Qué cosa es Perú
dirán las gentes, puestas a pensar en otra cosa que no rinda frutos
en esta vida amable del olvido y de la pura vanidad
Es un país dirán.
Jon Piscatelli, esperando conmigo a nuestros hijos en la calle Academy
cuando se lo mencione, recordará mientras sostiene la correa de su perro
que ese golpe del que hablan los noticieros
sucedió ahí.
Y le contaré como quien dice que está lloviendo
a la iraní que enseña francés: hubo un golpe en el Perú
y ella dirá oh y pondrá ese gesto con el que también escuchaba
mis memorias de cuando yo vivía
en el Bronx en la calle Villa
Le suelto el climax de este cuento:
«Voy a ir la semana que viene» y le cambia el gesto
tal vez porque Irán y Perú tienen historias en común
porque a quién se le ocurre que un golpe puede
durar tres horas.
En esas tres, prepararé mi clase
sobre Chantal Akerman
pensando, más que nada, en las asignaciones finales de diciembre.
Entraré al aula como quien habla de los
trenes atascados, los pormenores de la nieve y diré
«There was a coup in Peru» ha ha ha qué divertido
qué interesante ¿verdad?
Y me las arreglaré muy bien para ser hombre
del siglo veintiuno, inmigrante con hipoteca y puesto fijo, aplicativo para mirar
los cuartos de final desde Qatar
y esa web que me quiere
registrar y que pague por ver la realidad
de una patria que me obliga a mirarme
a sentirme mal.
¿Qué tan interesante puede ser un intento fallido de cerrar el Congreso
un presidente zombi?
Alguna vez también fui niño y me pegué a la pantalla para ver a un
presidente gritar desde un balcón
marché por la libertad, me tiré al piso
mientras los coches bombas convertían mi casa en museo del horror
abrí la puerta de la calle donde aparecieron mis primos
porque Sendero había intentado tomar el pueblo
y vi meses después los casquillos de las balas y el forado que la dinamita.
Supe de los secuestros al paso comí pan popular
me senté en la Javier Prado para que nos permitieran pagar
las pensiones en tres partes
clase media de Lima que aceptaba la oscuridad del Año Nuevo
radio a pilas y el sonido de las bombas un poco más allá
Tarata, Sol Gas, Canal Dos, IBM, Kentucky Fried Chicken, comisaría Carretera Central
pintas en los cerros, guerra popular, casetas de control, toma de rehenes
hasta la victoria, chorrito de agua con heces, interferencia telefónica
Uchuraccay, Cayara, la boca del lobo, reportaje a la muerte
la griga Inga escapando de Lurigancho, un chofer acribillado por las balas
por no escuchar el deténgase del toque de queda, el pago de la deuda externa
las pintas en los cerros, las rejas en las ventanas de la casa, Villa Coca,
despertando en el autobús para alargarle al tombo la
libreta electoral, la guerra, el Falso Paquisha, la voz de Ferrando, el paro armado
Machucao, las huelgas indefinidas, el dolar MUC, la Atarjea, el Comando
Rodrigo Franco, el escape de Polay de Castro Castro, el huayco en Chosica
el Niño y el rock subterráneo, las pirañas con Terokal, el estadio Nacional con sus
pisos de pichi y el olor a marihuana, el servicio militar obligatorio, María Elena Moyano
y el policía que me para en Salaverry, mete las manos en
mi carro y se quiere llevar la radio del auto, forcejea sin éxito,
coge el frasco del odorizador
dice mejor que nada, ya váyase a su casa, no vuelva a manejar en
ese estado.
El país como una nube que regresa a tocarme
yo miro una pantalla de un teléfono
esa perfecta criatura de luces
a la que no le importa nada
más allá de sus límites
un celular que se limita a funcionar
con ese olor a nada
ese reflejo neutral mientras camino hacia mi auto
ese aparato que me dice que no hay de qué preocuparse
la vacancia, los votos, el discurso y la promesa de un Perú
que sigue siendo
el desconcierto y la casaca negra con capucha que me sirve
en este frío del 7 de diciembre
el remordimiento
porque el teléfono calienta mi mano
y eso es lo único que siento.
¿es verdad?
El auto se enciende el motor que sabe del invierno ya
prendo las luces, es tarde
vuelvo a casa.