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AcordeónPescueza, esta tierra es para viejos. Soledades en la frontera lusoespañola

Pescueza, esta tierra es para viejos. Soledades en la frontera lusoespañola

 

A primera vista el pueblo tiene un aire semejante a otros muchos pueblos en medio de una planicie olvidada. Pero no lo es. Aquí hay hogares enfermos. Los viejos viven en las casas donde levantaron su tejado. Es un lugar que parece condenado a desaparecer, como muchas otras localidades a ambos lados de la frontera entre España y Portugal. Hoy cuenta con solo 152 habitantes, y prácticamente la mitad de la población tiene más de 65 años de edad. Alabado sea el programa Quédate con nosotros, que fue creado para impedir la desaparición (absurda) de su población y, al mismo tiempo, ofrecer una vida mejor –más digna e independiente– a sus ancianos.

—Quédate con nosotros es un proyecto que después de diez años de trabajo lo que ha puesto de manifiesto es sencillamente el interés que tiene lo que ahora llamamos la España vaciada, las zonas despobladas, el mundo rural, de… de acometer una nueva organización de los servicios de proximidad, me dice Constancio Rodríguez Martín, presidente de la asociación Amigos de Pescueza.

La idea (hasta cierto punto innovadora) es que los ancianos permanezcan en sus casas.

En Pescueza dicen con orgullo que se trata de la fiesta más pequeña del mundo. Es el Festivalino. Fue creado en 2008. Desde entonces por aquí han pasado grandes artistas españoles como La Oreja de Van Gogh, Amaral, Manuel Carrasco o Revólver.

La prioridad era dar vida al pueblo y, por otro lado, fomentar la interacción con los mayores. Hace tres años, más de 10.000 personas acudieron al Festivalino. La asociación Amigos de Pescueza puso en marcha en el año 2011, con el apoyo de la Junta de Extremadura, la Unión Democrática de Pensionistas (UDP) y el municipio, el modelo de un territorio sin viviendas. ¡Nada menos!

—La gente de nuestro pueblo necesita seguir viviendo donde ha vivido toda su vida. Hacer de tu entorno el hábitat más adecuado para seguir compartiendo el salón, la localidad, la tienda, los vecinos, los amigos, el jardín, añade Constancio Rodríguez Martín.

Pescueza ha permitido, de hecho, que muchos ancianos se queden en sus casas, en el lugar donde siempre han vivido. Tienen una vida fácil. ¿Y cómo…? Aquí, un pasamanos. Allí, una pasarela azul que permite caminar con seguridad, ya que se trata de una superficie antideslizante. Todo ello en los itinerarios más frecuentados: iglesia, oficina y Centro de Día.

Pescueza es –según el Banco de España– uno de los 158 municipios de la región que podrían desaparecer a largo plazo si no se revierte la dinámica demográfica.
Hay 3.400 localidades españolas que se enfrentan hoy al mismo problema.

—El primer síntoma de que un pueblo se muere es cuando la escuela echa el cierre. Cuando se cierra el colegio está claro que falta algo. ¿Qué? ¡Niños! No hay niños. El siguiente es cuando las tiendas desaparecen. El pueblo tiene cada vez menos personas que consuman y los establecimientos dejan de ser rentables. Por último, el síntoma definitivo, el más grave, son los bares. Cuando cierran, se acabó. Porque el bar es centro social y de reunión, que satisface una necesidad esencial. Cuando no hay población deja de haber servicios públicos como el colegio, la sanidad, la banca, el correo… Son los síntomas que acaban con un pueblo, cuando faltan los servicios públicos municipales… –explica José Vicente Granado Granado, director del Servicio Extremeño de Promoción de la Autonomía y Atención a la Dependencia (SEPAD).

Centro de Día de Pescueza. Media mañana de un jornada como otro cualquiera. Por aquí solo aparecen aquellos que quieren o necesitan algo. El lugar está abierto desde las 8:30 de la mañana hasta las 9 o 9:30 de la noche. Y se adapta a las necesidades de cada persona… Montaña Llanos Llanos prepara el almuerzo y la merienda. Hoy anuncia: patatas marineras (patatas con gambas, mejillones, almejas y pescado) y “de segundo”, como se dice en España, lomos de cerdo.

