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Playa Éufrates

If you see something, say something”, recuerda una orwelliana voz en el metro de Nueva York. El enemigo siempre al acecho, una bolsa descuidada, un paquete sospechoso -¿han visto alguna vez uno?-, un tipo introvertido. Denúncielo, es de extrema necesidad que mantenga los ojos bien cerrados a lo que realmente está ocurriendo. Ver algo, decir algo, ese es mi trabajo, pero si escribir curará todas las heridas, este texto ya no estaría delante de sus ojos.

 

La línea 2/3 roja con destino Brooklyn ejecuta su limpieza étnica a escala industrial. Manhattan duerme blanca. Brooklyn, más que un barrio, es una disidencia, un grito, un fracaso para perdedores profesionales. No ciertamente Park Slope, donde colonos blancos han ocupado el oeste del parque Prospect y votan masivamente a su líder pro-asentamientos de la isla de enfrente. Park Slope es aburrido y no sólo porque en él viva Paul Auster.

 

El otro día, un día terrible, sí. Lluvia, frío, ni había amanecido, me fui a Long Beach. Digamos, para conocer mejor la isla en la que vivo y filmar a un chico de 24 años. Un chico de 24 años entrenado por este país para ser un asesino profesional y viajar a Irak a hacer las prácticas. Todos los países hacen cosas parecidas, Estados Unidos es sólo peor en términos cuantitativos.

 

Mi chico veía las Torres Gemelas desde las ventanas de su instituto y eso que Long Beach está lejos. Veía las torres entre la bruma marina, que diría un poeta. Cuando cayeron se alistó al ejército. Pasó un año en Irak, en el campo situado en el aeropuerto de Bagdad. No le gustaba mucho “interactuar” con los locales. Un día le regaló una pelota de fútbol a un niño y, al día siguiente, alguien había vaciado una olla con aceite hirviendo sobre su madre por “colaborar con el enemigo”. Conviene no olvidar ciertas historias.

 

La novia de mi chico le envió un bajo a Irak y me interpretó la melodía de Charlie Brown. En el cuerpo del bajo, doce muescas, marcadas con un cuchillo en cuya hoja pude leer: Iraqi Freedom.

 

En una patrulla, un explosivo levantó el Humvee en el que viajaba y le dejó un poco de metralla en el hombro. A veces llora por el ojo derecho sin poderlo evitar, el soporte de la visión nocturna de su casco se le incrustó en el ojo en el incidente. No lo perdió.

 

Luego está la historia, ésta es muy buena, del niño mexicano -con 17 años, uno es todavía un niño- que pasó de ilegal a Estados Unidos, se alistó ilegalmente al ejército y después de que una bomba le rompiera las piernas y la columna, Bush se hizo una foto con él en la que le otorgaba la ciudadanía. Ahora vive en Guadalajara.

 

Nos fuimos a desayunar, mi chico y yo, a una cafetería de Long Beach. ¡Qué huevos revueltos!, ¡qué pax tan americana!

 

Al salir nos fuimos caminando hacia la playa, a un cuadro de Edward Hopper. Asesinos profesionales, perdedores profesionales. “Una vez pasábamos al lado del Éufrates y le dije a mis soldados: me voy a bañar, cubridme. No creo que mucha gente pueda decir que se ha bañado en el Éufrates”.

 

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