Suena About Today,
de The National
Hace unos días recibíamos la triste noticia del fallecimiento del actor Philip Seymour Hoffman parece ser que debido a una sobredosis, voluntaria o no, de heroína, después de que hubiera recaído en adicciones de las que se había rehabilitado dos décadas atrás. En seguida, los medios de comunicación se hicieron eco del suceso. Y lo primero que resulta cuanto menos que curioso en estos casos es lo sorprendente que resulta para todos cuando se trata de un actor, como si algo así nos recordara lo que olvidamos con facilidad, el carácter ilusorio del cine. Porque, como quien dice, hace dos días le veíamos en la pantalla encarnando a Lancaster Dodd, personaje inspirado en L. R. Hubbard, el fundador de la iglesia de la Cienciología, en la magnífica The master (Idem, 2012), de Paul Thomas Anderson. La doble naturaleza del cine, como embalsamador del tiempo y como resucitador de fantasmas, nos permite volver a Philip Seymour Hoffman, a sus personajes, al actor y, seguramente, a su persona
Con la muerte de Philip Seymour Hoffman uno también ha podido ser testigo de cómo siempre en estos casos lo más sencillo es recurrir a los tópicos para hablar del, ciertamente indudable, talento que como intérprete demostró en la mayoría de sus películas. Así pues, uno no ha dejado de leer o escuchar que su primer papel destacado fue como secundario en Boogie nights (Idem, 1994), a las órdenes también de Paul Thomas Anderson, y compartiendo pantalla con John C. Relly, Mark Whalberg i Julianne Moore, en la que interpretaba a un amanerado personaje que se enamoraba, sin ser correspondido, del protagonista, la estrella de películas pornográficas Dirk Diggler. Un papel cuyo patetismo despertaba ciertas simpatías, puede que algo de conmiseración, y que tal vez algo de él mismo nos contaba al tratarse de alguien que no encajaba en un mundo tan estereotipado como el del porno. Efectivamente, si el éxito o el reconocimiento en Hollywood habían de llegarle debía apostarlo todo a su talento.
Y a pesar de todas sus interpretaciones –se han mencionado sus apariciones en la monumental y extraordinaria Magnolia (Idem, 1999), de nuevo Anderson ofreciéndole un papel, en El talento de Mr. Ripley (The talented Mr. Ripley, 1999), de Anthony Minguella, La duda (Doubt, 2008), de John Patrick Shenley, todas ellas en roles secundarios, o en La familia Savages (The Savages, 2007), de Tamara Jenkins, o Antes de que el diablo sepa que has muerto (Before devil knows you’re dead, 2007), de Sidney Lumet, ya como protagonista–, poco o casi nada se ha comentado de la que para mí fue una de las mejores, cuando un año después de Boogie nights, apareció en Happiness (Idem, 1996), la película que dentro de los circuitos independientes convirtió a Todd Solondz en la promesa de un Woody Allen políticamente incorrecto y sórdido. En aquella comedia cruel y escabrosa, que abordaba algunas enfermizas conductas sexuales, el actor interpretaba a un obseso sexual que se masturbaba mientras acosaba a las mujeres telefónicamente. Philip Seymour Hoffman encarnaba un ser que provocaba cierta repulsa y lástima por igual. Allí algunos ya tomamos nota.
Paradójicamente, después de interpretar a un actor lamentable y ególatra en la desternillante comedia romántica, irreverente y escatológica, Y entonces llegó ella (Along came Polly, 2004), de John Hamburg, solo un año después pasó a encarnar al personaje de Truman Capote, en Capote (Idem, 2005), de Bennett Miller, por el que recibiría el definitivo reconocimiento de la Academia de Hollywood al obtener el Premio al Mejor Actor. Resulta obvio que al recordar la trayectoria de Philip Seymour Hoffman se haga referencia a su mayor éxito y se insista en la indudable calidad de su interpretación. Sin embargo, todo ello me ha hecho acordarme una vez más del caso de Toby Jones, actor inglés, que interpretó también al escritor norteamericano en Historia de un crimen (Infamous, 2006), de Douglas McGrath, al mismo tiempo que lo hizo Philip Seymour Hoffman, aunque la película tuvo que aplazar su estreno más de un año, supongo que por cuestiones de estrategia comercial.
Dada la escasa repercusión crítica y comercial de la película, fuimos unos pocos a los que la superlativa interpretación de Jones, nos pareció que ensombrecía por completo la del otro “Capote”. Así pues, Philip Seymour Hoffman había recibido un premio de forma injusta. Y ahora que de nuevo se acerca la popular ceremonia de entrega de estatuillas doradas, uno puede volver a cuestionarse cuáles son los criterios que llevan a valorar la interpretación de los actores, principales o secundarios, y a conceder un premio, partiendo del evidente y relevante hecho de que no interpretan el mismo papel. Sin embargo Toby Jones podía competir de tú a a tú con Philip Seymour Hoffman y ni tan siquiera fue nominado, amén de participar en una película mucho más interesante y lograda en todos sus aspectos y que también trataba del momento en que el escritor llevó a cabo la redacción de su célebre A sangre fría.
Uno no sabe nunca cuál es el poder del destino y cuál es el del azar pero años después la historia volvió a repetirse con Toby Jones como antagonista, en este caso de Antohny Hopkins, cuya alargada y prestigiosa sombra volvió a dejar para el olvido la grandiosa interpretación del pequeño gran actor. Ambos interpretaron al cineasta Afred Hitchcock. Hopkins en Hitchcock (Idem, 2012), de Sacha Gervasi, y Jones en The Girl (Idem, 2012) de Julian Jarrold, película de la HBO para televisión. Sin desmerecer en absoluto la interpretación de Hopkins, quien se llevaba de nuevo todo el mérito, de nuevo Toby Jones era víctima de un agravio comparativo. Es más, creo que cabe preguntarse si puede haber otro actor en el mundo capaz de encarnar a dos personajes reales de forma tan auténtica y convincente. Sí sabemos, creo, que si apareciera en su hogar con una jeringuilla colgando del brazo, la prensa no se haría tanto eco.