“Samurái futurista, pensador salvaje, agitador intelectual, provinciano y universal, Leminski fue una inolvidable tempestad en la escena cultural brasileña, antes de morir a los 44 años, en 1989, en el auge de su éxito, como un mito”. Son palabras de Toninho Vaz, biógrafo y amigo del poeta en Paulo Leminski: O bandido que sabia latim.
Esperaba las entrevistas sentado de piernas cruzadas sobre un cojín mullido en el suelo de su casa; después caminaba. En círculos, como si repasase su propia historia o manejase entre los dedos una idea. Las gafas estilo aviador reposando en el tabique de su nariz redonda y un cigarrillo ardiendo entre los labios; el humo bañándole con elegancia ese bigote denso que se lanzaba hacia abajo en un gesto, como su dueño, iconoclasta. En el número 98 del magazine brasileño Leia Livros de diciembre de 1986, el ensayista brasileño José María Cançado escribía:
“Hay en Leminski, en su figura, en su quimono cerrado en una larga diagonal, en sus manos gesticulantes, en sus palmas muy rojas como si estuviesen congestionadas, en sus uñas cortadas como diez canaletas, que bien podrían ser las manos de un bailaor flamenco, o de un alpinista preparando la próxima lanzada que puede ser siempre la última, en la torsión estudiada de su cuerpo (…), en su nivel de atención, ahora concentrado ahora distraído, ahora tenso ahora relajado, esa fuerza de los poetas que no se anuncian y atacan sin previo aviso.
Andando de un lado para otro por la sala de su casa en uno de esos barrios de inmigración europea que existen en Curitiba, Leminski parece, a sus 42 años, como se dice en la jerga exaltada y directa de los boxeadores, un fajador. Su actitud es la de quien vive bajo una intensísima exigencia de sentido”.
Dos años y medio después de este encuentro el poeta brasileño Paulo Leminski moría por culpa de una cirrosis hepática atada a su sombra desde hacía un tiempo. En el cara a cara Leminski le confesaba a Cançado su secreto a la hora de sentarse frente a la máquina de escribir: “Yo sufro antes de empezar, sufro un día entero. Pero no cuando escribo, no sufro en el papel, ahí fluyo, el poema ya viene listo, con sus rimas internas, aliteraciones, la métrica, el ritmo, todo. Tengo mecanismos básicos implantados dentro de mí”.
Trabajaba de noche, en el escritorio desordenado de su casa, todas las noches, con la disciplina de un monje benedictino. Entre montañas de libros y hojas de periódicos viejos, con la ceniza del tabaco rebosando en un cenicero pequeño. Hasta las 5 de la mañana, bebiendo vino blanco que le liberaba y al mismo tiempo le adueñaba de sus propios recursos. Como quien se persigue huyendo de sí mismo. “Esas horas, de madrugada, cuando escribo mis cosas, no las cambiaría por dinero ninguno”. Después, por la mañana, dormía. “Y”, escribió Cançado, “también ahí trabajaba, como los surrealistas que colocaban un cartel en la puerta que decía: Silencio, el poeta está trabajando”.
Um dia desses quero ser
Um grande poeta inglês
Do século pasado
Dizer
Ó céu ó mar ó clã o destino
Lutar na india em 1866
E sumir num naufrágio clandestino.
Paulo Leminski nació, como Borges, un 24 de agosto. Así empiezan dos biografías diferentes escondidas en algún pasillo de la biblioteca de la Universidad de Brasilia. Era 1944 en Curitiba. De padre polaco (Paulo Leminski) y madre brasileña (Áurea Pereira Mendes), se describía a sí mismo como “portugués, negro e indio. Soy, digamos, un mestizo curitibano”.
Sin título universitario (dejó Derecho en segundo y Letras en primero), fue profesor de literatura y de historia. Ejerció de periodista y de redactor publicitario en los 70. Aplaudió el auge intelectual que había supuesto en su ciudad el simbolismo (1890-1910), criticó con ímpetu la represión sexual, a la que culpaba de bloquear la creatividad: “Quien reprime Eros, está reprimiendo la creatividad”. En los años 70 y 80 Curitiba era una ciudad terrible para los homosexuales, y grandes talentos fueron frustrados solo por su orientación sexual. A su alrededor el estado entero de Paraná sufría y el poeta se revolvía inquieto sin entender cómo podía el mundo seguir tan necio a esas alturas.
Fue cantautor, poeta, artista multidisciplinar; Leminski insistía en que sus poemas debían ser leídos en voz alta o incluso cantados para alcanzar su máxima plenitud. En 1963 participa en el primer congreso brasileño de poesía de vanguardia de Belo Horizonte. En el 64 publica sus primeros poemas en la revista Invençao, portavoz de la poesía concreta paulista. En 1975 termina su obra de prosa experimental Catatu, que pasó 8 años escribiendo y muy pocas personas consiguieron leer; apenas la crítica especializada.
En la biografía Paulo Leminski: O bandido que sabia latim, Toninho Vaz (periodista y guionista de televisión brasileño) recoge impresiones de algunos de los personajes públicos más cercanos al poeta. Su maestro Haroldo de Campos lo presentaba como “un Rimbaud curitibano con físico de judoca recitando versos homéricos como si fuese un discípulo zen de Bashô”. El propio Leminski escribiría una biografía de Matsuo Bashô, poeta japonés del periodo Edo al que se considera el padre del haiku.
