Parece que los bolivarianos, como les llama González (quizá no lleven chándal para despistar, como las omisiones implícitas de su happy program, igual que la happy meal), puedan sufrir la primera novatada cuando propongan a los eurodiputados rebajarse el sueldo a mil novecientos. Uno no creía que se pudiera ser bolivariano tan joven. No se sabe muy bien lo que es pero suena regular. A veces Pablo Iglesias sobre sus púlpitos se da un aire a Foster Wallace un poco menos robusto y mucho más optimista, tanto que parece que ese cuello tan delicado que exhibe no va a poder soportar una cabeza tan llena de soluciones. Decía el otro día Montano que el Tuerka, como se le conoce en el mundillo revolucionario, le comería en una tertulia, y no se duda que a uno mismo también, con esa retórica de súper estrella de la tele con la que desafía a todo el mundo, incluido al mismo González, al que con audacia llama “caricatura” para atraerle como si fuera un encantador. Muerde y luego lame con notable habilidad. Así se le imagina también sentado en el suelo con las piernas cruzadas y un turbante protegiendo ese caletre en hervor, haciendo bailar a una serpiente que podría ser el tal Monedero, una especie perdida que recientemente se ha encontrado gracias a un millón y pico de españoles que apuestan porque los problemas de la sociedad se arreglan tocando la flauta. Jiménez Villarejo en su senectud se ha hecho flautista para no ejercer, lo que ha propiciado la entrada de un quinto Beatle en este espectáculo. Unos chavales, en apariencia, todos como sacados a suertes de entre el público de un plató de televisión, dónde sólo falta que Pablo les de el micrófono como si fuera Motos en vez de Iglesias. Así el ex fiscal pega lo mismo en Podemos como Keith Richards en The Strokes, y uno lo ha visto junto a sus compañeros en la foto de portada del LP demasiado sobrio en comparación, como faltándole un pendiente o algo en esa dignidad, al menos estética, que cualquiera diría que es liberticida y no libertaria. No va a quedar aquí, ni mucho menos (promete grandes momentos) esta extraordinaria novedad política española. Pero por ahora a uno le gustaría estar en situación cuando el Tuerka pida a los eurodiputados que se ajusten el sueldo a mil novecientos (esto sí que debe de ser bolivariano, igual que lo del pajarillo). Se le imagina en la tribuna mientras todos ellos se retuercen de risa en sus escaños como el pueblo de Judea de los Monty Python frente a Pijus Magnificus.