“Es, sin duda, la nación de Europa que ha pasado por más vicisitudes en el curso de estos mil años”, escribe M. Luzscienski en su clásica Historia de Polonia (Barcelona, 1945). Carece de fronteras naturales –excepto el Báltico al norte y los Cárpatos al sur– y sus fronteras han cambiado innumerables veces al ritmo de su propia expansión y de la avidez y potencia de sus vecinos. Aunque pierda independencia conserva sin embargo celosamente cuanto constituye la esencia de una nación, sigue Luzscienski: “el respeto al pasado común, el sentimiento de una dignidad colectiva exaltada así por las glorias de ayer como por las pruebas de hoy; un pensamiento y una lengua en normal evolución y progreso, cultivadas y embellecidas por poetas, escritores y filósofos, y sobre todo, y ante todo, una firme fe en el porvenir”. No sé si estas nociones explican, pero al menos ilustran, la eclosión en las últimas décadas de una raza excepcional de reporteros de guerra y de periodistas polacos.
El pasado martes se presentó en Casa del Lector la última muestra, Como si masticaras piedras. Sobreviviendo al pasado de Bosnia, de W. L. Tochman (Cracovia, 1969), que ha editado Libros del K.O. El reportero polaco viajó en 2002 a los escenarios devastados de Bosnia y Herzegovina y analiza, con una prosa fría y acerada, las heridas de la guerra a través de los testimonios de los supervivientes. El antiguo teatro reconvertido en un enorme centro de identificación de víctimas, con las ropas –a veces un pantalón con una sola pernera– ordenadas y numeradas o el relato de la viuda que lucha denodadamente por saber de una vez que su marido está muerto. En Sarajevo, recuerda Tochman, murieron más serbios que musulmanes.
El libro es una muestra del mejor periodismo, un relato estremecedor que te acerca al drama bosnio a través de una metódica acumulación de datos en cada uno de los lugares que describe. Durante la presentación, en la que estuvo acompañado por los periodistas y también reporteros de guerra en Bosnia Ramón Lobo y Alfonso Armada, Tochman se incendió en defensa de Ryszard Kapuscinski (1932-207) –del que se declaró discípulo– en especial a propósito de la publicación del polémico Kapuscinski Non-fiction de Artur Domoslawski (Galaxia Gutemberg, 2010), que ha tratado por extenso fronterad. Es subjetivo pensar que hace frío o calor, pero la temperatura puede medirse en grados de forma inequívoca y el autor de El Emperador siempre respetó los datos objetivos, afirmó. La de Domoslawski, para Tochman, es una mala investigación periodística, pues hasta ha podido demostrarse que Haile Selassie cuidaba del dichoso perrito que tanto ha dado que hablar. Del gran Kapuscinski, que se hizo reportero para salir de su país, hemos bebido varias generaciones y ha creado escuela. Tochman confesó que ha dejado su periódico, Gazeta Wyborza, y que actualmente está centrado en una escuela de reporteros de gran éxito en Polonia. “Aquí no tenemos escuela de reporteros”, replicó Lobo, “aquí tenemos una escuela de tuiteros”.
Gracias a Katarzyna Olszewska Sonnenberg –traductora del libro de Tochman– descubrí a uno de los corresponsales extranjeros más interesantes de la Guerra Civil española, el polaco Ksawery Pruszyński (1907-1950), al que Kapuscinski consideraba su maestro y cuyas crónicas merecen figurar entre las de los grandes: Hemingway, Dos Passos, Saint-Exupèry, Orwell, Ehrenburg, Dos Passos… Enviado por Wiadomosci Literackie, llegó a España nada más comenzar las hostilidades, en septiembre de 1936, recorrió el país y fue testigo excepcional de la resistencia de Madrid: “¡Qué sensación tan increíble cuando un proyectil disparado por una pieza de artillería pesada surca con su estruendo el cielo de una gran ciudad, tan enorme como indefensa!” (puede leerse la crónica completa aquí). En 2007, Alba editó el libro en el que Pruszyński recogió su paso por la guerra, En la España roja, traducido también por Katarzyna Olszewska Sonnenberg.
La exposición Corresponsales en la Guerra de España (1936-1939), de la que Pruszyński formaba parte, recorrió más de veinticinco ciudades de todo el mundo. En la medida de lo posible, la muestra se enriquecía en cada lugar con testimonios de periodistas locales que hubieran cubierto el conflicto español. Al llegar a Varsovia, en 2009, entré en contacto con el hijo de Pruszyński, Stash (Varsovia, 1935), que regentaba en la ciudad el Radio Café, un local que se distinguió en los estertores del comunismo por su oposición al régimen y desde el que se captaban emisiones radiofónicas del otro lado. No tenía más que algunos libros y recuerdos porque había salido con veinte años de Polonia y apenas había conocido a su padre, pero el encuentro fue inolvidable.
Añadimos lo que tenía a la exposición y dijo que él corría con el cóctel de inauguración, que resultó magnífico y generoso de alcohol, y durante el que me contó que tal era la obsesión por salir del comunismo a mediados de los cincuenta que su madre le coló en un grupo de estudiantes ingleses que visitaban Polonia. Así cruzó el Telón de Acero y abandonó el país. Cuarenta años después, en 1995, lanzó una convocatoria sorprendente. Los “Pimpinelas de Cambridge” debían presentarse en la estación de Varsovia con un paraguas que llevara impresa cualquier bandera. Fueron recibidos por unos gaiteros en la estación central y les esperaba un fin de semana de fiesta y camaradería con todos los gastos pagados. Uno de ellos, Neal Ascherson, que narró el reencuentro en The Independent, escribió: “Era el tono inconfundible de Stanislaw (“Stash”) Pruszyński, vagabundo, encantador y restaurador, que dejó su país, escondido en un maletero, en 1955, y regresó cuando se hizo libre más de treinta años después”.
Aquella noche mágica que pasé con Stash se alargó en su café con más copas y un torrente de aventuras. Vivió muchos años en Estados Unidos y estaba el 5 de junio de 1968 en el hotel Ambassador de Los Ángeles cuando Robert Kennedy fue tiroteado. Había seguido al candidato presidencial, que atajaba a través de las cocinas para dirigirse a una rueda de prensa tras su discurso, cuando se encontraron con el revólver de Shirhan Sirhan. Stash no había apagado su grabadora y se registraron los disparos que habrían de resultar mortales. La policía hizo una copia y la “cinta Pruszyński” llegó a hacerse tan popular como la “película Zapruder” del asesinato de Jonh Kennedy. Según algunas teorías, la grabación del polaco demostraría que hubo más disparos de los que cabían en el arma de Shirham y por tanto hubo más de un asesino. Stash se convirtió en una celebridad, pero cuando fue a echar mano de la cinta original no la tenía: la había perdido en un traslado precipitado a Canadá, cuando huyó con la mujer de un amigo. Más allá de los fact-chekers, los periodistas polacos mantienen una tensión extraordinaria al contar una historia, tal vez por la necesidad de afianzar su lugar en el mundo, por su facilidad para identificarse con los oprimidos o porque abordan cualquier reto con toda la intensidad de su alma, una virtud muy apreciable en el periodismo.
Stash Pruszyński en Radio Café de Varsovia.