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Mientras tantoPensar tiene cuerpo

Pensar tiene cuerpo


ESTAR SITUADO en una ladera supone aceptar un continuo desafío, salvo en los momentos en que andamos por un tramo en horizontal, una especie de descanso en lo adquirido. Las continuas subidas y bajadas exigen una disposición extraordinariamente cambiante de nuestra musculatura, tendones y sentido del equilibrio, además de una regulación constante de la respiración. La gente que vive en un pueblo asentado en una ladera sabe bien de estas singularidades. Tal vez deberíamos pensar de esta manera anfractuosa y no como si nos desplazáramos por un llano. Supongo que Hannah Arendt me diría recordando a Aristóteles –y lo dijo en La vida del espíritu– que el pensamiento implica un olvido del cuerpo y del yo, al menos si nos referimos a eso que se llama pensar puro y no al juicio, que siempre tiene un referente y es considerado por la filósofa como la actividad mental más política de las facultades humanas. “El pensamiento opera con lo invisible”, pero ambos modos están interrelacionados.

Además de por limitaciones, también por inclinación, tiendo al juicio reflexivo, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo mejor y lo peor, lo aconsejable y lo aborrecible, lo admirable y lo desdeñable, es decir, el hombre entre los hombres: un mundo hecho de diálogos, un pensamiento que tiene cuerpo y una larga historia filogenética que traspasa nuestra especie. Para que Platón y Heidegger pensaran lo que pensaron fue necesaria mucha tentativa probando su posibilidad en y desde un medio. El acto de ver, tan vinculado al de pensar, está relacionado a su vez con las explosiones atómicas solares, como supo intuir Goethe en su afortunada analogía. No hay una realidad de las ideas (fijas o no), o una realidad en sí separada de los fenómenos, sin expresión en ellos. Y cada vez que pensamos, mejor o peor, lo hacemos desde esa misma realidad, solo que plegada de modo reflexivo. Tras nuestra conciencia y pensamiento está la misma realidad que percibimos y pensamos. Hay pluralidad, pero no dualismo.

Pensar tiene cuerpo, pero no podemos afirmar, si queremos acercarnos a la verdad, que pensar no es más que una actividad neural, o que la catedral gótica y el poema de Juan de la Cruz o de John Donne no son sino respuestas a una necesidad de cobijo o de sexo determinado por el instinto de reproducción, algo que, en sus peores momentos, quiso vislumbrar Freud (la famosa sublimación) y que de otro modo repiten algunos paleontólogos y genetistas cuando se salen del frasco sin que les asista un pensamiento riguroso. Los buenos científicos y divulgadores saben que en la serie 1,2,3,4,5, el uno está comprendido en los restantes, pero no al revés. Y esto significa, entre otras muchas cosas, que hay creatividad y que no todo está determinado. El gran estudioso del comportamiento animal Konrad Lorenz lo afirmó de modo impactante: “Nada ha existido ya”, algo en lo que coincidía de pleno con su amigo de infancia Karl Popper.

Pero lo nuestro va a ser caminar, y por eso creo que deambular por una ladera nos obliga, de manera perentoria, a pensar con el cuerpo, como una presencia abierta de nuestro horizonte, digamos que a modo de poética, como si estuviéramos recordando los procesos anfractuosos de lo vivo, como si en la serie del uno al cinco éste nunca sintiera que nos es más que el uno, como dicen algunos que “todo está en los genes o en los átomos”, sin observar que todo ha sido siempre poiesis, creación. Si solo hay, como dijo Demócrito, átomos y vacío, y lo demás es conversación, Ladera de Abantos será una conversación que sin embargo tendrá en cuenta a los átomos y el vacío, sobre todo para no dar un mal paso.

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DESCONFÍA de toda frase que comienza por “toda ciencia es”, “la vida es”, “la gente piensa”, “siempre” o “nunca”, porque todo lo que se siga a continuación dirá algo de quien habla pero será de poco valor y sobre todo nada de lo que pretende.