—El mayor reto que tenemos aquí en este centro es que las personas permanezcan el mayor tiempo posible en su casa. Para ello les prestamos una serie de servicios como puede ser llevarles la comida, las duchas, pueden venir aquí a ducharse, lavandería, también los acompañamos al médico, a consultas no solamente aquí en el pueblo sino también en ciudades que están cerca, y para ello contamos con este proyecto, Quédate con nosotros, que consiste en que ellos permanezcan lo más tiempo posible en sus casas, porque lo que realmente quieren las personas mayores es permanecer todo el tiempo posible en sus propias casas. Hay muchos a los que les falta su pareja y por eso su sentimiento de soledad es tan grande. Nosotros aquí también les acompañamos en ese… en ese proceso de soledad que atraviesan a veces, de duelo, un poco… en estar… a lo mejor sin nadie, sin ningún apoyo… Es gente que no tiene hijos y para eso nosotros también tenemos una psicóloga que es la que va también por las casas prestando atención –nos cuenta Sandra Díaz García, directora del Centro de Día.

Todos los días hay actividades: clases de gimnasia (como la de esta mañana), talleres de nutrición o de elaboración de jabón… por no hablar de las sesiones emocionales, que es como quien dice de memoria. De ejercitar la memoria. La asociación Amigos de Pescueza ya está prestando ayuda a unas 30 personas mayores.

El sol está alto. Dentro de poco será la hora de comer en el Centro de Día.

Mientras tanto, Herminia Sansón Martín se apresura em dirección al olivar situado a las afueras del pueblo. Tiene 82 años. Vive sola en casa. Perdió a su esposo hace 21 años. Hoy es día de limpiar zarzas, la pata de burro, los brotes de los olivos más abultados. Es de pies ligeros, pero ha trabajado toda su vida de sol a sol, ella… y su marido, que era obrero en la Seat de Barcelona. Con el paso del tiempo la tía Herminia comenzó a darle más valor a estos raros momentos de paz. ¿Y a los olivos? El año pasado produjeron 79 litros de aceite. Pescueza siempre ha vivido de la agricultura y del pastoreo. En el Centro abierto –que resulta ser una auténtica plataforma de servicios– hay una actividad más: la preparación de aceitunas, que tiene su enjundia.

El primer turno de comidas se sirve a la una de la tarde. Los observamos como quien no quiere la cosa. La tía Antonia, con los ojos brillantes, extrae de su memoria una canción de amor:

Madre, yo tengo un novio
aceitunero, aceitunero
que vareando tiene
mucho salero
me gusta a mí.
Cuando me ve, me dice:
Voy a morir por ti.

Madre, yo tengo un novio aceitunero.
¡Aceitunero me gusta a mí!
¡Dale a la vara!
dale bien,
que las verdes
son las más caras
y las negras pa ti.
ti-pi-ti-pi-ti.

La melopea amorosa continúa. Escuchamos. El amor requiere siempre de fe.

¡Ay! Me estoy muriendo por ti.
¡Ay! Desde que te conocí.
Estando en la aceitunera él me decía
con palabritas dulces que me quería,
se acabó la aceitunera y no lo he vuelto a ver.
Madre, yo tengo novio aceitunero.
¡Ay, que se muere por mi querer!

La fadista portuguesa Amália Rodrigues también llegó a cantar Madre, yo tengo un novio aceitunero (del cancionero tradicional de Jaén) en español.

El segundo turno se sirve en el Centro de Día dentro de poco, a las dos de la tarde. El comedor está silencioso. La euforia de vivir no es aquí nada estridente…

El Centro de Día cuenta con 12 auxiliares, una enfermera, una psicóloga, una cocinera, un administrativo, un monitor deportivo y una directora (que es terapeuta ocupacional) para cuidar de los ancianos.

—El trato con los mayores es esencial porque aparte de cuidados sanitarios necesitan de cuidados humanos. Necesitan buen trato. Cariño. Humanidad… –afirma Raquel García Borrero, enfermera.
—¿Y… y la soledad de los ancianos? –pregunto.
—La soledad de los ancianos es un tema muy delicado y que requiere mucho de nuestro cariño, de nuestro cuidado, de nuestro apoyo, de sentirse queridos y saber que siempre estamos ahí para atenderlos. Nosotros aquí los tratamos como si fueran de la familia y atendemos las necesidades que tienen ellos tanto dentro como fuera de la residencia, en su vivienda. Intentamos asumir un papel más de familia, no solo asistencial.

