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Pentimentos de un cuadro

 

 

El retrato que había nacido con cuerpo de hombre, cambiaba tras cada día de trabajo. El pintor no paraba para comer, ni bebía vino que pudiera adormilarlo, porque tras el desayuno por la mañana temprano, en cuanto volcaba la esencia de trementina en el cubilete de la paleta, arrancaba el motor de la pintura, y ya no había quien lo detuviese. Él era sólo un instrumento más, como el pincel o el óleo; por encima de ellos 3 mandaba la tirana y posesiva diosa de la pintura al óleo.

 

“¡Que se me secan los pinceles!”, le decía Paco Goya a Leocadia, su mujer, cuando aquella quería entablar disputas con el genio sordo. Es la ley del óleo. Sólo durante unas horas el cuadro está vivo, el suave pelo de marta del pincel puede cambiar en un segundo todo un mundo pintado en una jornada.

 

Frente a otras técnicas pictóricas más puras, que se basan en la economía de trazos o pinceladas, la pintura al óleo es generosamente acumulativa. Paco Goya pintaba cinco o seis o diez veces la misma figura encima de la anterior, como para dotar al retrato final de “una carne” y de un pasado. Como si en ese cuadro estuvieran amontonados todos los años de vida del modelo, formando un palimpsesto pictórico. ¿No pasa eso mismo en cada cuerpo durante toda una vida? ¿Enterró acaso alguien nuestro cuerpo de niño fallecido, o sigue viviendo dentro del nuestro?

 

 

La escritora y dramaturga norteamericana Lillian Hellmann les habría llamado los pentimentos del cuadro. Todos los arrepentimientos del pintor, antes de haberse decidido por un resultado último. ¿Puede considerarse menos cuadro, lo que hay pintado debajo de lo que se ve? Porque permanecer, permanece, y quizás alguno de los raros reflejos del color de la carne final del  retrato, se deba a que aflore un poco de verde, de aquél que quedó desechado en los primeros bocetos.

 

Fotografiar a diario un cuadro tan alto era un esfuerzo añadido al trabajo del fotógrafo que documentaba todo el proceso pictórico. Sentíase Faba, Dora Maar la fotógrafa y Picasso al mismo tiempo; y forzando un poco más el símil, incluso hasta Jacqueline Roque posando para su divinizado esposo, el Zeus de los pintores.

 

No podía negarse que una implicación tan polifacética en un solo cuadro, resultaba completamente absorbente y un tanto neurótica.  Aunque, ¿no es eso lo que dicen que sucede con las pasiones?

 

 

 

Pintor, fotógrafo y modelo: Gabriel Faba

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