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Pepe Jiménez: «Mi vida la tengo aún por hacer, mis sueños aún están por cumplir»


                                 (Imagen: Gloria Nicolás)

Pepe Jiménez (Murcia, 1943) es uno de los últimos maestros serígrafos que quedan en España. Tras restaurar una ermita (siglo XIX) en Balsicas (Murcia) trabaja desde su extraordinario taller al que acuden los mejores pinceles. Pepe Jiménez se inició en la serigrafía a principios de los años sesenta trabajando en el ámbito industrial en talleres de Madrid, Barcelona y Milán.

Fue en 1968 cuando comenzó a trabajar para artistas, estampando en el estudio de Rafael Canogar y después para Pablo Serrano, Genovés, Juan Francés, José Hernández, Manolo Valdés, Albacete, Ballester, Ángel Mateo Charris, Gaya, Aurelio, Teixidor, Ángel Haro o Avellaneda, entre otros muchos. El pasado agosto coincidí, con unos amigos comunes, con Javier de Juan que pasó unos días en La Ermita trabajando su nuevo proyecto, «rellenando papeles caros sin pensar. Sin plan. Dejando a las manos a su aire, a su capricho irresponsable sin concepto, sin conocimiento ni sentido de la responsabilidad: La Paz de Agosto».

El taller de Pepe Jiménez es un espacio verdaderamente reconfortante, con ventanales enormes, árboles…, «es lo más parecido a trabajar en la calle, a no estar encerrado. Es un espacio sabio. Mi maquinaria automática y, como ayudante, un espejo de Ikea para ver cómo caen, correctamente, las hojas». Color a color va fluyendo la jornada, «los procesos son muy largos, lentos. En ocasiones, un color te puede llevar cinco o seis horas, ver cómo se seca… Es importante la unión con el artista con el que trabajas, el conocimiento mutuo. Yo, en definitiva, soy un medio del sistema».

Preocupado por el ‘cero’ cuidado que recibe el Medio Ambiente, al diseñar este espacio de La Ermita (Balsicas) decidió plantar un algarrobo: «Tenía claro que, bajo su sombra, reuniría a mis amigos. Más adelante comprendí que el tiempo impide el orden que te propones y, al final, esa sombra no está todo lo usada que me habría gustado. De todas formas, el árbol sigue estando, nunca es tarde. He conseguido algo que ni en mis sueños podría haber imaginado. Es una especie de venganza alcanzada, como decir de una vez, ‘ésta es la mía, ahora me toca a mí disfrutar’. Una especie de revolución para lograr ser feliz».

Un espacio  importante, «sin nada que te pueda incordiar. Me rodeo de amuletos para generar bienestar, belleza. Mi mirada se llena de frutales: almendros, higueras, manzanas… el sentir la Naturaleza, sus olores, es tan importante como las vistas. Y la belleza del paisaje del Cabezo Gordo». Le indigna ver las maquinarias, destrozándolo, «este deterioro medioambiental no te permite la calidad de vida que deseas. ¿Qué van a hacer futuras generaciones? ¿Cómo se va a subsanar todo este destrozo? Cuando te dejan ver y no te sientes atosigado con la amenaza de incendios los días son preciosos. Muchos visitantes extranjeros llaman a mi puerta para ver La Ermita, el paraje, y me comentan qué está pasando, cómo podemos aceptar ese deterioro, no lo conciben. Desearía que los responsables tuvieran más cuidado. En definitiva, la Naturaleza es vida, sin ella no podremos disfrutar del ansiado bienestar».

A Pepe Jiménez le gusta madrugar: «Me rodeo de luz y grandes espacios con ventanas abiertas. He ingeniado una vida lo más natural posible». Suele leer. «Cualquier cosa que me aporte algo: una frase de un libro que me haga pensar, un párrafo de un periódico… Me gusta adentrarme en el interior de los autores, profundizar en lo que pueden expresar». Todo acompañado de un café muy light, largo, con leche desnatada.

Es un placer pasear por la finca: «Observo los cultivos, quito las hierbas malas, controlo a los perros, limpio y arreglo, en definitiva, el campo. Algunas mañanas me planteo si hoy paseo o voy al taller a trabajar. Doy prioridad al paseo. Me entusiasma recorrer la playa, La Llana, con esa tranquilidad, es un gustazo».

A media mañana, la compra: «Me gusta llevar a casa productos frescos del día. El pescado tiene prioridad. El mar (cerca) siempre está presente en mi cotidianidad. En épocas de mi vida he tenido que pescar por necesidad y los pulpos han sido mi especialidad. Hago arroces de mil maneras. Recibo, entre tanto, llamadas de trabajo. Perfilamos los proyectos».

Mientras cocina, un aperitivo. Aceitunas, frutos secos y una copa de vino blanco. «El ajo y el laurel no falta en mi cocina. Y el sonido del flamenco es un buen acompañamiento entre fogones: Camarón, Mercé, Morente y, en ocasiones, Lucio Battisti, que me trae recuerdos de veranos determinados».

Sin horarios fijos, «lo que requiera la jornada en cuanto a horarios. He corrido maratones, carreras de fondo, así que estoy acostumbrado a jornadas dilatadas. Recoger el taller es muy laborioso, es una labor meticulosa».

Al acabar, sale a dar una vuelta, «mis perros –Manu, Teo, Chiqui y El Rubio– me esperan».

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