Paula Modersohn-Becker fue una destacada pintora expresionista tardía alemana que se mantuvo activa durante los finales del siglo XIX y los principios del XX. Murió a los 31 años, en noviembre de 1907. Su obra es una compilación maravillosa de auto exploración (muchos de sus piezas fueron autorretratos), reflexiones sobre el género femenino y retratos de otros famosos como el gran poeta Rilke, quien fuera su amigo. Sus obras revelan la intensidad de sus sentimientos a la vez de una reserva mística. En cierto modo sus pinturas comunican una quietud silenciosa, una melancolía penetrante. La atmósfera de sus obras es palpable, y lo visual adquiere un giro poético que también tiene ligeros visos de finales del siglo XIX. Algunos trabajos describen la expresión de personas, otros constituyen hermosos estudios del paisaje. Modersohn-Becker mantuvo su atención en el entorno artístico al que pertenecía, pero también en el público en general, que también fue una parte importante de su mundo. Si observamos el retrato de Rilke su rostro es prácticamente una máscara, efecto que es intensificado por el uso de los colores: pelo castaño oscuro, labios rojos, rostro pálido, acentuado por círculos rosas tirando a rojo alrededor de los ojos y bigote y perilla castaños. El cuello de su camisa es alto y blanco, lo que le proporciona un aire de seriedad y resolución, mientras que el negro puro de sus ojos sin iris le da a su rostro un carácter sobrenatural un poco estremecedor. De algún modo, las facciones del escritor comunican la grandeza de su poesía, sus intensidades abstractas y sus anhelos salvajes.
Modersohn-Becker estaba interesada en la vida interna de la persona, de la obra. Los expresionistas fueron artistas propensos a revelaciones visionarias y que ponían el énfasis en la intensidad de los sentimientos, lo que concuerda perfectamente con el modo en que Modersohn-Becker se interesó en la vida de sus figuras. Rainer Maria Rilke, considerado como uno de los más grandes poetas del siglo XX, aparece proféticamente magnético y con fuerza espectral. Su increíble presencia es un claro indicio de su pujanza como artista.
Mondersohn-Becker tuvo también la necesidad de examinarse a sí misma, representando su creatividad romántica y femenina con una guirnalda de flores que parecen una rosa y un tulipán en la maravillosa pieza autodescriptiva Autorretrato con dos flores en su mano alzada (Self-Portrait with Two Flowers in Her Raised Hand, 1907). Esta es una visión sombría de la artista, con mejillas de un color pálido y una expresión de seriedad. Está claro que amaba al arte y que a la vez estaba interesada en un enfoque femenino, aunque evitaba los excesos decorativos y prefería la seriedad a la reivindicación de género-que llegaría más tarde. El autorretrato presenta a la artista en un extraordinario desnudo con un collar ámbar en el cuello. La composición muestra a una persona pensativa con dos flores en su mano. Su cuerpo bajo y rollizo impresiona, aunque no sea muy atractivo. Su rostro es la parte más interesante. So sonrisa parece satisfecha, pero es melancólica a la vez. En esta y otras pinturas, la complejidad de Mondersohn-Becker evoca a la vez medida y control emocional, conformes a su vocación de pinturas poéticas y emotivas.
Mondersohn-Becker fue una figura principal del arte de dos siglos y perteneció a la época justo anterior a la llegada de Picasso y el cubismo, cimiento del arte moderno. El expresionismo duraría el lapso entre las dos guerras mundiales. Sorprendentemente, este movimiento enfocado en el sentimiento fue originado en el frío y filosófico norte de Europa. El arte de Mondersohn-Becker fue sin lugar a duda un vehículo de la emoción, influenciado por poderes espirituales que imbuían a la atmósfera de un ambiente espectral y melancólico.
La artista fue extremadamente bella durante su juventud, sus ojos brillantes, piel luminosa y expresión vivaz nos llegan en un autorretrato de 1897-98. Su belleza es evidente. La artista se concentró en representar regularmente sus sutiles cambios físicos y de expresión en el tiempo. Mostró la transitoriedad de la belleza por medios cosméticos y espirituales. De un modo similar, su público era consciente de la corta duración de su vida, que la artista parece intuir. Las flores de muchas de sus composiciones parecen heraldos de mortalidad. En efecto, representan un momento en el tiempo, en el que la imagen no puede anteponerse a la idea de una vida más larga.
Lo anterior no significa que la asociación sea morbosa. Puede ser que la idea de una presencia limitada en la tierra sea la noción fundamental que sustentaba el impulso vital característico de la artista hacia el sentimiento y el uso frecuente de los colores del duelo. Sus obras de arte encierran una tristeza apenas escondida y la paleta de colores oscuros y apagados, junto a los temas de aceptación momentánea de la mortalidad, inevitablemente resultan en una obra de melancolía arraigada. ¿Somos demasiado serios cuando hablamos de la revelación de la muerte al enfrentarnos a una emoción? Quizás no. Mondersohn-Becker, siendo una persona de su época, creó un arte que miró de cerca a la inminencia de la muerte.
Incluso sus paisajes presentan una mezcla de tonalidades contrastantes. La pintura Pantano con barcazas de turba (Marsh with Peat Barges), de alrededor de 1900, muestra un canal que atraviesa la composición con una facilidad suntuosa. Los tramos superiores del canal están inundados de luz en la esquina superior derecha y van levemente perdiendo su fulgor a medida que el agua desciende mientras atraviesa una extensión de turba verde oscura. Las barcazas alineadas a la izquierda son del mismo verde que la turba. Es una pintura muy hermosa y dramática. Otra pieza sin fecha, titulada Paisaje de árboles azotados por el viento (Landscape with Windblown Trees) muestra dos árboles en el primer plano –el árbol de la izquierda tiene un tronco doble– separados en los dos extremos de la pintura. Hay una pradera verde en el medio y detrás vemos a un hombre que tira de un caballo que arrastra una carga pesada no identificable. Más arriba aparecen unos árboles alineados y curvados por la fuerza del viento. La escena, de dimensiones modestas, es realmente memorable en el modo en que nos muestra el esfuerzo frente a la potencia de la naturaleza.
