El Elíseo emitió el pasado lunes por la tarde el anuncio del nombramiento de nuevo primer ministro, Élisabeth Borne, eliminando la calificación de género. Nada de primera ministra ni señora primera ministra. El protocolo francés es muy formal y rígido cuando se trata de dirigirse a una figura pública. Pero en esta ocasión el recién elegido presidente de la República francesa optó simplemente por un comunicado asexuado. Por sus obras las conoceréis, pareció decir Emmanuel Macron a sus conciudadanos y ciertamente el currículo de Borne es notable más allá de que se la tilde de una tecnócrata sin peso político. El feminismo está que arde y dispuesto a incendiar el palacio presidencial con su mandatario dentro.
Sin embargo, puede dormir tranquilo Macron. Las buenas maneras siempre prevalecen pese a todo. Los franceses guillotinaron la monarquía y proclamaron lo de la libertad, igualdad y fraternidad; crearon a su emperador que trató de dominar el mundo, cuyos restos reposan en el mausoleo de los Inválidos; auparon a la presidencia a un general exiliado en Londres; votaron a un joven economista aristocrático al que se le atragantaron unos diamantes de sangre; aceptaron a los comunistas en un gobierno de izquierdas; reverenciaron y luego odiaron a la esfinge socialista; se toparon con un alcalde de la capital indulgente con la corrupción al que la esfinge despreciaba cuando cohabitaron; surgió un pequeño conservador de origen húngaro sin demasiados escrúpulos y luego un gris socialista que perdió kilos para enamorar a una actriz. ¿Seguimos?
Emmanuel es fiel a su querida Brigitte, el amor de su vida. Ese amor que no encuentra entre sus compatriotas. Ni se esfuerza por obtenerlo. Gran parte de ellos odian su altivez, su distanciamiento con el pueblo. Las dificultades y penurias que la crisis económica y la pandemia han causado en muchas familias. De ahí que la tigresa de la ultraderecha le obligara a bajar a la arena política, a arremangarse, a mezclarse con la otra Francia, con la del pueblo, la de los jóvenes sin empleo, los agricultores cuyos productos nos son competitivos, la de la población emigrante desarraigada que no se integra para contrarrestar la fuerza de la felina ultraconservadora. En cualquier caso, resulta vergonzoso que en esta nación donde se palpa historia y cultura por todos los poros el “clan Le Pen” se convierta en la segunda formación más votada.
Si Macron ha puesto en el cargo de la jefatura de gobierno a Borne, no es para dar relieve al inquilino de Matignon, sino para ganarse el apoyo del voto femenino en las legislativas de mitad de junio, comicios sobre los que anuncia sorpresas el líder radical Jean-Luc Mélenchon, que ha logrado unir a todo el bloque de izquierda. Se presenta confiado como el próximo primer ministro. Le ha echado un pulso a Élisabeth Borne proponiéndole que acepte un debate antes del 12 de junio, fecha de la primera vuelta de las legislativas.
Los analistas se pelean por encontrar una etiqueta a la nueva jefa de gobierno. Que si es una socialista que ha hecho una política de derechas, por ejemplo, como permitir la competencia frente a la compañía pública ferroviaria o el proyecto de alargar la vida laboral. Por el contrario hay quien la tacha de ecologista y feminista. Borne ha sido ministra de Transporte, de Transición Ecológica y de Trabajo. Macron está tranquilo. Sabe que no le hará sombra. Un poco se la intentó hacer el primero de sus jefes de gobierno, Édouard Philippe, y optó por irse de alcalde a Le Havre. La realidad es que ella es un ejemplo de la despolitización que vive el país. Impresiona más allá de su brillante currículo, su historia personal. A los 12 años fue testigo del suicidio de su padre, un judío apátrida, prisionero en Auschwitz, que obtuvo la nacionalidad francesa y creo con su esposa un laboratorio farmacéutico. Hizo sus estudios secundarios y universitarios con beca. Es ingeniera de Caminos.
Pero París y sus habitantes no están pendientes del resultado de los próximos comicios a doble vuelta del mes próximo. Ni tampoco inquietos por saber si Mbappé se irá al final al Real Madrid. No, nada de eso. Lo que les tiene más inquietos es el coste de la vida, el precio de la vivienda y si al final Macron y su République en Marche, un partido que más parece una agencia de mercadeo que una formación política, llevará adelante la reforma de la edad jubilación para prolongarla de los 60 años actuales a los 65. Una de las adalides del proyecto es precisamente Borne. Las fuerzas sindicales ya han sacado el hacha de guerra y naturalmente también Mélenchon, ese político que perteneció al partido socialista, de origen murciano y que tiene buenas relaciones con Pablo Iglesias.
Sin embargo, uno no escribe de París para hablar de política. La política la dejo para el basurero español donde unos y otros se dan de garrotazos ante la visita del rey emérito, el gran regateador. Una breve visita en la que con un punto de crueldad se le prohíbe poder dormir en su antigua casa y comprobar si sus camisas están aún en el armario de su dormitorio y el dentífrico medicinal que tanto le gustaba sigue allí sobre la repisa del cuarto de baño.
París es imbatible en primavera y más si acompaña el buen tiempo como en estos días. Los restaurantes y los cafés del centro están a rebosar. El visitante puede soportar el esnobismo del parisino, su acento peculiar y hasta las obras en algunas arterias de la capital para preparar los Juegos Olímpicos de 2024. Los deseaba con ahínco el fallecido presidente Chirac y lo consiguieron después de un siglo. Apuesto a que serán espectaculares y un éxito, porque esta gente cuando se pone una meta la consigue. Son ganadores natos. Nos guste o no.