Al poco rato comienza una sesión tan útil como espiritual que todos esperan con ansiedad: la siesta. Los campesinos madrugan y hay costumbres que nunca se pierden… Celebramos otro encuentro en el patio. Tío Isidoro Martín Sánchez. Está en la misma casa desde los años 90. Fue miembro de la Guardia Civil.

—Usted no tiene cara de guardia civil…
—¿Que no tengo cara de? Pero cuerpo, sí. (Se ríe) Yo… ingresé en el cuerpo con mal pie porque no daba la talla. Tuve dificultad para ingresar, pero solamente por ser corto de estatura. Pero finalmente me dieron luz vede.

Ingresó en la Guardia Civil con 31 anos cumplidos. Fue militar durante 20 años. Hoy cumple 87.

—Y estar aquí hoy… ¿Cuál es el sentimiento de estar aquí parado? –indago.
—El sentimiento es… Tengo a la mujer enferma. Yo también estoy muy mal de las piernas, sabe, y todas esas cosas. Tuve también un accidente. Me pegaron unos tiros y nada. Estaban robando en un chalet. Fuimos al caso y luego los que estaban ahí me pegaron dos tiros. De escopeta. A nueve metros y medio… De manera que… También viví un hueso muy duro de roer con el terrorismo de ETA.
—¿Cuál es la historia más bonita de toda su vida?
— Pues eso… El ingreso, la ilusión de ser guardia y nada más.
—¿Qué es lo que más le gusta hacer ahora?
—Estar con mi mujer… Ya somos historia, pero voy perdiendo alegría porque cada vez la… la edad no perdona. Los años no perdonan. Eso te… todos los años te van cayendo encima y cada vez es peor. Cada vez, peor. Bueno…
—¿Piensa en la muerte?
—¿Eh? Sí, pienso en la muerte, pero bueno… cómo no voy a pensar. Pero vendrá cuando venga. No tengo prisa. (Se ríe). Yo procuro vivir la vida cada día y nada más. ¡Y ya está!

El tiempo es implacable. De nada serve atrancar el pasado. Hay que hacer frente a la vida como lo que es, en cada momento, al margen del carácter y de los sueños que cada uno tenga. Muchas veces lo peor ni siquiera es regresar. Acabamos en un terreno yermo. Tío Pío Ramos Pérez tiene 78 años. Soltero. Nacido y criado em Pescueza. Ayudó a muchos portugueses hace más de 60 años, cuando era pastor. Entablamos conversación a la puerta del Centro de Día.

—Cuando tenía 15 años… 14, 15… solían venir portugueses de noche por ahí, por el campo, iban andando con 20 o 25 kilos de café a la espalda. Muertos de frío. Aquello sí que era pasar frío. Porque el agua les llegaba por aquí y se quedaban empapados. Yo dormía con el ganado en el campo y los que pasaban por allí me llamaban. Ven. Me levantaba y hacía una buena hoguera, pues ya tenía leña preparada para hacer una buena hoguera, y se calentaban…
—¿Eran contrabandistas…?
—Lo eran. Traían café. Para Portugal solían llevar tela de pana y cosas de esas…
—¿Ha cambiado mucho Pescueza con el paso del tiempo?
—Mucho. Mucho. Mucho. Mucho. En todo. Antes no había nada. No teníamos nada y ahora hay de todo…
—Antes había aquí dos escuelas…
—Sí. En el pueblo había dos. Había una de niños y otra de niñas. Y ahora nada. ¡Ninguna!
—Quedan los ancianos… –completo.

Tío Pío. En los años del hambre (como todavía se dice por aquí), los contrabandistas portugueses corrían por estas tierras desgraciadas y trataban de salir adelante. Traían café e llevaban azúcar, cosas de granja y galletas para sus aldeas al outro lado de la frontera. La verdad es que de la antigua fraternidad fronteriza solo queda la memoria de los viejos, que saben de primera mano lo que costaba sobrevivir. Pero quizá lo que ahora peor lleve esta gente es la soledad… Vuelvo a la carga.

—La soledad es lo peor que hay. Te metes de noche en casa, solo, allí… El que no está acostumbrado lo pasa mal. Yo estoy acostumbrado porque pasaba mucho tiempo en el campo y estaba solo de noche.
— Ahora es peor… –aventuro.
—Pienso mucho de noche. Pienso en todo. Cualquier cosa que te puede pasar. Te puede pasar cualquier cosa, todo pasará…
—¿Tiene todavia algún sueño, alguna ilusión?
—Pues, no. Pasar el día. Vivir la vida día tras día, eso es todo.

