Patricia Gadea (1960-2006) vivió muchas vidas pero su amor principal era el arte y, precisamente, murió por el amor al arte. La conocí a finales de los años 80 en Nueva York. Vivía con su marido, el artista Juan Ugalde. Había ido a triunfar a la meca del arte por aquellos años. Tenía un estudio en la calle Canal, junto al barrio chino y cerca de SOHO, donde se concentraba el mayor número de galerías por metro cuadrado en todo el mundo. Juan y Patricia venían con el entusiasmo de la movida madrileña y con la inocente idea de que si no triunfaban en Nueva York no triunfarían en ninguna parte. El despertar fue amargo: no triunfó, pero los cuatro años que pasó en la gran manzana fueron fundamentales para la evolución de su obra.
Gadea, en Manhattan, devoraba las revistas norteamericanas de arte, los libros sobre estética y creatividad, las exposiciones, los museos, y luego lo rumiaba todo para digerirlo y convertirlo en obras. Su pintura, que venía de una figuración estridente, chocante, agresiva, inconformista, violentamente hermosa, empezó a hacerse más conceptual en Nueva York. No estamos hablando aquí de un conceptualismo congelante, sino de una pintura que siendo fiel a ella la criticaba, la trituraba, la expandía y tocaba temas como el capitalismo, el papel de la mujer en la sociedad, el mercado del arte, nuestras relaciones con las imágenes que nos hacen consumir por todas partes para vendernos algún producto, la vida cotidiana y local como referente principal.
Cada obra de Patricia Gadea conlleva una doble pregunta: ¿Qué es lo estético y cuál es el papel de la mujer artista en la sociedad? Su doble pregunta se fue haciendo desde muchos y muy variados estilos y soportes hasta el final de su existencia: pintura, dibujo, fotos, vídeos, textos. Como esta doble pregunta jamás fue respondida, la ansiedad, la intensidad, la velocidad de su obra fueron tan fulgurantes como su vida.
Por eso Gadea siempre quiso fascinarnos artística, intelectual y físicamente, y lo consiguió. De una de sus primeras exposiciones en Madrid dijo el crítico Fernando Huici: “Patricia Gadea es quien mejor consigue resolver la ecuación entre intención de complejidad y resultado”.
Su obra parte de una creatividad explosiva que arrasa con todo para quedarse con todo, para crearse a sí misma como un brillante icono, una imagen que representa el arte español feminista de las tres últimas décadas del siglo pasado y los primero años de éste.
La mujer está en el centro de la obra de Patricia Gadea: la mujer como tema de la mujer, la mujer artista, la mujer madre, la mujer rebelde, la mujer de armas tomar, la mujer en guerra contra la mujer juguete del hombre, la mujer que lucha por ser una mujer integral, plena, que reclama el derecho a ser madre, artista y mujer sin ceder ni un milímetro de su libertad, de su derecho a ser todo a la vez: la mujer que desea y la mujer deseada, sin complejos feministas, y estos temas tratados con ironía y acidez, dos rasgos que caracterizan parte de su obra.
Su campo de minas (la pintura), sus dibujos y sus cuadros se enmarcan dentro de unos parámetros bien definidos por un feminismo sin militancias, pero sin concesiones al predominio del hombre en el mundo de la sociedad y el arte español de la época. Su obra es un continuo cuestionamiento de la mujer en su entorno social y familiar, pero también del estilo de la artista mujer: es decir, que en lugar de atenerse a un estilo femenino, se apropia del lenguaje del hombre artista para crear su propio discurso pictórico, no para imitarlos, sino para reciclar esos lenguajes del dibujo o la pintura de la mitad del siglo veinte en Estados Unidos y Europa y formular así su propio quehacer artístico.
El principio orgánico de la construcción de su obra es autobiográfico, todo lo que la rodea le vale para hacer sus piezas: su propia vida, la de sus amigos, la publicidad, la prensa, los envoltorios del consumo cotidiano, lo que lee (los cómics, las revistas, los libros), lo que ve (la televisión, los dibujos animados, el cine, el paisaje urbano), la vida diaria en su totalidad se amalgama en sus obras organizada como un hermoso caos, un collage de realidades aparentemente dispersas, pero que adquieren una coherencia en la composición artística, un ritmo, tanto en la forma y la perspectiva como en el color.
La trayectoria de la vida y la obra de Patricia Gadea es sinuosa, agitada e intensa: desde su juventud rebelde ligada a la movida madrileña de los años ochenta, cuando realizó sus primeras exposiciones en Madrid, pasando por el fructífero periodo de los años que vivió y pintó en Nueva York (1986-1990) junto a su marido, el artista Juan Ugalde (con quien creó el grupo Estrujenbank, del cual yo también fui un miembro muy activo), el retorno a España y el desencanto con el triunfalismo y el despilfarro institucional de los años 90, hasta su triste final en una capital de provincias, Palencia, donde se ganó la vida dando clases de pintura a niños y donde murió en la total miseria.
Cuando Patricia fue encontrada muerta por su ya por entonces ex marido, Juan Ugalde, el 14 de abril del 2006, en el piso que tenía alquilado en Palencia, se hallaron entre sus enseres un cuadernos de notas. En éste se encontraban dibujos, apuntes sobre sus actividades diarias y algunas reflexiones que eran bastante significativas: “Existen infinitas maneras de enfrentarse al arte”, “creo que avanzo hacia la muerte”, “pasa el tiempo y me doy cuenta de que estoy cada día más cerca de que se me acabe”, “creo que he decepcionado a todo el mundo”, “y si muero en la calle. Pediré en la calle junto a mi curriculum, o quizá vaya frente al Ministerio de Cultura a morirme”.
Además de la obsesión con la muerte, a Patricia le obsesionaba la luz. Yo tuve la oportunidad de pasar unos días con ella poco antes de que muriera. Nos paseamos por Palencia, junto al río, y de lo que hablamos fue de la luz. Patricia empezaba a ver la luz del mundo de otra manera, como un inmenso cuadro en el cual ella se instalaba y miraba pasar la vida de los otros. De hecho, algunos de sus cuadros de este último periodo son una exploración de la luz en la pintura.
Unas palabras de la propia artista resumen mejor que nadie lo que fue su obra. En febrero del año 1993, en la ocasión de su participación en la feria de ARCO, escribiría lo siguiente: “Como mujer artista, no necesito ningún domador; el látigo ahora está en manos del destino. No soy un payaso roto ni una vedette subida a un elefante: soy Patricia Gadea acariciando una pantera negra, que es el arte, aunque quizá me muerda”. Y así ocurrió, el arte le mordió y le quitó la vida. Su trágico final fue una consecuencia natural de una búsqueda de la intensidad artística y existencial que no cesó jamás.
La García Galería de Madrid dedica hasta el 26 de enero una exposición a Patricia Gadea
Dionisio Cañas es poeta y catedrático de CUNY (The City University of New York). En FronteraD ha publicado El gran poema de nadie y Expaña hecha polvo. ¿Qué hacer para recomponerla?