Querido joven escritor. A fin de que no cometas los mismos errores que he cometido yo, te propongo un Lexicón, o diccionario o, por decirlo más humildemente, una lista, de términos que deberías usar a menudo y con soltura si es que quieres tener éxito en la aviesa profesión que, sólo Dios sabe por qué, has elegido.
Si te preguntan que por qué escribes, dirás que lo que te mueve al ejercicio de las letras es la INDIGNACIÓN. ¿Indignación por qué? Por la INJUSTICIA, claro está. Este mundo, dirás con mucho sentimiento, «no está bien hecho», pero entre todos podemos, si lo deseamos, CAMBIAR EL MUNDO. De modo que aquí lo tienes: la injusticia te produce indignación, la indignación te hace escribir, y con la escritura pretendes cambiar el mundo.
Eso de cambiar el mundo puede sonar algo grandilocuente. Dirás entonces que eres un IDEALISTA y, más aún, que NO HAS RENUNCIADO A LA UTOPÍA.
Dirás muchas veces que el poeta debe ESTAR EN LA CALLE. Dirás que un hombre solo no es nada, que quien nos hace es los otros. Hay unas citas muy bonitas que puedes encontrar, por ejemplo, al final de «Piedra de sol» de Octavio Paz. Ni siquiera es necesario que te leas el poema entero: está hacia el final, lo encuentras seguro.
Hablarás con tono moderado y suavemente entusiasta (aunque no muy entusiasta, porque parecerías imbécil) sobre el PAPEL SOCIAL DEL ESCRITOR. Dirás que desprecias a los escritores INDIVIDUALISTAS, y que tú ESCRIBES PARA TODOS. He de decirte, de todos modos, que este es un terreno espinoso. Si eres un escritor de best-sellers dirán que eres un facilón y que sólo quieres agradar. Si eres un escritor de difíciles obras hiperliterarias, tendrás que matizar tus afirmaciones con alguna declaración del tipo «el escritor no debe renunciar a la indagación en la palabra, aun a riesgo de que esta dificultad le quite lectores», o bien «la labor social del escritor no puede desvirtuarse en un lenguaje ralo o una simplificación excesiva» o cualquier otra mendacidad que se te ocurra.
Te declararás en contra del arte FÁCIL, COMPLACIENTE y COMERCIAL, o bien, si tu literatura es esas tres cosas, te declararás en contra del arte HERMÉTICO, ELITISTA y AUTOCOMPLACIENTE de esos pedantes que sólo escriben para que les lean sus colegas. Hagas lo que hagas, arremete contra lo complaciente y afirma que tú escribes PARA LOS VERDADEROS LECTORES.
Para no parecer tonto, defenderás ideas controvertidas. Dirás por ejemplo, que la literatura NO DEBE SER DIDÁCTICA, aunque te apresurarás a afirmar que sí debe DEFENDER VALORES IRRENUNCIABLES, tales como la LIBERTAD, TOLERANCIA, IGUALDAD. Defenderás, también, el carácter de ENTRETENIMIENTO que tiene la obra de arte, aunque sin RENUNCIAR A LA CAPACIDAD TESTIMONIAL Y CRÍTICA. Con todas estas memeces parecerás un intelectual de estatura casi sobrehumana, un posible Nobel, un futuro candidato a la presidencia de los EEUU.
Ensaya delante del espejo. Contrata un profesor de dicción. Cuida tu apariencia. Sonríe siempre. Aprende cuál es tu lado bueno. Miente, miente, miente siempre. Elige uno de tus mantras (por ejemplo, «todavía no he renunciado a la utopía») y repítelo sin cesar durante horas, durante días, hasta que te salga automáticamente. Defiende siempre tópicos y lugares comunes. Se muy humilde, y cuenta a tus audiencias, por ejemplo, que siempre se te desatan los zapatos, o que te pierdes en el metro o que te lías con el ordenador y tienes que pedir ayuda a tu hijo. Da siempre una imagen de persona sencilla, de pobre hombre.
Con estos buenos consejos, poco más necesitas.