En Perú andan de comicios. Y el primer mundo escandalizado se echa las manos a la cabeza ante los dos candidatos que disputarán la segunda vuelta presidencial en una desgastante carrera electoral que finaliza el 5 de junio. Ollanta Humala y Keiko Fujimori son imágenes del pasado (por diferentes razones) y, en realidad, ninguno de ellos va a presidir Perú.
Perú está eligiendo un administrador virreinal del imperio de Brasil. En enero de 2009, Alan García -uno de los peruanos más nocivos para Perú- selló la renuncia a la soberanía. En aquel momento, Luis Inacio Lula da Silva, presidente del neoimperio de Brasil, firmaba con su supuesto homólogo peruano un acuerdo del que casi no se habló y que los medios de comunicación obviaron (excepto en el mismo Brasil). Se trataba de un acuerdo marco que permite a Brasil desarrollar al menos seis megaproyectos de hidroeléctricas en territorio selvático peruano para que a su crecimiento elefantiásico no le falte energía. No será solo en Perú donde se construyan represas para el imperio paulista, pero es en ese país donde se concentra el interés brasileño. Los 2.000 MW de Inambari, una de las hidroeléctricas de la discordia (quinta más grande América Latina y con una inversión de casi 5.000 millones de dólares), son para Brasil, no para Perú, y sin embargo es tema de agenda electoral para Ollanta y Keiko. Ya no será asunto a tratar el Puente Continental en el río Madre de Dios, porque ese proyecto está a punto de terminar.
La integración entre Perú y Brasil es tan integración como lo sería la fusión del Banco de Santander con la Caja de Ahorros de Socuéllamos. Es decir, una absorción en toda regla con aspecto de acuerdo horizontal. Perú ha sido comprado, en primera instancia, por inversores chilenos y, ahora, de forma mucho más agresiva, por Brasil. Esta renuncia a la soberanía y al desarrollo propio trae buenos réditos a la macroeconomía (no olvidemos que el ‘fenómeno peruano’ es destacado por diarios del Norte) pero desastrosas consecuencias para la población.
Eso no se puede decir. En el caso de Keiko Fujimori ni habla de la soberanía ni le importa: su padre ya fue el ejemplo del desastre y ella sueña con emularlo. Pero Ollanta Humala ha decidido callar, ocultar, camuflar y disimular lo que piensa para que los medios de comunicación tradicionales y las élites criollas y extranjeras no lo machaquen antes si quiera de que abra la boca. El candidato que un día fue nacionalista, soberanista y con cierta inclinación a la izquierda, ahora se presenta como si fuera un socialdemócrata moderado que quiere el mismo desarrollo pero con más distribución (un axioma imposible de cumplir). Por eso, promete una consulta popular sobre la represa de Inambari (que desplazará a, al menos, 8.000 personas) en lugar de hablar de leyes serias que limiten el alcance de los megaproyectos, o, por lo menos, de derogar el decreto de urgencia firmado este pasado enero por Alan García que permite conceder órdenes de explotación sin Estudios de Impacto Ambiental (EIA). Los medios internacionales aplauden la moderación de Humala y Perú pierde otra vez la posibilidad de existir por sí misma, algo que no ha logrado desde que el primer español pisó tierra del imperio Inca.
La Oficina Nacional de Procesos Electorales de Perú se podría ahorrar el gasto de la segunda vuelta porque Perú ya tiene presidenta y se llama Dilma Rousseff. Ella decidirá el futuro del país andino y el futuro mandatario de Lima sólo será el administrador de unos acuerdos que ya han sido sellados con sangre.