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Pecar de protagonismo

 

Hace unos días tuvo lugar en una televisión catalana un debate entre Ada Colau (portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca), Teresa Forcades (monja benedictina, impulsora del movimiento Procés Constituent), Carme Forcadell (presidenta de la Assemblea Nacional de Catalunya) y Muriel Casals (presidenta de Omnium Cultural). Fue ejemplar por muchos motivos: no hubo agresividad entre las interlocutoras a pesar de sus posiciones divergentes en algunos casos, fueron capaces de escucharse, analizaron cada una de las cuestiones que aparecieron en el intercambio y ofrecieron una imagen de ciudadanía alta. La mayoría de espectadores recibió de esta manera el mensaje, lo que acreditan los tuits en los que eran reconocidas como buenas políticas y en los que se manifestaba el deseo de que se convirtieran en líderes de próximas elecciones.

 

El presentador, Josep Cuní, pensó lo mismo que los espectadores y les preguntó, hacia el final del debate, si iban a encabezar alguna candidatura de algún partido político. Y ahí, una por una, negaron esa posibilidad. Por hache o por bé, las razones es lo de menos. Toda la claridad de la que hicieron gala en la discusión desapareció, dando lugar a excusas, justificaciones, escondites dialécticos. ¿Por qué? Me gustaría encontrar una explicación a toda esa sarta de razonamientos, plausibles si se quiere, pero para mi gusto demasiados, vagos e inconsecuentes, hasta el punto de hacerme dudar de su autenticidad, como cuando alguien quiere evitar una cita y se empeña en darte una explicación o te da más de una.

 

En muchas ocasiones en las que las cosas no son imposibles, la verdad de porque las hacemos o las dejamos de hacer no es sino un “porque quiero”. Lo dice Nietzsche: la razón es segunda respecto a la voluntad. Cuando empezamos a razonar ya tenemos pensado lo que queremos hacer. Pero tenemos miedo a la libertad implícita en el “yo quiero” y preferimos esgrimir condiciones objetivas de posibilidad o razonamientos: ambos se presentan así como determinantes de la voluntad. Todo antes que un “yo quiero” que no se sostiene sino en uno mismo.

 

Las cuatro mujeres, que como recuerda el presentador son en la actualidad las personas capaces de las más grandes movilizaciones de masas en nuestro país, se echan atrás cuando se trata de elecciones políticas. Desde mi punto de vista conservan así parte de su inocencia y, por ello, tienen el beneplácito de las masas. Siguen una tendencia generalizada de negarse a un protagonismo político que, dado el gran desprestigio que acumula hoy en día la casta política, cuenta con la simpatía de los más.

 

El 15M ha dado a luz a algunas formaciones políticas diferentes, por ejemplo al Partido X o Podemos, y en todos ellos escucho la misma canción: lo importante es el programa no las personas. Disiento, no porque el programa no me parezca necesario sino porque cualquier programa es sólo una lista de propuestas generales, abstractas o en todo caso desmaterializadas. Dependerá de quién encarne esas propuestas, de su brillantez y de su capacidad de comunicación fundamentalmente, para convencer y ser votado/a. Lo sabemos todos, por eso reconocemos, por ejemplo en Teresa Forcades, a una líder valiosísima y desearíamos que fuera presidenta del gobierno (catalán, dirán los catalanes, yo querría al frente del gobierno de España a alguien así). Tendría, eso sí, que pecar de protagonismo, lo que no sé si su condición de monja benedictina se lo impide.

 

En todo caso que las que no son creyentes empiecen a pecar, por favor.

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