Es como el rey de la pista: un partido a diez minutos en una pista de fútbol sala y gana el primero que marca dos tantos. Rajoy, que para algo es el presidente del Gobierno y despacha con el rey todas las semanas, juega al trantrán: diálogo, sí, siempre dentro de la Constitución. Si el partido acaba igualado a goles, su especialidad, seguirá en el campo. Mas amaga con jugar al ataque. Lo eligieron para ganar por fin, después de unas temporadas sin encontrar su estilo. Ahí sigue dos años después. Sin estilo ni resultados convincentes. Insiste en que la voluntad prevalecerá sobre el marcador final y se presenta a jugar con los suplentes para no volverse con el rabo entre las piernas. En el empate siempre gana Rajoy. Rubalcaba es el equipo grande venido a menos. Espera a que Rajoy y los suplentes de Mas terminen de jugar. Nadie le hace caso. El presidente le dice que se apunte con ellos: Rubalcaba acepta, entra en el partido y se mueve de un lado a otro sin tocar bola. Hay que tomar riesgos, apunta fatigado, moviendo la cabeza de un lado a otro: que Mas no va a ningún lado. Pasan los diez minutos, nadie marca y llega el turno de Rosa Díez, que salta al campo en el lugar de los enviados del presidente de la Generalitat. Como sigáis así vais a terminar perdiendo, demostradle a Mas que es un perdedor. ¿O es que no dais para más?, recrimina a Rajoy y Rubalcaba. Ellos miran a la que viste con equipación magenta con una mezcla de suficiencia y enfado. Urkullu, quien ha preferido no bajar a jugar, espera que la fatiga anule a todos.
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De cuatro de la tarde a once de la noche. Siete horas de debate en las que Rajoy ha declarado su amor a Cataluña –les estima más que los propios catalanes a sí mismos–, siete horas en las que Rubalcaba ha insistido en ser franco ante el Franco invocado por Coscubiela. Siete horas en las que la izquierda republicana de Cataluña ha pasado de abrazar a todos los diputados a atizar a quien se atreviera a llevarle la contraria. Siete horas de advertencias: las de la euskalpatata del nacionalismo vasco y las de Rosa Díez contra los “delincuentes” que no cumplen la ley. Siete horas de invitaciones al diálogo. Nada que no se haya dicho en los últimos tres años. Todo para que Mas concluya, en una declaración institucional desde Barcelona, que todo sigue igual. Que seguirá extendiendo su mano a todo aquel que acepte su propuesta. ¿Diálogo? “Estoy dispuesto a hablar, pero siempre dentro de la Constitución. Estoy dispuesto a hablar, pero sólo de cambiar la Constitución. Estoy dispuesto a hablar, pero sólo si hay consulta”, han repetido los diputados en la sede de la soberanía nacional una y otra vez.
David Foster Wallace escribió esto sobre los políticos: “Acuérdense de aquellos chavales del instituto que se presentaban a las elecciones al comité de alumnos: cebollinos, demasiado acicalados, obsequiosos con la autoridad, ambiciosos de una forma triste. Ansiosos por jugar el Juego. La clase de chavales que al resto de los chavales les gustaría atizar si no resultara tan tedioso y carente de sentido. Y ahora piensen en algunas versiones adultas que existen en el año 2000 de aquellos mismos chavales”.
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—Sólo queda una torrija, voy a hacer como que venía a hablar contigo —me dice mi compañero, glotón y cobarde—. ¿Qué haces?
—Aquí ando —le respondo, y señalo la televisión con la señal del Congreso de los Diputados en directo. Son las doce del mediodía y los portavoces parlamentarios siguen subidos en la tribuna desde las nueve de la mañana. Ayer debatieron durante siete horas sobre Cataluña y su circunstancia. Posada, presidente del Congreso, pide a los diputados que respeten el tiempo del que disponen. No hay manera.
—¿Todavía no ha terminado?
—Sí, el debate acabó anoche sobre las once con la votación. Ahora están con el último Consejo Europeo. Y después la sesión de control.
—Esto es peor que lo que le hacían a los presos en Irak.
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En España nos llaman ‘ni-ni’. En Estados Unidos los llaman ‘millennials’. Tienen entre 18 y 30 años y sus costumbres no tienen nada que ver con los que les miran por encima del hombro pese a haberles dejado el mundo hecho unos zorros. Esta nueva generación compra menos coches que sus antecesores. Entre otras cosas, porque el paro es el nuevo coco. Los pisos están para alquilarlos, no para comprarlos, y los bancos para pasar de largo. Los ‘millennials’ prefieren hacer sus gestiones a través de internet, con sus ordenadores, tabletas o móviles. Y si ahorran algo de dinero, lo aparcan en productos de inversión que no supongan riesgos. A los ‘millennials’ también les gustan las marcas, y por eso son exigentes. E impacientes: eBay y Amazon son cada vez más grandes. En España nos llaman ‘ni-ni’. Ni estudiamos ni trabajamos, dicen. Nuestros mayores no se han enterado de que hoy ser ‘cool’ es tener el ‘no-me-da-la-vida’ en la boca. Han convertido las universidades en guarderías y las redacciones en celdas. Salimos ahogados, hiperactivos… con ganas de más. Y leemos aquello que no leeríamos de no estar alimentando a la bestia a todas horas, sentados frente al ordenador como oficinistas. Y nos seguimos formando. Que no se diga. ‘Ni-ni’ en España, ‘millennials’ en Estados Unidos.
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Acaba la semana laboral del debate catalán en el Congreso. La semana de la designación de Miguel Arias Cañete como candidato del PP a las elecciones europeas. Tanto tardó Rajoy en decidirse que Cañete estuvo a punto de caducarse. La semana de la implosión del gobierno bipartito de Andalucía. Pero en la redacción sólo se escucha esa cosa del “partido a partido” que repite el filósofo Simeone. Un compañero fantasea con el Atlético de Madrid en la final de la Champions y el concierto de los Rolling Stones, también en Lisboa, unos días después. … Mejor ir “partido a partido”. Me apeo de esa nube y me encuentro con otras dos personas que se lavan los dientes. El Barça juega contra el Granada el sábado, escucho a uno de ellos, a ver si pinchan. Si el Atlético gana… Pero bueno, no adelantemos acontecimientos, que vamos “partido a partido”.
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Fuencarral. Once de la noche. Un establecimiento que se llama Muji. Abierto 24 horas, dice. Y está cerrado.
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Hoy escribe Manuel Jabois que César González Ruano “pertenece a esa especie de escritores sobre los que uno no para de leer sin haberles leído a ellos una sola línea”. Y añade: “Los que leemos sobre Ruano sin leer a Ruano estamos de enhorabuena porque se ha publicado un libro, ‘El marqués y la esvástica’, de Plàcid Garcia-Planas y Rosa Sala Rose”. ‘El marqués y la esvástica’, que pertenece a esa especie de libros sobre los que uno no para de leer veredictos a Caballeros Literatos con un Asiento en la Tribuna que demuestran no haber leído una sola línea.