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Mientras tantoPequeña historia de Rodin

Pequeña historia de Rodin


1. Auguste Rodin, o el trabajador incansable

Parafraseando a Zweig, Rodin fue un momento estelar de la humanidad, una de esas personalidades destinadas a cambiar una época. La Historia, caprichosa en sus cambios, engendró a este genio con una específica finalidad: la de ser cesura y punto de inflexión. Parte de la grandeza de Rodin reside, sin embargo, en haber sido rotura pero también remiendo: supo introducir la novedad sin generar el conflicto que habitualmente acompaña a las transformaciones. Esta peculiaridad —el saber separarse del arte tradicional sin romper del todo con él— le permitió disfrutar del éxito en vida, algo que ocurre solo en contadas ocasiones en las biografías de los grandes creadores. A pesar de todo, no llegó al éxito por el camino convencional. Suspendió tres veces consecutivas el examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes en la modalidad de escultura. Este hecho —devastador para todo el que aspiraba a ser escultor en el siglo XIX— no le impidió seguir trabajando. Su vida fue, antes que la de un gran maestro, la de un trabajador incansable. Dedicaba y enseñaba a todo al que conocía a dedicar su vida al trabajo, entre ellos al gran Rainer Maria Rilke. El poeta austrohúngaro —que llegó a ser secretario personal de Rodin— conservó siempre una profunda admiración por el escultor, al que se refería como “mi Maestro”. En una de las numerosas cartas que se intercambiaron, el joven Rilke confiesa: “Llegué para preguntarle: ¿cómo se debe vivir? Y Ud. respondió: trabajando. Lo comprendo. Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir”.

 

2. Rodin ante el Inferno de Dante

Per me si va ne la città dolente, / per me si va ne letterno dolore, / per me si va tra la perduta gente.”

(Dante Alighieri, Infierno, III, 1-3)

Una fecha y un nombre resultan cruciales en la vida de Rodin: 1880 y Edmond Turquet. Le debemos a este último —entonces subsecretario de Estado de Bellas Artes— el nacimiento de la obra con la que el escultor abrazaría por fin su destino: La Porte de L’Enfer. Rodin recibe en 1880 el encargo de crear un modelo de puerta ornamental para decorar la fachada del futuro Museo de Artes Decorativas de París. Nunca imaginó que aquellas puertas —a las que dedicó más de la mitad de su vida— se volverían algo así como la pieza madre” o matriz de su obra y que de ella nacerían algunas de sus esculturas más importantes: El beso, El pensador o Ugolino y sus hijos. Seguramente fue Rodin el que escogió la Divina Comedia como tema. Le fascinaba Dante, veía en él no solo a un gran escritor sino también a un escultor. Pasó un año inmerso en el Infierno y sus círculos, dibujando y modelando a sus personajes. Sin embargo, aunque es cierto que tomó como motivo la primera parte de la Divina Comedia, su intención nunca fue reproducirla de manera literal. De hecho, solo unas cuantas figuras de las que componen la escultura —más de doscientas— están inspiradas directamente en ella: Ugolino, el conde que devoró a sus propios hijos, y Paolo y Francesca, los amantes malditos. Hay además otra pieza que, a pesar de no estar directamente inspirada en la Divina Comedia, sí representa una de sus escenas más importantes: Las tres sombras. La figura, que se encuentra en lo más alto de la puerta y se compone de tres hombres idénticos que apuntan a un mismo lugar, es una alegoría de la llegada de Dante a los Infiernos. En el rótulo de la puerta de entrada al Infierno, el poeta italiano encuentra una inscripción que reza: Vosotros que entráis, abandonad toda esperanza”. Esa lúgubre frase, a pesar de no estar grabada en la escultura de Rodin, es precisamente a la que Las tres sombras apuntan.

Rodin quiso que Dante estuviese también representado en sus Puertas. Le concedió una posición privilegiada —como la que en las catedrales medievales ocupan la Virgen o Cristo— en el centro del tímpano y a su espalda esculpió dos importantes escenas: la llegada a los Infiernos —a la izquierda— y el Juicio Final —a la derecha—. Y allí arriba, Dante, sentado con la espalda encorvada y el puño apoyado en la barbilla, contempla en silencio la tragedia. Tiempo después, El poeta —nombre que Rodin le dio originalmente a la figura de Dante— tendría vida propia y sería rebautizado como El pensador. Quizás porque Rodin comprendió que sus Puertas —al igual que el Infierno que reproducen— eran reflejo de la miserable condición humana y que su Poeta representaba en realidad a todos los hombres que, enfrentados al Mal, se han sentido obligados a reflexionar sobre ella.

