en la profecía sobre la destrucción de la civilización por una catástrofe natural.
Las últimas erupciones del volcán se remontan a 1824 y 1949,que provocaron un deslizamiento de la isla que ante una nueva sacudida, podría provocar el desplome de un flanco del Cumbre Vieja sobre el mar. Estos científicos apocalípticos creen tener verificado que la base de la isla y del volcán están tan deterioradas para no aguantar que son incapaces de soportar un mínimo temblor.
Y de nuevo el agua podría ser el protagonista de la historia. Algunos vulcanólogos que han estudiado la orografía de la isla subrayan que existen diferentes tipos de estratos que forman una especie de columnas dentro del volcán. Es decir, que junto a capas porosas que retienen el agua filtrada de la tierra se levantan finas capas de piedra mas dura e impermeable incapaces de contener la gran cantidad de líquido almacenada en su interior.
La característica explosiva de un volcán, no obstante, se encuentra en la temperatura de la lava. A mayor temperatura, mayor posibilidad de que se produzca un derrame. Y este puede llegar por una brecha en el cráter o también por una abertura en la pared.
Ante una sacudida (la explosión provocada por la lava caliente intentando salir del interior), los diques de contención se romperían y el agua almacenada provocaría el deslizamiento (o el hundimiento) del flanco del volcán (En 1949, se produjo un corrimiento que produjo un desplome de cuatro metros del cráter del volcán). De ocurrir ahora, se calcula que caerían al mar unos dos millones y medio de metros cúbicos de tierra. Su impacto sobre la plataforma Continental levantaría una espectacular ola de 900 metros de altura. El megatsunami se desplazaría a unos 700 kilómetros por hora con una fuerza tan descomunal capaz de penetrar 20 kilómetros tierra adentro del continente americano… y La potencia de las olas de arrastre, una masa de agua de unas 300.000 toneladas, anegaría completamente ciudades como Boston, Nueva York, Miami y prácticamente todo el Caribe.
Una vez más la realidad, o la fantasía científica, supera con creces a la imaginación de cualquier historia de ficción. Pero cierto o no, es indiscutible que el recurrente espanto de la destrucción ha sembrado la polémica entre detractores y defensores de esta hipótesis.
Así, a la sombra de las teorías del hundimiento del volcán han surgido estudios desmintiéndola. El último de la Universidad Tecnológica de Delf, en Holanda. En torno a las características del volcán Cumbre Vieja se construyó un simulador al que sometieron a todas las pruebas posibles (erupciones) para determinar si la montaña estaba madura y a punto de caer.
Jan Nieuwenhuis, director del equipo de investigación holandés, no tiene dudas: la isla de La Palma “simplemente es una isla muy estable”. Según sus cálculos , sería necesaria la potencia de 600 millones de motores a reacción de aviones caza para que ocurriera la catástrofe. Algo que sólo podría suceder si se dieran una serie de acontecimientos impensables como un periodo prolongado de lluvia casi torrencial durante una erupción de una fuerza no conocida en este volcán.
Según el científico holandés, la teoría del megatsunami solo sería factible dentro de… diez mil años. De momento, y sin el menor interés por descubrir si estamos ante hipótesis (las unas y las otras) de pago, dejemos que el agua se escape inocentemente entre nuestros dedos cuando interponemos la mano en la corriente de un arroyo….. Sigamos soñando con la fuente de la vida. “Be water my friend” (Bruce Lee).