Tío Pío está solo. La soledad impuesta –o la muerte social– se siente siempre como un castigo. Me da por recordar las palabras del gran periodista (y escritor) Raúl Brandão: “Es de la gente ignorada de quien atesoro las más profundas impressiones de la vida. Han sido los pobres los que me han obligado a pensar. Han sido una serie de figuras nada refinadas, las que me encontre en el camino, sometidas a realidades tan crudas que nunca han desaparecido de mi alma. Todavía hoy las tengo presentes ante mí, tanto las que viven como la que se fueron”.

Noelia Galán se despide del viejo con ternura y se acerca. Es la joven psicóloga del lugar. Pintoresco. Y triste. Ella es incansable cuando está con sus “queridos vecinos”. Ellos, por lo menos, saben lo que es la vida y el dolor. En Pescueza se ayudan unos a otros…

—La soledad es una de las grandes lacras del siglo XXI. Es agradable si uno la escoge y es una opción personal, pero puede ser tremendamente dura cuando es obligada, y hoy en día la gente cada vez vive más tiempo. Hay pueblos que tienen muy poquita población y la soledad va a ser algo obligado en muchas circunstancias…

Escucho, sin decir una palabra.

—Creo que yo recibo más de ellos que lo que yo puedo dar, pero lo más difícil, quizá, sea ver precisamente esa soledad cuando no quieren verla… Es bonito, es gratificante, pero lo más difícil sería quizás eso: saber que esa persona no quiere esa soledad y lidia con ella a diario.
—¿La parte humana es la prioridad?
—Sí, por supuesto. Sí, sí, sí. Es… Es el motor del proyecto, sin duda.

Las dos y media. Está claro. Tío Isidoro, que estaba esperando a que le lleven a su casa para echar la siesta, llama la atención en el Centro de Día. Trini, la afable auxiliar, hace de taxista en el coche eléctrico de la Asociación Amigos de Pescueza. Y hace sobre todo de amiga o confidente de dos viejales… De muchos olvidé ya el nombre. De ella, no. Tía Constantina Rodríguez Llanos. 94 anos. Era comerciante. Una señora modesta y adorable que transmite bondad. Hacía milagros con los pobres cuando no podían pagarle lo que le debían. Ella continuaba vendiéndoles lo que necesitaban. Y, un día, las deudas desaparecían de la libreta de las cuentas…

—Yo tenía una tienda y mi marido era zapatero. Él trabajaba en el piso de arriba y yo tenía la tienda abajo. Él iba a por la mercancia a Coria y a Torrejoncillo. Vendíamos… vendíamos fiado y lo anotábamos en la libreta. Me pagaban y se quedaban otra vez sin dinero. Tenía que volver a fiar otra vez hasta que volvían a cobrar. Una familia no… tenía. El marido estaba enfermo. Tenía cancer y se moría, y no tenían ni para comer. La gente del pueblo les daba limosna y yo le digo a mi marido: “Lo que nos debe Gala –la mujer se llamaba Gala– se lo vamos a perdonar y que vengan de nuevo a comprar”. Y mi marido me dijo que sí. Fui a preguntar por el marido de Gala, y les dije: “Miren, lo que tiene allí anotado en la libreta se lo perdonamos”. Me lo agradeció… Me debía 300, pesetas que entonces era mucho dinero…

Tía Constantina es así: una señora con corazón. ¿Serán los pobres de hoy menos pobres que los de antes, o ni siquiera eso?

—¿Los contrabandistas portugueses venían a Pescueza? –me atrevo a preguntar.
—Los portugueses venían con las mochilas a la espalda con el café y nosotros les comprábamos tres o cuatro kilos porque no podíamos comprar mucho. Y lo vendía yo. Y lo molía y se lo vendía a las personas por un duro de café, dos duros de café… Y azúcar también. Dos duros o un duro, porque no tenían más. Los portugueses venían de noche. Eso lo que le quiero decir. Avisaban de la semana em que iban a venir y… A ver… Teníamos la puerta cerrada y sin luz porque no viera la… Guardia Civil que… que estaba allí. Se subía arriba y cerraban. Y yo me quedaba abajo con miedo…

Historias y anécdotas que ya no pertenecen a este mundo.

