Paradójicamente, en contraste con lo que muestran grandes éxitos de ficción sobre muertos vivientes (quién no ha oído hablar a estas alturas de la serie The Walking Dead o del taquillazo World War Z), con hordas de no-vivos persiguiendo incansables a los pocos humanos que aún resisten a la infección planetaria, en la naturaleza existen zombies que no caminan. Y no lo hacen, atención, porque son plantas.
Desde hace años se conocen escalofriantes ejemplos reales de parásitos que se incautan del cuerpo de sus huéspedes para mejorar sus propias estrategias de dispersión: un microbio (Toxoplasma gondii) que hace que los ratones pierdan su miedo innato a los gatos para poder completar su ciclo de vida en las tripas del felino, un gusano que obliga a los grillos infectados a ahogarse para alcanzar el agua que les sirve de medio para su apareamiento, o un hongo (Ophiocordyceps unilateralis) que manipula desde su cerebro el comportamiento de las hormigas para que dispersen sus esporas.
Pero ahora, resulta que los casos de zombificación han dado el salto al reino vegetal, con parásitos que también pueden convertir a las plantas en zombies. Un equipo de científicos del Centro John Innes en Norwich (Reino Unido) ha descubierto que cuando unas determinadas plantas (Arabidopsis thaliana) se ven infectadas por unas bacterias parasíticas denominadas fitoplasmas, los pétalos de sus flores cambian de color para tornarse verdes como hojas y así desarrollar brotes en masa que los investigadores denominan “escobas de bruja”. Esta transformación física esteriliza a la planta a la vez que atrae a insectos chupadores de savia que, tras atiborrarse de esta, transportarán a la bacteria a nuevos huéspedes. En esencia, sangre y vísceras mediante, no dista mucho de lo que ocurrido en Inglaterra 28 Días Después.
“La planta parece viva, pero solo sigue así para servicio del patógeno”, explica la patóloga Saskia Hogenhout, una de las firmantes del artículo publicado esta semana en la revista PLoS Biology, en el que se recoge este sobrecogedor descubrimiento, y añade que “desde el punto de vista evolutivo, la planta está muerta y no producirá descendencia”. El equipo de Hogenhout ya había demostrado antes que la bacteria manipula a sus huéspedes por medio de una única proteína llamada SAP54, que interacciona con otra de la planta, la RAD23, cuya misión es enviar las moléculas inservibles de la célula al centro de gestión de residuos para su neutralización. La proteína bacteriana SAP54 actuaría, según los investigadores, de manera que las moléculas procesadas serían las que producen las flores, con las fatales consecuencias ya descritas.
Lo realmente interesante del caso es, sin embargo, que la interacción de las proteínas del fitoplasma y de la planta incrementa la atracción que esta ejerce sobre los pequeños chinches chupadores de savia que transmiten la contaminación. Los científicos han comprobado que ponen más huevos en las plantas infectadas, con flores que parecen hojas. El fitoplasma actúa como verdadero cerebro en la sombra que manipula a planta e insecto para favorecer su propio interés, que no es otro que expandirse y expandirse. Y todo, ¡utilizando una sola proteína!.
La doctora Hogenhout también destaca que su estudio revela una conexión entre el proceso de desarrollo y maduración de la planta y su sistema inmunitario, “algo que nadie sospechaba hasta ahora y que probablemente ocurra en otras especies”. De hecho, ella asegura estar deseando estudiar otros ejemplos de patógenos que también son capaces de crear plantas zombies, como es el caso del hongo Puccinia monoica, que esteriliza a sus huéspedes y transforma sus hojas en pseudo-flores de un color amarillo brillante, para atraer a los polinizadores que dispersarán sus células fúngicas a otros individuos sanos. Da un poco de miedo pensar que los zombies están en alarmante auge, y no solo en el imaginario colectivo.