La convocatoria que hacía la Cuarta Pared para Parlem-ne de la Compañía Vero Cendoya, dentro del programa MoverMadrid, era por solo dos días. Poco tiempo como para dar visibilidad a una pieza mediante una crítica.
Daba igual porque estaba lleno hasta la bandera. Se había corrido la voz que era una pieza de danza – teatro inclusiva, en el sentido de que uno de los actores-bailarines era una persona con síndrome de Down, por lo que personas con mismo síndrome o similares estaban allí para verlo y celebrarlo.
No eran los únicos, ni siquiera la mayoría, pero sí eran bastantes como para que se les viera. Para que tuvieran la visibilidad que habitualmente no tienen ni en la realidad, ni en el arte ni en la ficción, aunque cada vez más cine, teatro y series los incluya.
¿Y qué es lo que contaba la pieza? Una historia de amor. Sí. Chico y chica se conocen. Se enamoran. Quedan. Bailan. Hacen una pareja. Tienen un hijo que nace con síndrome de Down. Y cuentan el impacto que tiene en sus vidas y en su entorno. De cómo en lo individual o familiar son capaces de normalizar. Cosa que resulta más difícil en lo social, sobre todo por el prejuicio que todavía existe. Tan solo hay que recordar que hace dos días se ha retirado la palabra minusvalía de la legislación española.
¿Cuál es el resultado? De extrañeza. En el sentido de ver a dos bailarines bailando de la forma que se espera que sea una pieza de danza contemporánea. Y el contraste que ofrece al ponerlas al lado de otras formas de moverse en el escenario.
Porque de eso se trata, no bailar intentando hacerlo de la manera que ha fijado el tiempo como buena, como se debía hacer. Si no, poner todas las capacidades y habilidades que ofrece la humanidad en su conjunto para construir una emotiva coreografía como esta.
Ya que no existe una forma de bailar, sino que hay tantas como personas. Y esas formas deberían estar al servicio de lo que se quiere contar y no al revés. Lo importante, cuando todas esas formas se suben a un escenario, es que permitan contar algo, transmitir algo, crear algún tipo de belleza.
Parlem-ne lo consigue en parte. Narrativamente funciona. Pero no lo hace completamente en lo coreográfico. Bien ajustado en forma y música cuando la pareja baila en la discoteca, o cuando discuten, o cuando el bailarín con síndrome de Down baila y gira alrededor de dicha pareja mientras se abrazan.
Momentos en los que consiguen una intensidad que a veces se pierde en lo narrado, en lo dicho, en las partes más habladas y menos bailadas. Produciéndose discontinuidad en la pieza, que parece trabajada en forma de cuadros o escenas que se suceden sin más. Aparentemente, y desde la butaca, sin ningún tipo de articulación entre ellas, aunque sí permiten seguir la historia.
Si en esto no convencen, sí lo hacen en lo que enuncian y denuncian. Es decir, la dificultad social para la aceptación y normalización de la diversidad. Cuando no es tan complicado. Solo es necesario ponerse a ello y, por ejemplo, hacer una coreografía pensando en incluir todas las capacidades y/o habilidades que puede aportar cualquier ser humano. Como individuos. Porque el mundo, se quiera o no, es un lugar en el que tenemos que bailar y parlar juntos.