 

3. Rodin y las flores del mal

Dante no fue, como es normal, el único autor que inspiró a Rodin. El escultor encontró en otro de sus poetas favoritos, Charles Baudelaire, una nueva fuente de inspiración y fue poco a poco alejándose de Dante. No es casualidad que los eligiese, dado que ambos escritores resultan similares en muchos aspectos: los dos vivieron en épocas convulsas, en medio de grandes cambios políticos y sociales, y ambos fueron considerados incómodos y peligrosos para la sociedad. Además, las obras que Rodin tomó como referencia—El Infierno de Dante y Las flores del mal de Baudelaire— presentan importantes paralelismos: cuentan con una estructura parecida, muestran la condición humana en su lado más crudo y versan sobre la eterna pugna entre el Bien y el Mal. La diferencia entre ambas estriba, sin embargo, en la fe que rodea la obra del poeta florentino, quien solo se encuentra en el Infierno de paso, en contraposición a la profunda desesperación del francés, que se halla inmerso en él. Es la conciencia del Mal lo que los separa: mientras para Dante el Bien y el Mal son radicalmente opuestos y, como consecuencia, el Paraíso y el Infierno también lo tienen que ser, para Baudelaire —al que la realidad del Mal ha dejado al borde del abismo— ya no existe esa oposición. El infierno para Baudelaire, tal y como expresa en La máscara, es muchas veces la vida misma: “—¡Ella llora, insensato, llora porque ha vivido! / ¡Y llora porque vive! Pero lo que le duele / más, y hasta las rodillas estremecerse le hace, / es que mañana, ¡ay! , ¡aún habrá que vivir! / ¡Y pasado, y al otro, y siempre…!— ¡Cual nosotros!”. Esta cesura, que le despierta del sueño esperanzador de Dante, le deja sumido en el desengaño que caracteriza a su obra y que haciendo pasar por indiferencia aflora cuando dice: “Cielo, Infierno, ¿qué importa?”. De la herida nació el padre de los poetas malditos.

Las flores del mal cambiaron el rumbo de Las puertas del infierno. Tras su lectura, predominan las figuras femeninas en las esculturas de Rodin, al contrario de las inspiradas en la Divina Comedia, que en su mayoría eran masculinas. Cambia también el motivo de sus esculturas, en las que dominan ya algunos de los temas recurrentes en la obra de Baudelaire como la sensualidad, la belleza y el deseo. Rodin creó figuras inspiradas directamente en Las flores del mal, entre ellas La mártir o Soy bella. La primera recibe su nombre del poema Una mártir, y la última se presentó con los primeros cuatro versos del poema La Belleza inscrito en la base: “Yo soy bella, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra, / y mi seno, en que todos a veces se afligieron, / para inspirar se ha hecho al poeta un amor / que igual que la materia es eterno y es mudo”. Rodin también ilustró una edición original de Las flores del mal que pertenecía al coleccionista y bibliófilo Paul Gallimard y que hoy puede verse en el Museo Rodin. 

 

4. El fin de una época

El proyecto del Museo de Artes Decorativas se abandonó y Las Puertas nunca llegaron a decorar su fachada. A los pocos años se inauguró, en el mismo lugar y con motivo de la Exposición Universal de París de 1900, la Gare d’Orsay. La estación, de la que solo queda el esqueleto, se convirtió en el actual Museo del mismo nombre. En él está el yeso original de Las puertas del infierno. A pesar de que el encargo no llegó a realizarse, la grandiosa escultura descansa hoy en el lugar que estaba destinado a ocupar. Rodin murió en noviembre de 1917, antes de ver sus Puertas fundidas en bronce. Sin embargo, vivió lo suficiente para ver el nacimiento de su propio museo. De hecho, él mismo lo impulsó: donó al Estado toda su obra a cambio de que se creara e instalara el Museo Rodin en el Hotel Biron, lugar en el que se había alojado durante varios años y que iba a ser destruido para dedicarlo a oficinas. En 1916, un año antes de su muerte, el Estado confirmó que el hotel y su jardín se convertirían en el actual Museo Rodin. El escultor no llegó a ver sus puertas abiertas, fue Léonce Bénédite —al que Rodin había designado futuro conservador del museo— el que llevó a cabo la tarea de preparación del Museo y el que cumplió el sueño del artista: fundir en bronce las majestuosas Puertas del infierno.

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