Como ya he indicado, su tratamiento del paisaje muestra un aura melancólica. La pintura de 1900 llamada Paisaje de Worpswede con casa roja (Worpsweder Landscape with Red House) tiene una atmósfera sombría. En la imagen vemos un árbol gris en el primer plano a la derecha. En el medio hay una extensión de hierba. Más atrás encontramos la casa roja del título. A su izquierda hay un círculo de follaje y a la derecha una colina que parece de tierra. En la imagen aparecen otros árboles ligeramente atrofiados y con pocas hojas. Es una pintura maravillosa, con una atmósfera un poco lúgubre por la coloración sombría y la simplicidad de las formas.
La hermosa y cuasi mística pintura de 1906 titulada Niñas desnudas de pie y arrodilladas frente a amapolas, II (Standing and Kneeling Nude Girls in Front of Poppies, II), nos muestra a dos niñas, una frente a otra, con expresiones de suma seriedad. Las dos aparecen desnudas, sus cabellos cortos acentúan su inocencia. La niña de la izquierda tiene un color ligeramente bronceado. Está arrodillada. La niña frente a ella está de pie, su piel es más clara. Cada una de las dos tiene una fruta ovalada en sus manos. Más arriba, unas amapolas rojas impregnan a la composición de un aura mística y sobrenatural que parece a las vez visionaria y amenazadora a pesar de la belleza inocente de las niñas.
Es interesante destacar que 1907, el último año de año de vida de Mondersohn-Becker, fue el mismo de la iniciación del cubismo, de la mano de la gran pintura cubista de Picasso: Las señoritas de Avignon. Mondersohn-Becker no dio señales de interés en los cambios estructurales que pronto tendrían lugar en el mundo del arte. Su estética estaba comprometida con un realismo que tenía poco que ver con la abstracción que se originaría tras su fallecimiento. Sin embargo, su realismo estaba cambiando, y las cuestiones psicológicas, abordadas en variaciones de color y cambios de tema, adquirieron una gravedad mítica. La novedad radicaba en el sentimiento y no en la estructura formal. En este sentido fue una pintora activa antes del advenimiento del cubismo, aunque su interés fue inusual con respecto a pintores anteriores. En lugar de una estructura cubista, donde la composición está dominada por un intelecto objetivo, Modersohn-Becker recurrió a una profundidad emocional rara en las bellas artes. Todo se logra de manera silenciosa, de modo que la emoción se insinúa y se intuye, acentuando el sentimiento. Podría decirse que Modersohn-Becker representaba el final de una era, pero eso no significa de ninguna manera que estuviera mirando hacia atrás. Más bien, siendo una artista alemana adinerada y con alta cultura, se enfocó en la conexión con las personas y en las ricas vidas emocionales que su familia, amigos y conocidos parecían llevar. Por lo tanto, en lugar de la experimentación, la profundidad emocional es fundamental en su obra.
Mondersohn-Becker tiene una pintura particularmente hermosa titulada Niña con flores amarillas en un vaso (Young Girl with Yellow Flowers in a Glass, 1902), que muestra de modo exquisito la sensibilidad de una joven en el comienzo de la adolescencia. Su pelo castaño está recogido en un moño, viste un traje marrón claro con mangas cortas y luce un collar negro y blanco sostenido por un pequeño amuleto. Su expresión está concentrada en un vaso azul y blanco con un ramo de flores amarillas. Detrás de la niña hay una pared interior azul grisácea con dos cuadros colgados y cuyas imágenes no podemos discernir. Nos cautiva el rostro de esta maravillosa joven, dotado de una belleza cultivada por la abundancia. No es necesario mencionar clases sociales o normas morales, Modersohn-Becker ha pintado un magistral estudio de la naturaleza en manos de alguien devoto tanto al arte como a la flora. No hay desafío o rebeldía, solo el momento preciado en el que un pequeño ramo de flores es fijamente observado y aprobado por una niña que a su vez se convierte en objeto de estudio. Al ser una alabanza, la pintura es un ejemplo profundo de una belleza difícil de apreciar en la actualidad. Solo queda maravillarse ante la habilidad de Modersohn-Becker para enfocar su visión en un momento espectacular, en el que lo humano se enriquece por razones tanto de impulso espiritual como de presencia natural.
La reputación de la artista en la historia del arte parece estar asegurada gracias a la gravedad y al expresionismo simbólico de Modersohn-Becker, que ha impregnado su obra con una seriedad muy diferente, por ejemplo, a la de los franceses. Este arte de finales del siglo XIX y principios del XX, junto con un profundo conocimiento de la historia del arte, deja claro que la artista alemana pintaba de una manera que nos hace cuestionarnos el motivo de los cambios en los estilos. Aunque Modersohn-Becker no haya hecho concesiones con el nuevo siglo a pesar de haber vivido algunos años en esa nueva era, su obra transformó lo tradicional en algo maravillosamente directo e independiente. La firmeza de su propósito, combinada con una gravedad admirable, resultó en una obra que convirtió su arte en algo mágico, misterioso e incluso milagrosamente interesante.
Traducción: Vanessa Pujol Pedroso
Original text in English