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Pienso en Dean Moriarty

 

La idea de la legalidad de Mas tiene mucho que ver con esa actitud beat que describe Kerouac. De hecho Artur cada vez se va pareciendo más a Dean Moriarty (“un demente, un ángel, un pordiosero”), bajando y subiendo el tono, dando mil rodeos con las palabras, pero dejándose todo el carisma ‘En el camino’. A Homs también se le va poniendo cara de Sal Paradise (como el más sereno del grupo, si es que se va a suponer que en esta novela hay alguien sereno) después de toda una etapa en la carretera que va llegando a su final. Los demás callan, incluida la Esquerra que sólo advierte con su presencia igual que un coche de policía en un cruce de caminos a la espera de darles el alto a la pareja, cuando ésta vea por el retrovisor acercarse a Junqueras con sombrero y unas gafas de espejo. Pero no es éste el único que les persigue en su anárquica huida hacia Nueva Orleans en busca de Bull Lee, ese Burroughs con el mismo perfil autodestructivo que el independentismo. Hay tanta gente detrás de ellos que parece que sólo les queda ir a Bolivia, como Butch Cassidy y Sundance Kid, antes de terminar acribillados por su ejército. Ahora realmente parece que están ya heridos, dentro de aquel almacén, en los instantes previos a hacer la última salida que no se dará, pues, aunque la política se haya terminado, siempre quedará la literatura a la que ya recurre Josep Rull aduciendo que la CDC es seria y que pondrá las urnas. Da un poco de pena ver en lo que se ha convertido la convergencia, metida en los bajos fondos y debiéndole a todo quisque, casi corriendo al encontrarse de pronto por la calle con su acreedor, o saliéndose con fantásticas historias sobre la voluntad del pueblo. Dice Tolstoi que todas las familias felices se parecen unas a otras, y en cambio las desgraciadas lo son cada una a su manera como le sucede en ambos casos a los Pujol, y al fin a toda la convergencia, que pasó de ser esa gran familia de Alberto Closas a la familia Cats de Isak Dinesen, ese linaje perfecto con la salvedad de que en cada generación surgía una oveja negra. Aquí habría para elegir, aunque el protagonista principal sería el primogénito, que hasta se dedicaba a la gestión de residuos como Tony Soprano. La época del jazz en Cataluña, allá por el noventa y dos, acabó de destruir lo que quedaba de esta generación perdida, produciendo semejante confusión que ya no se sabe quién es quién ni lo que pretende. Esta es una locura catalana, “un disparate”, dice Rajoy con maneras de Woody Allen, en la que sólo falta el alcohol y las orgías de ‘On the road’ acompañando las peripecias de Dean y de Sal, ese Homs al que se está viendo terminando de dictar sus memorias políticas: “…nadie sabe lo que va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos, sí, pienso en Dean Moriarty”.

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