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DICE ALBERT CAMUS que el hombre absurdo es el que no se separa del tiempo. No puedo sino identificarme con él. Camus extraía su libertad, rebelión y pasión de ese sentimiento/reflexión de desposeer a la condición humana de toda teleología, de toda hipoteca temporal, salvo la apuesta por el advenir mismo: por la acción sobre el presente, la modificación creativa de la herencia. (“A nuestra herencia no la precedió ningún testamento”, afirmó su amigo y gran poeta René Char). Es admirable la lucidez de Camus desde tan joven, apoyada siempre en una excelente prosa, inventiva pero no fantasiosa. A pesar de sus limitaciones cuando se esfuerza (creo que en la carencia nos parecemos), amo sus intuiciones y las formas que estas adoptan en su obra, tan ajena a la tradición más dialéctica de Hegel y su sistema, que tanto le hizo sufrir en la voz y la acción de muchos de sus amigos bajo la égida de Sartre.

“Querer es suscitar las paradojas” y “Lo absurdo es la razón lógica que comprueba sus límites”, escribe a los veintiocho años en El mito de Sísifo. Camus no busca la salvación, ni curarse, no trata de abrazar una filosofía que lo explique todo sino abrazar su absurdo, lo desconcertante, la refutación de la muerte, y por lo tanto, no quiere expulsar la piedra fuera de sí: la piedra es la condición de su libertad, como la resistencia del aire en el vuelo de la paloma kantiana. La piedra es tiempo, y el hombre trágico de Camus abraza al tiempo, no lo niega sino que acepta su paradoja. La razón no lo puede todo, ni todo es razonable, por lo tanto la paradoja no puede ser solucionada en una tercera categoría o estado, sino que reclama ser asumida. Sin embargo, en Camus, en la persona llamada Albert, que se nos muestra indisociable de su pensamiento, hay una culpa, tal vez de origen cristiano, de la que no pudo o no quiso desprenderse, tal vez porque culpa y responsabilidad iban en él juntas. No hay inocencia porque somos testigos del crimen de todos los demás. En su época de madurez, cuando escribe L´homme révolté, da una explicación a esto al afirmar que La vertu ne peut se séparer du réel sans devenir principe de mal. Elle ne peut non plus s´identifier absolument au réel san se nier elle-même. (“La virtud no puede separarse de lo real sin convertirse en principio de mal. Tampoco puede identificarse absolutamente con lo real sin negarse a sí misma.”)

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Los artistas pensadores y escritores, incluso en las etapas más institucionales de la cultura, han sido siempre individuos, personas que han supuesto una puesta en cuestión, un desafío a la superstición y la inercia. Voltaire, a pesar de la pertenencia a la burguesía, fue un espíritu creador y provocador para los cercanos y para su medio, sobre todo después de su estancia en Inglaterra, donde se empapó del empirismo y escepticismo crítico, de la tolerancia ideológica y religiosa de los nuevos filósofos y científicos. El asunto es que para ser humanos de verdad debemos ser éticos, responsables de nuestro rostro, de nuestra historia, y por lo tanto, debemos hacernos cargo de nuestros deseos, pensamientos e ilusiones, algo que la ciega manipulación de las nuevas tecnologías ponen en serio peligro. Es necesario que aceptemos correr riesgos, hacernos mayores frente al infantilismo creciente, reconocer en nuestros actos el rostro inquietante de los otros, algo que la distancia de las pantallas en la comunicación y acción está logrando enfriar hasta convertirnos en cifras los unos de los otros, un proceso cuyo epítome monstruoso encarna hoy en figuras como Trump, Musk, Netanyahu o Putin. Frente a ellos (y son multitud), Albert Camus nos sigue enseñando a ser dignos.

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LOS LIBROS que he leído forman parte de mi personal nicho ecológico. Los libros estaban ahí. Hemos tejido una casa.

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