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Pavus Peruvianus

 

 

La primera foto de la que tengo recuerdo sucedió el día en que cumplía cuatro años. Mi tío Uriel –Pancho para los amigos–, político de la oratoria dulzona que siempre hablaba con el cabello engominado y un cigarrillo encendido en la mano, sostuvo un manojo de llaves mientras me cargaba. Así salgo, mirando esas llaves, en una foto que todavía conservo. Es mi primera memoria fotográfica: el tío Uriel enseñándome las llaves y yo mirando, con mi cara de pavo.


Hoy se nos ha cruzado una familia de pavos mientras conducíamos por el borde de la playa hacia la casa de mis suegros. Es jueves de Acción de Gracias, e inmediatamente he asociado el evento con el feriado que une a los norteamericanos, para conmemorar otro año sobre este continente que les abrió los brazos a los peregrinos, quienes lo abrazaron con extraordinaria velocidad colonizadora. Ni siquiera se me ha ocurrido pensar en la Nochebuena. Cosa extraña.

 

Una vez con 19 años, un miércoles de ceniza, dentro de un Volkswagen escarabajo que me llevaba por el litoral de Rio Grande de Sul, desde Capao Novo hacia Porto Alegre, mi amiga Tache me explicó que ese animalillo que yo asociaba con la Navidad tenía en portugués un nombre que me resultaba familiar: Peru. Ella y su hermano, que conducía aún con la reciente emoción de un viaje de mochilero por el camino Inca hacia las alturas de Machu Picchu, asintieron con perversa sonrisa. Ellos y sus amigos me habían bautizado ese carnaval como «Perú». Así que para ellos, además de un país era un pavo: Ga-bel, ga-bel, ga-bel… Tache notó mi rubor y me dio un beso para que supiera que no era nada personal. Tan solo un estúpido juego de palabras.

 

A los 17 años, agarrado de la valla metálica que separaba a la tribuna popular norte del Estadio Nacional de Lima, grité por primera vez, a todo pulmón, la palabra «Pavo»: Pavo, pavo, pavo, pavo, pavito pavo eh... Era parte de la consigna contra el equipo rival, los uniformados celestes del Sporting Cristal. Ellos se ensañaban contra nosotros tildándonos de gallinas. Nosotros les endilgamos a su equipo otro tipo de ave. Pavo en peruano significa tonto. Gallina, me parece que está asociado casi universalmente con la cobardía. Tenía cierto atractivo demostrar nuestro coraje agarrados con las dos manos contra esa valla de metal, gritándole a voz en cuello nuestra victoria (siempre les ganábamos) a esa tribuna contraria que considerábamos tonta.

 

Volviendo a Newyópolis: la familia de pavos que vimos cruzando la pista se metió entre los bosques de hojas secas donde prosiguió con su paciente búsqueda de comida. Desde las chimeneas alumbradas con el brillante sol del mediodía, comenzaba a brotar el humo dulzón desde los hornos que cocinaban al animal principal de la fiesta, al que utilizamos en este país para celebrar que estamos juntos.

 

Feliz día de Acción de Gracias. O como dicen tantos amigos latinos, burlándose lo mejor que pueden de su condición de inmigrantes forzados a conmemorar una fecha lejana que no entendemos del mismo modo, pero en la que nos apoyamos de buena gana (que no se diga que somos antisociales o que no nos gusta celebrar): Feliz día del pavo.

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