El relato de Homero, Penélope se alza como símbolo de la prudencia y la fidelidad conyugal, una mujer que teje su destino destejiendo de noche la labor que ha hecho por el día en el sudario cuya conclusión será la señal que franquee su lecho a un nuevo rey de Ítaca en lugar del desaparecido Ulises, cuya suerte tras la guerra de Troya se ignora. Magüi Mira ha imaginado La Odisea desde los ojos de la hija del rey de Esparta: la larga espera, la incertidumbre, los intentos de gobernar y hacer que le juren fidelidad los consejeros a los que su marido ha encomendado el gobierno y la protección de la reina… Y sugiere –al hilo de la tesis vertida por el escritor y filólogo británico Samuel Butler en La autora de La Odisea (1897), a la que se sumó su paisano el novelista Robert Graves en La hija de Homero (1955)– que la autora del gran poema atribuido al aedo ciego fue realmente Nausicaa, hija de Alcinoo, rey de los feacios, a cuya isla Esqueria arribó náufrago Ulises en la que fue su última parada antes de llegar definitivamente a Ítaca, ayudado por Alcinoo y la joven princesa, que, según Aristóteles, se casó después con Telémaco, hijo del eterno viajero y la reina tejedora.
Todo en Penélope está planteado para poner de relieve los valores que la autora atribuye a las mujeres frente a la brutalidad y cerrazón de los hombres. En ausencia de su esposo, la soberana itacense intenta implementar un programa de gobierno justo y benéfico (igualdad entre hombres y mujeres, ayudas a los ancianos, a los desfavorecidos y a las familias a cargo de una viuda, reparto de las tierras de labor…), lo que es acogido con risas y burlas por el consejo encabezado por Antínoo. Incluso la juiciosa aya Euriclea, que ejerce de narradora de la historia, aconseja a Penélope que espere y Telemáco que se dedique a tejer, que es lo suyo. Pero la reina quiere ser dueña de su destino: “No voy a ser por más tiempo la estatua de sal que espera, la roca que desgastan los vientos… El peor mal es no poder actuar”, responde al aya.
Hay un cierto maniqueísmo en ese planteamiento algo simplista (hombre malos frente a mujeres buenas) que, en mi opinión, lasta el vuelo de este bello y bien concebido espectáculo, aunque bien se puede argüir que en el relato original, como en otras obras literarias de la antigüedad, vibra el peso de la tradición heteropatriarcal. El discurso de Ulises es decididamente posesivo desde el principio: “Mía… Esposa… Mía… Mi mujer… Eres mía… Y mío este cuerpo que surca mi nave haciendo a tus olas esclavas mías…”. Y hasta el final. Tras reencontrarse, Penélope proclama su independencia: “Larga ha sido la espera. Demasiado larga. He resistido porque me esperaba a mí, porque me quería a mí, porque sabía que esperar era sobrevivir, aunque tú no volvieras. Porque miraba por mis ojos, no por los tuyos. Porque hablaba con mi voz, no con la tuya. Soy veinte años mayor y veinte años mejor”. A lo que el, según Homero, sagaz héroe responde apretándole el cuello hasta asfixiarla, para arrepentirse de forma inmediata. Un final sorprendente forzado tal vez porque Mira necesitaba una moraleja condenatoria de la denominada violencia de género. Termina Euriclea: “Qué cuento tan cruel es éste… Penélope… Jamás hubiera querido dormirte con este cuento. Es un cuento que llevamos muchas lunas contando las mujeres. […] Quizá lo contó una mujer, Nausicaa, hace miles de años. Pero este horror, es todavía un cuento de hoy. Quisiera no volverlo a contar mañana…”.
Para ser justo debo recordar que una versión alternativa a la de Homero (o Nausicaa) señala que Ulises repudió a su esposa acusándola de haber atraído ella misma a los pretendientes a su cama y al trono de Ítaca, otra que ella fue seducida por Antínoo y por eso el retornado guerrero la devolvió a Esparta, y otra más dura que sostiene que la reina hizo buenas migas con otro pretendiente, Anfínomo, y que por eso Ulises la mató…
Dicho todo lo cual, el montaje tiene ritmo, sentido y belleza anclado en el precioso espacio escenográfico de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán que enfrenta la poderosa presencia de un robusto olivo milenario, hermoso ámbito protector, a una empalizada de lanzas a la que se encaraman los miembros del consejo como una oscura caterva de murciélagos malignos. Altamente sugestiva también la estética de la escena en que se encuentran Ulises y Nausicaa al borde del mar.
Muy bien traído, por cierto, el olivo, que es símbolo de paz, prosperidad y sabiduría y que la tradición mitológica determina que fue un regalo a Atenas en una especie de concurso entre Poseidón y Atenea para determinar cuál de los dos daba su nombre a la ciudad; ganaría el que, según los demás dioses, aportara la dádiva más útil. La deidad marina ofreció el caballo y la diosa de la sabiduría, el olivo. El nombre de Atenas indica quién venció. Al comienzo de la obra, Penélope se coloca precisamente “bajo la inspiración de Atenea, mujer como yo”.
La sugerente iluminación de José Manuel Guerra, el vestuario de Yaiza Pinillos, la música de David San José y el movimiento escénico concebido por María Mesas son notables bazas de esta interesante apuesta de Magüi Mira en clave feminista, con Belén Rueda como una sensible Penélope, la reconfortante y sólida presencia de María Galiana en el papel de Euriclea y el bipolar Ulises compuesto por Jesús Noguero al frente del reparto. Pedro Almagro da vida con buen pulso al protervo Antínoo, corifeo de los consejeros felones, Muriel Sánchez presta su encanto y su calidad interpretativa a Nausicaa y Maxi Iglesias es un vehemente Telémaco. Bien también el resto del elenco, completado por un puñado de actores extremeños que nutren el Consejo de Ítaca.
Título: Penélope. Autora y directora: Magüi Mira (a partir de “La Odisea” de Homero). Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán. Movimiento escénico: María Mesas. Iluminación: José Manuel Guerra. Vestuario: Yaiza Pinillos. Composición musical: David San José Cuesta. Coproducción: Festival Internacional de Teatro de Mérida y Pentación Espectáculos. Intérpretes: Belén Rueda, María Galiana, Jesús Noguero, Maxi Iglesias, Pedro Almagro, Muriel Sánchez, Antonio Sansano, Alberto Gómez Taboada y Alfredo Noval. 66 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Teatro Romano de Mérida (Badajoz). 19 de agosto de 2020.