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Perdidos en el espacio

 

Tanto hablar de los silencios de Rajoy, de sus monitores, de sus entradas y salidas por las puertas de servicio (parece un dispositivo electrónico), y quizá no se ha reparado en que esa querencia le mantiene tan sano como si durmiera en una cámara de oxígeno, igual que si fuera el rey del pop. A otros el hábito contrario les mina la salud, como a Pedro Sánchez, que empieza esta semana con la guapura (una guapura barrial, marcada, de villano de filme) encogida a propósito de no se sabe qué (ni él mismo lo sabe) del aborto y el PP y el primer triunfo de su PSOE, donde el otro día sus miembros aún se miraban con la desconfianza de los parroquianos de un saloon ante la aparición de un forastero. Corre el riesgo el líder socialista de caracterizarse nada más empezar por la insignificancia, y por ello hay que acordarse de la insignificancia de Zapatero, como hacía González Pons pero sin el tono de chulería impostada, a ser posible. Al presidente le buscan de todas las formas y en cada ocasión parece decir: “buenas noches”, casi ya en bata y pantuflas. La respuesta siempre es desconcertante para el interlocutor y para el público, quienes asisten boquiabiertos, sin que tampoco se note mucho, a un modernísimo ejercicio político inédito en un señor maduro, registrador de Pontevedra, que sin embargo, como tal, rezuma costumbrismo tanto en el significado como en la estética. A veces Mariano recuerda al González Ruano de ‘Ni César ni Nada’, desquiciado por preservar su intimidad ante incómodas visitas y requerimientos, pero la impresión es que quien se desquicia son todos menos él. Uno que debe de estar al borde de la alferecía es Mas, incapaz de provocarle un enfado, ni siquiera una mueca con todo ese ruido que arma. A Rubalcaba el presidente le retiró casi por medio de la somnolencia, quizá por eso el sucesor, avisado, empieza otorgándose ridículas victorias a cuenta de unos ronquidos, lo cual tan sólo recorre el corto camino entre el patetismo y la pena, del que parece que no hay manera de salir. La única que parecía sacarle de su domesticidad era Rosa Díez, pero eso ya forma parte de las anécdotas de un Congreso en el que don Mariano hace el papel del patriarca de una familia galdosiana que siempre la emprende a gritos con la misma hija. En este plan uno imagina a Rajoy de presidente como a Casillas de portero del Real Madrid, una eternidad espacial, donde todo transcurre lento, lograda más que por sus méritos, por un sistema de trabajo que tiene a la (aparente) tibieza como máxima, la cual se ha revelado instrumento eficacísimo de supervivencia a no ser que lo remedie Pablo Iglesias.

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