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Mientras tantoPerdiendo el Norte

Perdiendo el Norte


 

Siento defraudar a aquellos que, a la vista de este titular, hayan pensado encontrarse con alguna sesuda diatriba, da igual el signo de la misma, sobre el esperpento al que nos han arrastrado los acontecimientos políticos de los últimos meses. Este es un espacio para lo que realmente importa y, aunque lleve algún tiempo inhabitado, no cabría esperar que en él se dé más pábulo a la escalada de demagogia insufrible en la que están inmersas numerosas instituciones de este país.

 

Pero a lo que iba. ¡Estamos perdiendo el Norte! Así, literal. El Polo Norte magnético se está moviendo cada vez más rápido hacia el Este, alejándose de América en dirección a territorio ruso. Qué fácil sería caer en la tentación de hacer creer que eso tiene que ver con la magnética personalidad del señor Trump, pero tampoco sería justo. No creo que se pueda defender que la del señor Putin lo sea en menor medida.

 

Contado así, casi parece más una broma que algo que debería preocuparnos. Hace ya tiempo que se sabe que los polos magnéticos han estado en movimiento constante desde la formación de la Tierra, y la razón no hay que buscarla en la Casa Blanca ni en el Kremlin, sino en la masa de hierro fundido que fluye por el núcleo del planeta y que los atrae o repele al son de su viscosa danza. Ese vals cósmico los ha llevado incluso a intercambiar sus posiciones en varias ocasiones a lo largo de la historia terrestre. Donde antes era arriba ahora es abajo y viceversa.

 

Pues bien, parece que el Polo Norte magnético, que es el punto al que señala la aguja de las brújulas, ha dado un súbito bandazo (en términos cósmicos, claro está), y se sitúa, a día de hoy, cuatro grados al Sur del Polo Norte geográfico, que es el lugar en el que confluyen, allá arriba (por ahora), las lineas de longitud. A primera vista, este es un fenómeno del que, en principio, la humanidad no tendría por qué sentirse responsable y para el que las instituciones estudiosas del asunto ya han puesto en marcha soluciones efectivas.

 

La primera es que, como las brújulas apuntan siempre al Polo Norte magnético, esté donde esté en cualquier preciso momento, cada cinco años Estados Unidos y Gran Bretaña colaboran en la actualización del Modelo Magnético Mundial (WMM por sus siglas en inglés), que hace posible que todos podamos movernos en el mismo mapa. La próxima actualización estaba prevista para 2020, pero los científicos observaron que el Polo Norte magnético se movía a tal velocidad, más de cincuenta kilómetros al año, que decidieron adelantar la actualización del modelo a principios de este año.

 

Toda esta meticulosidad y corrección, de una desviación de apenas una pequeña fracción de un grado, podría parecer superflua a ojos de cualquier profano, pero en términos prácticos es una buena noticia para los aviones que vuelan sobre el Polo Norte, o para los aeropuertos que utilizan la posición respecto al Norte magnético para designar los vuelos, o para los fabricantes de GPSs o para cualquiera que necesite direcciones precisas. Para el resto del mundo, supone poca diferencia.

 

Pero eso no ha hecho que algunos medios sensacionalistas, y otros que no tanto (ninguno español, que ya parecen tener suficiente con el referéndum catalán), hayan disfrutado del fin del mundo al menos por unos días… La parte que alimenta esos escenarios apocalípticos es la de la posibilidad de que los polos magnéticos se estén preparando para otra reversión, lo que provocaría que las brújulas señalasen hacia el Sur en lugar de hacia el Norte (¿Qué perderíamos entonces, el Norte o el Sur?). Por lo que se sabe, ese cambio es algo normal; durante los últimos 20 millones de años, ha ocurrido de media cada 200.000 ó 300.000 años. El último ocurrió hace unos 780.000 años, así que no parece que falte mucho para que se produzca otro. Esto podría llevar a un debilitamiento temporal del campo magnético que protege la Tierra de la radiación cósmica. Y aquí es donde se acumulan los cataclismos.

 

Para el que quiera saber más sobre lo que es hartamente improbable que ocurra pero “acojona que te cagas”, solo tiene que ver la película de 2003, The Core de Jon Amiel (el de Copycat). Es fácil de imaginar: aviones cayendo del cielo, rayos a tutiplén, fallo eléctrico generalizado, lluvia de fuego, etc… Me encanta la imagen con la que el protagonista resume el futuro incierto del planeta tras la desaparición de su campo electromagnético: una manzana que es la Tierra carbonizada por un soplete que es el Sol. Tiene tanto de simple como de exagerada.

 

Esta amenaza ya se había tenido en cuenta en ocasiones anteriores, sobre todo a raíz de las conjeturas siniestras del Apocalipsis maya, que predijo que el mundo se acabaría en 2012. Por aquel entonces, la NASA ya explicó cómo funciona una reversión de los Polos, y cómo no había nada en los millones de años de registros geológicos, que indicase que se debían tener en mucha consideración ninguna de aquellas inquietantes predicciones de 2012 que pudieran estar conectadas a una reversión de los polos.

 

Sin embargo, al mismo tiempo, el Polo Norte geográfico, por donde pasa el eje terrestre sobre el que gira la Tierra, también se está desplazando al Este. No tan marcadamente como su hermano magnético, pero esta vez por peores razones. Los Polos Norte y Sur siempre vibran un poco respecto al eje (en el denominado movimiento de nutación terrestre), pero esos movimientos han ido en aumento y los científicos teorizan con que esto tiene que ver con la redistribución de las masas de la Tierra por el deshielo de los casquetes polares y los glaciares.

 

Y en este caso sí que hemos sido nosotros. Numerosos estudios publicados recientemente alertan de que el hielo en los dos confines terrestres se deshace más rápido de lo que habíamos estimado y los océanos se calientan más rápido de lo que se creía, lo que sugiere que las estimaciones científicas sobre calentamiento global estaban siendo demasiado conservadoras. Y todo parece indicar que va a peor…

 

Los estudiantes que han salido recientemente a las calles de todo el mundo contra el cambio climático puede que no hayan sido los primeros en tomar conciencia del asunto, aunque puede que sí sean los que consigan que el cambio climático tenga la repercusión que se merece. Ellos han dado el primer paso, y ahora la sociedad tiene que actuar.

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