—Su marido era zapatero. Los portugueses…
—Una vez le encargaron camisetas de invierno. Uno de ellos se puso cinco camisetas, una encima de otra. Porque si las llevaban puestas no se las quitaban…
—Son los únicos portugueses que…
—… de la raya.
—Pero son los únicos que ha conocido…
—Sí. Sé cómo se llaman y todo…
—¿Cómo se llamaban?
—Uno se llamaba Juan y otro se llamaba José Domingos y otro Felizário o… Feliz…
—¿Felizardo?
—Felizario, y Juan era su hermano. Era su hermano.

Los contrabandistas no andaban en grupo, y dependían mucho de la suerte.
Sea como fuera, tiempos difíciles para españoles y portugueses –a ambos lados de la frontera– eran solidarios. Partimos. Constancio Rodríguez Martín, presidente de la Asociación de Amigos de Pescueza, está esperándonos a la entrada del pueblo.

—España es un país lleno de ayuntamientos pequeños, de localidades y de comunidades que responden a la misma idiosincrasia que Pescueza. Creemos además que Portugal es un país que comparte con nosotros un montón de similitudes culturales, sociales, económicas, pero también con sus diferencias. También es posible hacer que este proyecto arranque y encuentre un arreigo profundo en… Portugal. Desde Quédate con nosotros, de la Asociación Amigos de Pescueza, hacemos una oferta franca, sincera y comprometida para cualquier iniciativa que consiga atraer el… interés de las comunidades de Portugal por un proyecto semejante en su… en su vida cotidiana, por diseñar un nuevo escenário del que venimos hablando desde hace tanto tiempo…

Ignoramos casi todo de la vida y la muerte de estas personas, de sus sentimientos y costumbres (como diría Aquilino Ribeiro). Fin del viaje a Pescueza. Tierra de viejos extraordinarios… Por la mañana llueve a cántaros.

 

La trastienda de un reportaje

En medio de la mañana húmeda de rocío veo a dos ancianos sentados en un banco en el patio del Centro de Día de Pescueza. Le pregunto al que luce sombrero panameño. Peripuesto, tiene aire de ser un tipo bonachón. El otro parece un hombre de pocas palabras.

—¡Qué elegante!

Ángel Martín Sánchez, apodado Tío Ángel, es poeta. Me sonríe. Tiene 96 años. Me dice enseguida que se sabe de memoria decenas de poemas de su paisano José María Gabriel y Galán (1870 –1905).

—El poema que más me gusta es ‘El embargo’. ¿Quiere oírlo? –pregunta con buen humor.

Mirándome de arriba abajo y, sin esperar contestación, se puso a declamar el poema en castúo, un dialecto de la Extremadura española.

—Señol jues, pasi usté más alanti… (Señor juez, por favor pase usted delante).

Saboreo el recitado con deleite, qué remedio. Me encuentro pensando en mis amigos poetas: el mozambiqueño Virgílio de Lemos (1929–2013) y el gallego Alfonso Armada (Vigo, 1958).

—Tengo una memoria fantástica. Sé mucha poesía. No tengo mi cartera conmigo. Si no le decía todos los títulos…
—¿Es todo de José María Gabriel y Galán?
—Es casi todo de él. ¿Por qué lo pregunta?
—Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Rosalía de Castro…
—No. No…

Por descargo de conciencia, opto por cumplir con el papel de periodista. E inicio mi singular entrevista. Mi compañero, Rui Pereira, pronuncia un lacónico “estoy grabando”, con los ojos fijos en el visor de la SXS. Él sabe, por supuesto, que no podemos perder el tiempo. Dentro de poco, cuando el sol se esconda detrás de los cerros, no tendremos luz para trabajar…

—Nacido y criado en Pescueza. Éramos humildes agricultores. Labradores. El cuidado de la tierra. Los árboles y recoger bellotas… y por todo eso, tuvimos que dejar la escuela. También nos gustaba atender el ganado. Teníamos cerdos para la matanza, para esas cosas, y luego un rebaño de vacas y eso.

