La noticia de que hay otros dos españoles en un barco capturado en las aguas del Cuerno de África pone de nuevo de relieve el problema de la rampante piratería existente en el siglo XXI en esa zona.
La plaga de la piratería ha movilizado a barcos de treinta países que han logrado reducir el porcentaje de capturas por los delincuentes, una estimación de la ONU calcula que hace unos cinco años los piratas tenían éxito en un 63% de las veces que intentaban secuestrar un navío, porcentaje que ahora ha bajado al 20%, pero lo inconcebible es que el fenómeno siga existiendo en nuestra época.
La razón es la desintegración de Somalia país desde el que operan los piratas. Desde hace casi dos décadas el gobierno central no controla la mayor parte del territorio y los piratas no son, en consecuencia, molestados. Tienen un espacio enorme desde el que iniciar sus correrías por el mar, más de 3.200 kilómetros de costa, y a su regreso encuentran un seguro refugio en comarcas en las que domina su tribu. A la falta de existencia del Estado se une otro factor que agrava el problema, en Somalia las armas abundan. Los avatares de la guerra fría dejaron un país en que todos los clanes están fuertemente armados.
Los piratas comenzaron exigiendo un tributo a a los barcos que faenaban en su costa, pronto se dieron cuenta de que secuestrar un buque era mucho más rentable. Muchos armadores y países han encontrado menos gravosos pagar el rescate exigido que montar una operación que podría poner en peligro a la tripulación o al propio barco valorado a veces en bastantes millones de dólares. Esta satisfacción de las exigencias de los secuestradores ha envalentonado a los piratas y hecho más fácil el reclutamiento de jóvenes somalíes que piensan que enrolándose llevarán una vida de aventura, sin excesivos riesgos y con ganancias apetitosas. Se cree que los rescates de los últimos años han debido producir unos 100 millones de dólares.
Si en Somalia existiera un gobierno digno de tal nombre los países que sufren el azote de los piratas podrían enviar fuerzas para operar desde tierra, detener a los cabecillas e imponer el orden. La autoridad, a pocos kilómetros de la capital, no existe y Estados Unidos, el gendarme universal en estos casos, ya tuvo una experiencia desagradable cuando hace años envió una fuerza expedicionaria a dar una lección a un señor de la guerra que se apoderaba de los cargamentos que enviaba la ONU para paliar el hambre. Un helicóptero americano fue derribado, una decena de marines muertos y la imagen de uno de ellos siendo arrastrado malherido por las calles de Mogadiscio, acontecimiento reflejado en la película “Halcón negro derribado”, fue un trauma en Estados Unidos y provocó la salida de la expedición yanqui.
Los piratas abordan cualquier clase de barco y su objetivo declarado es obtener dinero. Sus pretensiones intermitentes de que están tratando de proteger la expoliación de la costa somalí, lo que podría ser cierto en un primer momento, tienen una base endeble: en ocasiones han realizado sus acciones a unos 1.500 kilómetros de tierra. Han comenzado a utilizar pesqueros secuestrados como barcos nodriza desde los que lanzar sus operaciones. Esto les permite actuar en una zona de millones de kilómetros cuadrados. Lo que dificulta su captura, el océano es inmenso. Si fueran atrapados los acuerdos internacionales permiten a cualquier país juzgar a un pirata.
Recientemente los fundamentalistas islámicos que dominan zonas del territorio han llegado a acuerdos con los piratas. Cierran los ojos y obtienen 5% del dinero de los rescates. Esto, según «The New York Review of Books», es el principio de una pesadilla para Occidente. “Las dos principales exportaciones de Somalia, el fundamentalismo y la piratería”, se unen para incordiar a Occidente.