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Pensar(nos)

 

1.

 

Querría que me doliera. ¿Debería dolerme? Pero ya da pereza. Decía el otro día Rojas Marcos que la victimización más allá del tercer año es insana, no ya problemática sino castrante. Más que terapéutico, el perdón es útil para la supervivencia. No obstante, siempre queda un cierto resquemor; o más bien la duda de si no es que la indiferencia mata no tanto un recuerdo como la pasión de la memoria. Y la cuestión aquí no tiene ya nada que ver con el otro sino con uno mismo. Esto es: ¿matar las remembranzas no es, de alguna forma, matar la continuidad que tiene uno mismo con su yo pasado?

 

Dicho en otros términos, ¿no queda huérfano el yo de ahora, incluso el yo del mañana si le esquilmamos un rastro de su cadena genético-emocional?

 

 

2.

 

En esto andaba pensando porque es día de fiesta, y generalmente estos días se producen los intercambios de los hijos. Y tras el vacío insondable que queda al ver a tu hija subiendo al coche de un extraño; el rictus de la cara completamente distinto al que acostumbra contigo. Una hija que, en ese preciso instante (y los sucesivos en los que se ausenta) es como otra. Pensar en ese vacío en el que tú ya no estás más que como hipótesis y/o maza de la ley. Que sí, que bien. Pero, ¿y qué hacemos con ese borramiento? Con el espacio, mejor dicho, que queda entre hoy (es miércoles) y el lunes próximo. Un espacio que no es blanco, que no está lleno de ruido blanco ni tampoco de un silencio mortal, que es, empero, el tiempo expandido de la escritura y el trabajo, los amigos y, a veces, los flirteos.

 

Que sí, que bien. Pero cómo le encuentra uno acomodo a ese rostro extraño de la hija que se sube al coche de un desconocido y zas, ya no está.

 

¿En qué lugar le buscamos el espacio a ese desierto?

 

 

3.

 

Tampoco dramaticemos. Desde los tiempos de Gaspara Stampa ya nadie claudica ante estas afrentas de la vida. Somos capaces -y expertos- en trasegar espacios liminares. Somos expertos funambulistas de los despeñaderos; los vértigos no nos son en nada ajenos. Sin embargo, renunciar al ejercicio teórico de estas nuevas (in)moralidades debe ser un ejercicio contemporáneo. Pensar en que ya nunca seremos como fuimos, como recordamos o creemos que fuimos en el s. XX. Pensarnos ahora, aquí y ahora, con todas las triquiñuelas con las que nos sorprende el nuevo siglo, es una obligación irrenunciable.

 

Y por eso yo y por eso este texto.

 

Codicioso y, al tiempo, hambriento (y humilde).

 

 

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