¿Recuerda alguien quién fue el Gran Corso? Napoleón Bonaparte, quien nació en otra parte y luego fue a ser emperador de Francia, coronado en Notre Dame ante la presencia del sumo pontífice Pío VII. No queríamos hablar ni del corso venido del sur ni del papa que celebró su enlace con Josefina, aunque el recuerdo del genio militar francés nos permite relacionar su vida con el del hijo querido de Obiang, quien tuvo patente de corso para delinquir en toda Europa hasta que una ONG llamada Transparencia Internacional dijo que ya era suficiente y destapó todos los robos sangrantes de un diplomático de la UNESCO que también ejerce de ministro y empresario privado. (También de pujador por artículos extraños, pero esto no viene al caso)
Pues resulta que el padre de este hijo dilecto, autonombrado general por haber dirigido durante años el saqueo contra los bienes de Guinea, acaba de pulir la constitución que regirá la Guinea que atestiguará los hechos de sus últimos días y ha mandado escribir en ella que todo lo que hizo o haga hasta que cierre los ojos definitivamente quedará sin castigo, prebenda que, además, podrán disfrutar los miembros de su familia, que no tiene límites, y otros prohombres del régimen que mandó bendecir desde su particular Notre Dame que edificó en Mongomo, la capital más cercana al sitio donde piensa descansar cuando deje el poder al delfín elegido. Ya ven que el título está justificado por el hecho de que, como Napoleón, Obiang se puso solo todas las medallas, tiene su propia basílica, buenas relaciones con la Iglesia y potestad para conceder patentes para delinquir con impunidad.
Ahí está la cuestión. Queridos guineanos: Todos tenemos el derecho a estar sentados mientras pasa la comitiva de los ladrones que saquean el país llamado hasta ahora República de Guinea Ecuatorial, pero no tenemos que seguir mirando al otro lado cuando los que van subidos a las engalanadas carrozas de la comitiva han dictado una ley que obliga a todos que todo lo que hagan no podrá ser tenido en cuenta por nadie, y esto por algún rayo de luz celestial que los hace distintos a los demás guineanos. Y es que introducir en la constitución que algún colectivo no puede ser juzgado no es cualquier cosa. Hasta que lo reclamaron los mayores dictadores de la era contemporánea, era una recurso de los reyes feudales para perpetuar la maldad en la que estaban viviendo.
Se podría entender que una camarilla de déspotas, viendo peligrar su posición de preeminencia política y social, y sintiéndose en sus últimas horas de disfrute de las prebendas, quiera concederse la última, que sería una oportunidad de ser tratados con indulgencia en caso de que se materialice esta temida pérdida de poder, alcanzado por el común pueblo en lucha por la restitución de la justicia y la legalidad. Es decir, solamente puede ser aceptado este derecho a ser tratado con indulgencia si el sujeto que lo reclama pone fin al ejercicio del cargo público. Jamás, guineanos, jamás puede ser aceptado que una persona que pretende seguir en la misma estructura desde el que comete tantas tropelías se conceda por la ley suprema de una república la inmunidad. Además, habiendo arbitrado mecanismos para perpetuar el ejercicio de este cargo público en sus descendientes o afines. ¿Quién en este mundo tiene la posibilidad de asumir un cargo sabiendo que nunca se le pedirá cuenta alguna cometiera el delito que fuera, y además, habiendo ejercido ya de delincuente? ¿Qué privilegios tienen los familiares y amigos de Obiang para que se le pueda conceder una inmunidad cuando ellos no han cesado en sus funciones ni piensan hacerlo?
Los más probable es que los guineanos crean que esto es un asunto que se deba discutir desde la política, que les toca a los políticos, que los que no lo son no tienen nada que decir. Y es la manera en que se justifican para seguir sentados. Y ante la inminencia de la transferencia del poder a la segunda generación de los que han gozado del patente de corso durante 43 años, urge un llamamiento general para impedir que seamos el único país del mundo donde los delitos dejan de ser perseguidos y castigados porque los ciudadanos han desistido de luchar por sus derechos.
Este llamamiento urgente se hace a todos, estén donde estén, tengan el oficio que tengan, y hayan hecho el voto que hubieran querido hacer para cumplir cualquier promesa personal. El asunto de un país regido por unas personas con patente de corso atañe a todos. También a los líderes de los partidos políticos. A estos les tenemos que decir que hace más de 20 años que no se puede realizar un cambio de régimen por las elecciones, porque no hay en Guinea un sistema electoral que permita unas elecciones acordes a los criterios por los que se producen los cambios en política. Y esto lo saben todos los dirigentes de los grupos políticos, diversificados en centristas, derechistas, socialistas puros, comunistas, democristianos, liberales, socialdemócratas, socialistas, nacionalistas, divisionistas, todos los posibles en un país de apenas 700 mil habitantes. A todos ellos, agrupados en siglas similares al CPDS, UP, PP, MAIB, PFD, SB, EAN, CI, PSL, no solamente les tenemos que recordar que sus partidos se constituyeron para acudir a elecciones y que dicha posibilidad quedó abortada hace más de 20 años, incluso nunca hubo dicha posibilidad, por lo que hace los mismos años que debía haber habido un replanteamiento de los objetivos y los métodos para alcanzar sus metas, sino que les podemos decir mucho más.
Sabemos que muchos nos responderán que no crearon sus organizaciones para concurrir a ninguna elección, sino para unas reclamaciones que no pueden ser resueltas con un simple recurso a las urnas. A todos les tenemos que recordar que sabemos que están preparando una batería de críticas y acusaciones contra la nueva generación que asumirá el poder amparada por la impunidad otorgada por el general que ha manejado todos los hilos de la Guinea desde hace más de 30 años. No sería creíble que siguieran los mismos métodos si hace 20 años que supimos que eran obsoletos. Cierto, no les culpabilizaremos de la caótica situación del país, pero dice mucho de la ineficacia de sus métodos de lucha solitaria, insolidaria y egocéntrica que sean capaces de emitir el mismo juicio sobre una situación mundialmente conocida y que la parte criticada tenga todavía el descaro de exigir que las leyes nacionales les reconozca el reforzamiento de su poder. Y es que aunque parezca un signo de debilidad, la misma es sólo aparente, toda vez que se acrecientan las posibilidades de la sucesión en la jefatura del Estado.
No les diremos que disuelvan sus partidos, pero es hora de reconocer que las imprecaciones públicas y privadas ya no son eficaces contra los que llevan varios decenios hurtando la humanidad a la mayoría de los guineanos.
Barcelona, 20 de marzo de 2012