En Pescueza, “todos se dedicaban a la agricultura y el pastoreo” (diría Aquilino Ribeiro años después de publicar El hombre que mató al diablo, en Novela Semanal, en Madrid). Tío Ángel era un vecino más. Su mundo era la agricultura y la ganadería. Y la lectura. Poesía. Devoraba poesía. Su casa no era de las más ricas de la zona. Era solo una familia acomodada y honrada que aspiraba a nada más que ser lo que eran…

—¿Era feliz aquí?
—Lo era. Y lo sigo siendo en mi casita… –dice con una sonrisa.
—Un viejo feliz… –exclamo, o pregunto.
—Sí…

La respuesta no acaba de convencerme. Lo intento de nuevo.

—Un anciano feliz…

Él no se disgusta por mi insistencia.

—¡La verdad es que la soledad me mata! Mi mujer murió hace cuatro años. Estuvimos casados ​​65…

Escucho, me callo. No me queda otra salida. El anciano sostiene un bastón que más parece una garrota.

—¡Casados, eh! ¡Y fuimos muy felices! Fue la única chica que me gustó. Éramos los dos de aquí. Y ya está… –concluyó.

Palabras del periodista Raúl Brandão (1867–1930) a propósito de otro amor de otra casta: “Un día de estos tenemos que separarnos, y es natural que yo, que soy mayor, sea el primero en irme…, quiero decirte que te debo lo mejor de la vida”. Daniela Goméz Martín, la esposa del Tío Ángel, falleció en 2017.

—¿Qué es la muerte para usted?
—¿Qué es la muerte para mí? No debería decir esto, porque hay personas aquí cerca… Quiero morirme. Sí. Porque esto no es vivir. Vivir así no es vivir. Tienen que alimentarte, tienen que lavarte, tienen que…

Ángel es un hombre de carácter. Le respondo con un amargo silencio. La vejez nos deforma. Peor: nos hace dependientes. Como la soledad impuesta o, en otras palabras, la muerte social. Isidoro, el hermano menor de Tío Ángel, ni pestañea. Hay separaciones dolorosas. Está la muerte, que da sentido a la vida y no debe dejar indiferente a nadie.

—A vidas como esas no les doy ningún valor. Eso no es vivir. Cuando llegue a ese estado, no me voy a suicidar, pero…
—¿Y cuál es su mayor alegría hoy?

Intento hacer el papel de periodista, pero es hora de pedir auxilio. La pregunta es incómoda. No sé cuál será su reacción. Hechas las cuentas, el anciano se retuerce en el banco, pensativo.

—La mayor alegría para mí sería tener una compañera, al menos durante la noche…
—En habitaciones separadas… –pregunto, o insinuo con una sonrisa sardónica en mis labios.
—Eso ya no hace falta… –dice.
—Nunca se sabe… –respondo en tono burlón.

Tío Ángel mira alrededor el patio vacío y se echa a reír. De hecho, es poeta, pero no tiene cara de Don Juan.

—¿Pero qué quiere decir con eso?
—Siempre hay cosas dignas de ser añoradas, creo.
—Escucha. Voy a decirte una cosa…
—Dígame.
—Yo digo: ¿Para qué quiero una mujer? Como compañía. Es para hablar. En cuanto al sexo, nada.
—¿Y el amor?
—Hombre, el amor es lo mejor que hay si es amor verdadero. Es lo mejor. Un buen amor. Yo era muy feliz con mi mujer. Muy contento porque hacíamos buena pareja. Yo era el que mandaba en casa. Ella era la que decía lo que había que hacer respecto al ganado. Había momentos en que me enfadaba, pero…

Se encoge de hombros y se echa a reír. Le dejé dar rienda suelta a su alegría.

—Este portugués está incapacitado para las bromas…

Los poetas siempre tienen razón. Encuentro la frase anónima pintada en letras amarillas sobre el banco rojo de mi querido artista. “El placer es la flor que florece, el recuerdo del perfume que perdura”. Sea… Pero nada es eterno, como escribió Raúl Brandão: “lo que aquí conserva un carácter eterno son los árboles, los cerros y el trabajo en el campo y en las eras, que a fuerza de ser transmitido –siempre los mismos gestos– adquirió una belleza extraordinaria, arraigada hasta el tuétano en los vivos y los muertos”. Es así. Tío Ángel, el poeta de Pescueza, se fue a las pocas semanas de entrevistarlo. Se fue… porque las personas solo mueren cuando nadie se acuerda de ellas.

 

Enlaces:

Aquí, para ver el reportaje realizado por Rui Araújo. También aquí.

 

Este reportaje fue emitido en CNN Portugal.

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