Desde la aparición del hacker con el peinado más versátil de la historia –léase Julian Assange–, existe la creencia de que un hombre con un teclado es digno de sospecha: puede ser un activista de la libertad o el más peligroso de los fisgones. “Lo que tenemos aquí es una nueva raza de rebeldes, gorilas informáticos sin una base nacional”, dijo de los hackers un documental de la televisión sueca sobre el caso Wikileaks. Si el siglo XX terminó con una crisis de espías desempleados, el siglo XXI incuba una nueva amenaza al sistema nervioso del poder: un gremio de virtuosos de la informática que en un año pueden destapar más información clasificada que todos los mayores periódicos del mundo en las tres décadas anteriores. Alguien podría ver en esto último una alianza nada inocente. ¿Para qué se juntarían un cazador de secretos y un iconoclasta que tiene las llaves de nuestro mundo virtual? La respuesta viene de una comunidad con fines altruistas: HacksHackers, la unión de periodistas y tecnólogos que busca revolucionar la manera en que se producen las noticias.
La idea partió de una coincidencia entre un joven corresponsal y dos periodistas veteranos. Burt Herman era un reportero de la agencia Associated Press que llevaba doce años viajando por zona sensibles del mundo, desde Corea y algunos países de la ex Unión Soviética hasta los convulsionados Irak y Afganistán. Entre el 2008 y el 2009, Herman dejó la agencia y optó por una beca para explorar innovaciones periodísticas en la Universidad de Stanford. Desde allí, en la vorágine digital de Silicon Valley, empezó a organizar reuniones de gente interesada en el periodismo y la tecnología. Por esa misma época, Aron Pilhofer, editor del The New York Times, y Rich Gordon, profesor de la Northwestern University, lanzaron desde Massachusetts una convocatoria para formar una red que desarrollara aplicaciones noticiosas y herramientas digitales para procesar información. De pronto, desde esos puntos opuestos de Estados Unidos, ambas iniciativas coincidían en concepto: unir a los hacks, un término que alude a la capacidad de los periodistas para producir textos en serie, con los hackers, que son prolíficos escritores de código fuente, el conjunto de instrucciones que hace funcionar las máquinas.
Semejante cruce de lenguajes daría para un episodio de Star Wars: es como si dos razas alienígenas –una respecto de la otra, al menos– hubieran llegado a un acuerdo para cumplir una misión. El único modo posible es intercambiar conocimientos: los periodistas aprendemos de los hackers la jerga y principios que rigen el ciberespacio y ellos reciben de nosotros el entrenamiento para usar su habilidad en el lado correcto de la fuerza. La prueba está en la experiencia del propio Burt Herman, un periodista convencido de que los periódicos van a morir y –lo que es mejor– de que eso no tiene por qué ser un drama: mientras realizaba su beca, entró en contacto con el programador belga Xavier Damman y juntos se propusieron crear una herramienta que aprovechara el potencial informativo de las redes sociales. El resultado fue Storify, una aplicación que permite reunir fotos, videos, tuits, links y otros elementos de las redes para contar una historia que puede ser insertada en cualquier sitio web. “La manera de dar sentido a los medios de comunicación social es a través de la curaduría humana con la ayuda de la tecnología”, ha dicho Herman.
Esta alianza ya está generando cambios en el mundo: la comunidad HacksHackers nació con ambición global y ya tiene capítulos en ciudades de todos los continentes. En cada lugar se están creando herramientas que permiten procesar grandes cantidades de información para obtener historias y entender procesos. A inicios del 2014, por ejemplo, el capítulo de Rosario, en Argentina, reunió información del ministerio de Justicia, reportes policiales y artículos de prensa y construyó un mapa interactivo en que uno puede ver el punto exacto en que se produjo cada homicidio registrado en esa ciudad el año anterior. “El propósito del proyecto era crear una plataforma que permitiera demostrar, a través de la visualización de datos, el incremento de la violencia social en la ciudad”, ha escrito Ezequiel Clerici, uno de los organizadores de esa comunidad. Tiempo atrás, en el 2011, el capítulo de Buenos Aires creó una aplicación que permitía seguir en tiempo real los resultados de las elecciones presidenciales, con datos precisos de los votos distrito por distrito; en vez de leer un aburrido reporte con todos los detalles, uno marca el lugar que le interesa y obtiene el dato correspondiente. En mayo del 2014, durante una de esas maratones de hackeo conocidas como hackatones, el capítulo de Dinamarca generó ocho proyectos, entre los cuales había una aplicación que permitía a los usuarios hacer preguntas sobre noticias reales y competir, como en un juego, para ver quién está mejor informado. En cada caso se cumple el último axioma de la era de la información: el problema no es la agonía del periodismo, sino qué entendemos por hacer periodismo. “Primero construimos las herramientas, luego las herramientas nos construyen”, escribió hace un tiempo Maria Laura Ruggiero, una cineasta que encontró su catapulta en esta comunidad y ahora ha pasado a denominarsestoryhacker.
Como es de esperarse en esta época de ideas globales, el potencial es enorme. En junio del 2014, varios capítulos de América Latina se unieron en una hackatón regional para generar herramientas que permitan a los periodistas vigilar el uso de los fondos públicos. La actividad fue bautizada con la expresión que ha guiado siempre al mejor periodismo: “La ruta del dinero”.El capítulo de Lima, uno de los más recientes, reunió a más de cincuenta miembros que se encerraron durante doce horas en el auditorio de un instituto dedicado a la enseñanza en tecnología. La jornada consistía en formar equipos mixtos, de periodistas y desarrolladores, para analizar información dura de distintas bases de datos y convertirla en noticia. Eso equivale a encontrar el lado sexy de una tabla de Excel. Al final de la tarde, la comunidad presentó siete proyectos, que iban desde el análisis de cómo se invierten los fondos del ministerio del Ambiente hasta un cálculo del dinero destinado por el Estado a la Iglesia Católica. Una de las herramientas más interesantes era una aplicación que permite realizar búsquedas en bases de datos y páginas especializadas para identificar vínculos de funcionarios con el crimen organizado y su posible relación con fondos públicos; otra era una aplicación que permite sistematizar la información sobre los principales proveedores del Estado y cuánto dinero han facturado al país. A mucha gente no le gusta la idea de que los periodistas anden husmeando estos detalles y el propio Estado suele ocultarlos en medio de una masa inmanejable de información. No contaban con que ahora tenemos la ayuda de hackers para procesarla.
Hay algo ciertamente épico en el esfuerzo de esta comunidad. No el falso heroísmo de las películas sobre rebeldes sin causa, sino la conciencia cívica de lo que corresponde hacer, aquí, en este tiempo: buscar información de interés público –sea por la web o mediante pedidos de transparencia–, procesarla con rigor periodístico y liberarla para que cualquier ciudadano la pueda aprovechar. “Este grupo reúne a todas estas personas: los que están trabajando para ayudar a la gente a darle un sentido a su mundo”, dice una declaración en la página original de HacksHackers. Reinventar el periodismo, como anuncia el lema de la comunidad, es otra forma de decir que no vamos a ceder en la vigilancia del poder, ni en la defensa de las libertades, ni ante la hegemonía de las corporaciones. Tampoco renunciamos a la posibilidad de contar mejores historias.
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