En 1981 compone y graba sus primeras canciones de importancia. Colaborará a lo largo de su carrera con el conocido cantautor Caetano Veloso, que diría de él: “Leminski es una mezcla de concretismo con beatnik”. El mismo Jack Kerouac fue también uno de los mayores exponentes del haiku en la literatura norteamericana, y Leminski, buscando en la brevedad y en las palabras que brotan del pecho sin premeditación el impacto del poema se refugiaba muchas veces en este tipo de poesía. Combinaba la densidad fulminante del haiku con la locura de la contracultura, el coloquialismo, el humor modernista con su profunda erudición.
En 1983 aparece su libro de poemas Caprichos e relaxos, y en el 87 Distraídos venceremos. Según Augusto de Campos (poeta brasileño, hermano de Haroldo, ambos claves en la poesía concreta paulista): “fue el mayor poeta brasileño de su generación”.
Isso de querer
Ser exatamente aquilo
Que a gente é
Ainda vai
Nos levar além.
Además de ser autor de numerosas obras, también traduciría al portugués libros como Pregúntale al polvo, de John Fante, y Malone muere, de Samuel Beckett, entre otros, así como una recopilación de escritos de John Lennon. Dominaba varios idiomas, entre ellos el griego y el latín, además del inglés y el español, en los que escribiría varios poemas, y siempre diría que estudiar lenguas y leer y leer y leer era su forma de equiparse como poeta, de armarse con palabras.
En la lucha de clases
Todas las armas son buenas:
Piedras,
Noches,
Poemas.
It´s only life
But i like it
Let´s go
Baby
Let´s go
This is life
It is not rock and roll.
My ears
Can´t believe my eyes
The water falls
Bet the fire flies.
Escribiría biografías de personajes clave en la historia, desde Jesús –en la que busca el enfoque histórico y no necesariamente religioso pero en función de una premisa de misterio– a Trotski. El poeta siempre confesó una gran admiración por el revolucionario ruso: “Tengo una atracción invencible por ese hombre que sabía que estaba cambiando el rumbo de la historia”. Se declaraba también admirador de James Dean y Marlon Brando, entre otros. “Todo lo que sé de la vida lo aprendí del cine americano”, diría en 1985. “Tengo la impresión de que desde hace ya unos 20 años la mayoría de mis sueños son dirigidos por algún cineasta americano, desde John Ford a Coppola”.
Artista hippy, intelectual, profesor de judo, de literatura e historia; publicista, conquistador, bebedor de vodka; candidato a monje, genio y loco. Ídolo y maestro, se definía a sí mismo como un “especialista en generalidades”.
Aquí jaz um grande poeta.
Nada deixou escrito.
Este silêncio, acredito,
São suas obras completas.
Pedro Leminski, su hermano pequeño y quien le había enseñado a tocar la guitarra, se suicidó en 1986. Paulo adquiriría entonces una postura más radical frente a la vida y rescataría una antigua devoción autodestructiva que aceleraría el proceso de cirrosis hepática que provocaría su muerte el 7 de junio de 1989, a los 44 años.
Casi un autor desconocido en España, y un escritor de gran éxito en Brasil (algunos tratan sus poemas de simplistas mientras muchos consideran al autor como uno de sus poetas más sofisticados) donde se lanzó hace un año una nueva colección de sus poemas bajo el título Toda poesía, editado por Companhia das letras, cuyas tapas de un tono casi naranja fluorescente con una ilustración de su mítico bigote en portada ocupaban las vitrinas de la mayoría de librerías del país.
En un documental realizado para televisión por Werner Schumann en 1985, Leminski diría: “Creo que la poesía es una de esas cosas que no necesita tener un por qué”. Y explicaría su amor incondicional por el género literario, al que decía que uno debía entregarse sin la menor expectativa económica, por pura pasión. “Todo el mundo es poeta a los 17 años. Pero quiero ver quién sigue creyendo en la poesía a los 22, a los 25, a los 28, a los 40, a los 50, a los 60 años…”. Él lo hizo hasta los 44, cuando el alcohol terminaría pasándole por encima, y así, según una de las dos biografías de mismo inicio, se mató de cirrosis; según la otra, murió de cirrosis. Poniendo punto y final de esta forma a su vida en 1989, descansando como decían los dos últimos versos de un poema que había escrito un par de años antes, en los meses próximos a su entrevista con Cançado:
Morir de vez en cuando
Es la única cosa que me calma.
Antonio Mérida Ordás nació en Madrid en 1992. Graduado en comunicación audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid, se fue de Erasmus al sur de Alemania en busca de sol y playa y a Brasil con la beca Iberoamérica del Banco Santander a estudiar teatro. Ha colaborado desde Alemania con El Viajero, y a su vuelta a Madrid con Koult.es, y Achtung Magazine. Ha sido becario de producción en Ogilvy y de redacción en Canal Plus y en la revista Elle. Acaba de publicar su primer libro de poemas París me ha rechazado (Valparaíso ediciones). En FronteraD mantiene el blog Crónicas de asalto. En Twitter: @antoniomerida92