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Mientras tantoPequeñas conquistas sin importancia

Pequeñas conquistas sin importancia


 

David Trueba es uno de esos tipos que, como el violinista del metro de Plaza Castilla o Massimo Bottura, me lo llevaría a casa sin dudar. No, no me pregunten que tiene, pero algo tiene al modo de los protagonistas de esas películas antiguas de la nouvelle vague, que sin ser arrebatadores despliegan su encanto en blanco y negro, entre Martini y Martini mientras hablan, aman y trabajan como si la cosa no fuera con ellos. Pero es que además, su personalidad es lo bastante inspiradora como para despertar mi simpatía literaria y crearme la necesidad absurda de abandonar a medio leer cualquiera de sus novelas y correr con urgencia a esa página en blanco que siempre me espera como un amante entregado, lo mismo que me sucede con Vila-Matas o con el mismísimo Jabois.

No hay película ni libro suyo que no lea con entusiasmo, con voracidad incluso, amparada en la felicidad de las pequeñas conquistas sin importancia. Su prosa te atrapa, y a ella te entregas como al más sencillo de los lujos, como ese trofeo bien merecido después de un duro día de no hacer otra cosa que intentar escribir. Y es que en estos tiempos en que lo fácil es contentarse con quimeras baratas, noticias de telediarios que solo nos hacen llorar, que alguien como Trueba te levante del sofá y que con historias de desencuentros juegue al escondite con tu inspiración, es algo que mi imaginación veraniega envidia y hasta agradece.

La inspiración es así de imprevisible, no lo digo yo, lo dice Auster. La inspiración no tiene atajos, puede venir de un verso o de una mirada cómplice, incluso de un traspié, como si inventar una vida de mentira, fuera tan fácil como quitarse el disfraz de superhéroe y cargar sobre tus espaldas la triste realidad que es tu existencia diaria. Por eso, cuando me preguntan de dónde viene mi inspiración, además de mirar al techo, siempre me acuerdo de Tallón y su sabio consejo, ese que decía que para escribir solo hay que buscar un poco de luz en nuestras miserias cotidianas y poner nuestras mierdas sobre la mesa. No sé si funciona pero estoy dispuesta a seguir probándolo, quien sabe si tal vez así, consiga dar esquinazo a ese sentimiento agónico del “y ahora qué”, bien sea de la mano de Trueba o del violinista de turno, porque cuando estás acostumbrada a ir a la deriva, menos salir corriendo, qué también… cualquier cosa te vale. ¿O no?

 

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Foto: David Trueba

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