Patinetes

 

Hoy he visto circulando por la calle López de Hoyos de Madrid a un individuo en patinete. Ya la propia etimología del nombre indica lo inapropiado del uso corriente de este vehículo en la calzada: patinar, vas a patinar. Te patinas. Pero los patinadores de la carretera no atienden a razones. El patinador de asfalto siempre ha sido una cosa underground, como de tribu urbana. Por eso sorprende más este patinador eléctrico que quiere hacerse homologable, un desdoro para la cultura ochentera de bragas y calentadores. Es como si el conductor de patinete reclamara su sitio entre la derecha y la izquierda, lo que faltaba. El piloto de patín es un moderno que mira sin mirar alrededor para que lo miren. Se cree piloto de avioneta vintage. Un ídolo del aire en la tierra. El patinador de López de Hoyos llevaba unas viejas gafas de aviador con goma y una especie de gorrito de cuero, pero no volaba, más bien todo lo contrario. En realidad, a cada segundo corre el riesgo de que le pase por encima un autobús. El patín rider es una variante del biciclista urbano. En comodón pero igual de inoportuno. El patinete circulante es el penúltimo capricho del hombre occidental, que se va volviendo gilipollas a una velocidad de patinete, que parece que no, pero corre lo suyo. El piloto de pruebas de López de Hoyos parecía el paciente inglés en sus buenos tiempos de explorador de National Geographic. Yo lo vi allí bien erguido y plantado ante el semáforo en rojo, rodeado de automóviles hechos y derechos, como si observara desde los cielos las dunas del desierto. En patinete. Este as de las dos ruedecitas ha saltado de la infancia a la edad adulta (físicamente hablando, se entiende) y de las aceras a las carreteras como corresponde a su evolución distópica, por la que debe de creer que un día los patinetes conquistarán el mundo. Yo creo que un día (uno cualquiera de estos) al conductor de patinetes lo sacarán de la acera a tortas (a través de una civilización extraordinaria si se compara esto a las formas con las que irrumpió este héroe en nuestras vidas), y de las calzadas a lo mejor los expulsa una dudosa regulación, pero desde luego no será el miedo. El patineter no tiene miedo. Es un indómito idiota inconsciente que se pavonea de su indómita idiotez inconsciente. Es una superación del biciclista, que a algunos ya les parecerá, frente al mago del patín, un individuo cabal y respetable. Un antiguo. A mí no, desde luego. A mí el biciclista urbano (y dominguero comarcal) me parece un delincuente suelto, y el tonto muy tonto del patín un delincuente motorizado. Que nuevas formas de bandas criminales están tomando las calles y nadie parece darse cuenta.

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