Visto el tratamiento dado al #25S o al #29S, uno tiene la sensación de que, para la mayoría de los medios, argumentar se ha reducido a hacer pies de foto, que nada existe sin el aval de las imágenes, y que comentar esas imágenes es el único discurso posible sobre la realidad.
Las concentraciones masivas se han convertido en safaris fotográficos. Nadie, ni manifestantes ni policía, quiere perder la oportunidad de capturar esa toma que después, ya dentro del ruido mediático, legitime un comportamiento o desautorice el contrario. En las cacerías de imágenes hoy compiten por igual profesionales y amateurs, sólo importa estar ahí cuando ocurra y tener el móvil a punto. Después, ese material será distribuido en bucles infinitos por la Red, los medios y las ideologías, y entonces estará listo para silenciar, con su brutal inmediatez, cualquier intento de discurso que se atreva a prescindir de él.
Decía el fotógrafo Joan Fontcuberta que toda foto lleva implícita una mentira ya que exige un encuadre, es decir una elección sobre lo que queremos mostrar y lo que queremos ocultar. Poner el lenguaje a su servicio es tan torpe como peligroso. Ilustrar un texto es perfumar un espacio abierto; comentar imágenes es apuntalar cercas. Por eso deberíamos ser más cuidadosos. Ya saben que por cada imagen perdemos mil palabras. Y es una pena.