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Mientras tantoPersiguiendo rayos

Persiguiendo rayos


 

Suena Suite bergamasque:III. Claire de lune,

de Claude Debussy –al piano, Noriko Ogawa –

 

Viendo Antes del anochecer (Before midnight, 2013), la tercera entrega de ese maravilloso tríptico elaborado por Richard Linklater a partir de la historia sentimental desarrollada a lo largo de dos décadas entre Jesse y Céline, uno recuerda inevitablemente El rayo verde (Le rayon vert, 1986), de Eric Rohmer. Resulta obvio, ya que la cita es evidente tratándose del director de Austin, Texas, cinéfilo conocedor no solo de la tradición cinematográfica de Hollywood sino también de la dejada por Yasujiro Ozu, Robert Bresson o de los miembros de la “Nouvelle vague”. Así pues, Jesse y Celine contemplan la puesta de sol desde una región del Peloponeso como si estuvieran a la espera de que se produzca el fenómeno que da título a la película de Rohmer  y por lo tanto se cumpla la leyenda, tal y como cree Delphine, la protagonista de aquel film. Significativamente, el efecto es muy diferente.

 

 

El “rayo verde” es un fenómeno óptico causado después de la puesta de sol debido a que sus rayos quedan muy refractados por la baja atmósfera, de tal manera que tan solo llega al ojo del observador los colores amarillo y verde. El observador puede apreciar, y no siempre, durante un segundo o dos, un destello verdoso, justo antes de ocultarse definitivamente la parte superior del sol. Eric Rohmer partió de la novela homónima de Julio Verne quien describía así el fenómeno: “… un verde que jamás ningún artista podría jamás obtener en su paleta, un verde del cual ni los variados tintes de la vegetación ni los tonos del más limpio mar nunca podrían producir igual. Si hay un verde en el Paraíso, no puede ser salvo de este tono, que muy seguramente, es el verdadero verde de la Esperanza.”

 

Rohmer, quien pretendía huir de un determinado “cine de qualité” en el que se le estaba encasillando, solo tenía claro el desenlace de la película -el resto iba a ser pura improvisación.- Delphine espera contemplar el fenómeno y así tener la certeza de lo que dice la leyenda, tal y cómo ha oído contar en un momento determinado: ¿ Y qué mito se esconde detrás de ese fenómeno? Pues el que narra que las dos personas que lo vean a la vez quedarán automáticamente enamoradas la una de la otra al provocar esa epifanía que uno y otro reconozcan sus sentimientos mutuos.

 

 

Una vez ya filmada la totalidad del metraje y tras haber gastado tan solo un diez por ciento del presupuesto total de la película, Eric Rohmer decidió lanzarse a la aventura de conseguir capturar la imagen que necesitaba para concluirla, la del “rayo verde”. Un primer intento ya había tenido lugar durante el rodaje, en las mismas playas de Biarritz, pero la misteriosa luz apenas resultaba perceptible y si además había que tener en cuenta que el negativo utilizado era de 16 milímetros, que luego debía hincharse a 35 milímetros, no se podía modificar el encuadre porque hubiese producido un exceso de grano en la imagen. Frente al descontento, se tomó la decisión de enviar un operador al Canal de la Mancha y otro a la costa del Atlántico. Las tentativas, de nuevo, resultaron en vano.

 

Lejos de rendirse, Rohmer no cedió a pesar de ya estar inmerso en el rodaje de Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle (Quatre aventures de Reinette et Mirabelle, 1986). Aproximadamente siete meses después de los primeros intentos Philippe Demard, con la ayuda de un asistente, Florencio Montcouquiol, en la isla de Las Palmas de Gran Canaria consiguió capturar el fenómeno lumínico desde un acantilado la misma tarde de su llegada. La incredulidad de Rohmer fue mayúscula y les propuso que se quedaran en la isla hasta la obtención de una segunda toma. Eso les permitió disfrutar de diez días de radiantes vacaciones, como reconoció el propio Demard –quien aparece en los títulos de crédito de la película con la poética designación de “coucher de soleil”.-

 

 

A pesar del éxito, la mejor de las dos tomas resultaron para Rohmer insatisfactorias ya que el rayo era a penas perceptible en una veintena de fotogramas. Reacio a tener que manipular la imagen, el cineasta se vio obligado a tener que aplicar un pequeño trucaje al ampliar la duración del fenómeno a través de un ligero ralentí y a tener que manipular en el laboratorio los fotogramas para aumentar la intensidad del verde. ¿Cabe hablar de un efecto especial? ¿Claudicó finalmente Rohmer ante la imposibilidad de capturar el instante tal y como él quiere? ¿Se traicionó estéticamente a sí mismo? Demard ha defendido contra las acusaciones la decisión tomada argumentando que no se introdujo ntonces ningún elemento adicional o heterogéneo a la imagen. Sin embargo, parece ser, que la conciencia de Rohmer no pensaba lo mismo.

 

Muchos años después, durante el rodaje de Cuento de verano (Conte d’été, 1996), el cineasta parecía dispuesto a enfrentarse de nuevo a su personal obsesión. Los remordimientos por el pecado cometido al contradecir su creencia sobre la autenticidad de lo que registra la cámara no le han abandonado. Al finalizar el día de rodaje ordena a su equipo que se prepare para filmar el “rayo verde”. Apostados sobre un acantilado, el equipo expectante espera la llegada del crepúsculo frente al horizonte que dibuja el mar. Llegados el momento ruedan el chasis entero -unos 10 minutos-. A partir de ahí cierta leyenda se esconde también en torno a las imágenes que aparecen al final de la película. Por una parte, se cuenta que Rohmer buscó las latas donde descansaban los rollos originales de la película y sustituyó las imágenes incluidas originariamente por las nuevas, que no habían sido manipuladas en el laboratorio. Por otra parte, la sospecha de que tan solo se produjo un leve resplandor y Rohmer, decepcionado ante una tentativa infructuosa, y según recuera Mevil Poupaud, protagonista de Cuento de verano, aquella noche el maestro francés, que no bebía, se entregó al ritmo de la giga y bailó como un loco.

 

¿Por qué esta insistencia de Rohmer sobre la captura del “rayo verde”? Por razones de integridad estética, sin duda, pero también para aportar su propia participación en un debate planteado por la novela de Julio Verne: ¿es el extraño fenómeno lumínico un efecto real de refracción o se trata, por lo contrario, de una ilusión óptica debida a la persistencia retiniana? La discusión atañe al cineasta podríamos decir que doblemente. Su obsesiva insistencia trataría de dar respuesta a esa duda, por un lado. Y por otro, ¿no es este debate una cuestión que afecta directamente a la actitud existencial de la protagonista? En un determinado momento Delphine, cansada de no encontrar el amor, confiesa que solo va a dejarse llevar por los elementos aleatorios de su vida. El rayo verde es una nueva demostración de la habilidad magistral de Rohmer para manejar lo azaroso y lo determinado y nos interroga sobre la ambigüedad de los sentimientos, sobre su naturaleza real o sobre su simple apariencia. El fenómeno del “rayo verde”, su misteriosa existencia, se convierte en la metáfora de la propia protagonista: ¿es capaz de vislumbrar la luz de esa epifanía que le revela la verdad o se trata de una simple ilusión creada a partir de su subjetividad?

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