Moratín tenía 31 años cuando estrenó en el Teatro del Príncipe (el Español de nuestros días, el de la plaza de Santa Ana) su Café, esto es: La comedia nueva. El estilo de la obra o su sátira de los espectáculos rocambolescos nos puede gustar más o menos, pero lo cierto es que ese texto se presentó en el momento idóneo y en el lugar indicado: un texto sobre la realidad social y teatral de aquellos años no habría tenido sentido al presentarse 10 o 20 años más tarde (en lugar de en su 1792) o en otro espacio (pues incluso las referencias metateatrales del texto aluden al mismo Teatro del Príncipe).
El Teatro Español años (o siglos) ha
Jacinto Benavente tenía 37 años cuando presentó en ese mismo espacio La noche del sábado, García Lorca vio sobre estas tablas el estreno de La zapatera prodigiosa con 32, y un poco más tarde Buero Vallejo sorprendió a todos con su debut a los 33 años: Historia de una escalera, también montada por primera vez en el Teatro Español.
No es que la historia (ya de varios siglos) de este recinto esté exenta de tropiezos, o de montajes de obras clásicas, o incluso de adaptaciones de textos no teatrales para su puesta en escena… pero ya que nos ponemos, ¿por qué no quedarnos con una de sus mejores peculiaridades? La de estar atento a la realidad del teatro escrito por los dramaturgos jóvenes, por aquellos que están iniciando su camino en la construcción de un lenguaje, de una poética, de un diálogo con la sociedad de su tiempo…
Sabemos lo que batalló Valle-Inclán para estrenar sus obras en este Teatro Español. Entre otras cosas, sin duda, porque –como nosotros- era consciente de la importancia que tuvo en las carreras de otros autores su presentación al público madrileño sobre las tablas de este espacio que ha sido central en la vida teatral de la ciudad a lo largo del tiempo.
Seguramente, no todos esos estrenos fueron grandes éxitos (¿quién garantizó nunca que un montaje –sea vetusto o contemporáneo- fuera a tener algún éxito?), pero desde luego permitieron a sus autores enfrentarse con naturalidad (y buenas condiciones) a la realidad y al riesgo de esta profesión: el de presentar sus trabajos al espectador coetáneo, exponerlos a su crítica, a su admiración, a su sorpresa…
Permitir ese encuentro (ofrecer el espacio a esa nueva dramaturgia, poner a disposición los medios necesarios, plantear una retribución económica digna…) es lo que se entiende que debe ser la responsabilidad de un espacio escénico de titularidad pública, y por ello quiero pensar que la nueva programación del Teatro Español bebe también de esa idea.
No es que falten autores clásicos en el calendario (por ahí van a estar Virginia Woolf o Eugène Ionesco), pero nos encontramos con un número abundante de dramaturgos jóvenes (pongamos menores de 40 o 45 años) que van a mostrar sus trabajos en el Teatro Español. Autores de textos en un sentido más clásico (Lola Blasco, Antonio Rojano, Carolina África, Alberto Conejero…) y también creadores que exploran nuevos caminos en la escritura para la escena (Albert Boronat y Judith Pujol, Louisa Merino, Txalo Toloza-Fernández, la compañía Vértebro…)
Furiosa Escandinavia
Algunos de ellos no estarán en la sala grande (de esto ya hablamos con respecto al Centro Dramático Nacional), pero otros sí. Muchos no son madrileños, pero tampoco lo eran Lorca o Buero. Buena parte de ellos solo podrán mostrar sus piezas dos o tres días, mientras que otros contarán con varias semanas de presentación… Está claro que no es perfecto, pero solo por el hecho de incidir en esa recurrencia del Teatro Español con los autores jóvenes (y hacerlo incluyendo una importante nómina femenina), hace que me apetezca acercarme a ser parte de ese público que debe conversar con los autores de su tiempo.
Vera Yobardé
