Melancolía es la enfermedad del genio
Aristóteles
Todos somos cíborgs. Sí, aunque no lo sepamos. No se necesitan extremidades biónicas, ni antenas, ni las Google Glass. Los cíborgs portan gafas para la miopía, reloj en la muñeca, móvil dentro del bolsillo y algunos incluso dominan varios idiomas. Los humanos han transformado el entorno y a ellos mismos con prótesis, no solo físicas sino culturales, para comprender y construir su propia historia. Pero sufren de nostalgia, nostalgia de un mundo anterior a los cambios.
Esta conclusión pertenece a Fernando Broncano (Linares de Riofrío, Salamanca, 1954), catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). Su libro La melancolía del cíborg[1] supone una transgresión difícil de asimilar para aquellos que identifican cíborg con un futuro distópico fabricado por el cine de ciencia ficción de los ochenta. Tampoco lo aceptan quienes se oponen a la wearable technology, o tecnología para vestir, que tan de moda han puesto Google y sus gafas.
A su seminario de Teoría de la Cultura acuden tres alumnos[2]. De hecho, solo se han inscrito tres estudiantes a su optativa del grado de Humanidades. Broncano comienza la primera clase con la idea del Bildung (construcción), propia del romanticismo alemán, y que tiene que ver con cultivarse a sí mismo en un proceso de maduración personal, donde la filosofía y la educación están vinculadas para formar la identidad de un pueblo, de una nación. El profesor gesticula bastante, se mueve continuamente en el breve estrado, con las diapositivas de Power Point a su espalda. Con pantalones vaqueros, camisa azul oscura casi negra de solo tres botones y pelo canoso ligeramente alborotado, Broncano cumple, al colocarse las gafas, con el arquetipo de filósofo contemporáneo, como si su mundo no se limitara al espacio de cuatro paredes en el que imparte lecciones de civilización, antropología o cultura. Se respira un ambiente íntimo, en nada parecido a las aulas magnas repletas con cientos de oyentes que atienden la palabra del magister. El profesor se sienta en varias ocasiones en la esquina de la mesa para hablar a los ojos de los estudiantes, mayores, en la treintena. Estos intervienen poco, solo para matizar y aportar ejemplos cuando los salones y la vida parisina de la obra de Marcel Proust entran a formar parte de su clase: Broncano insiste en el valor de la novela como formación del Bildung.
Concluye la primera sesión del seminario y los alumnos hablan sobre el profesor que acaban de conocer. De él solo tenían algunas referencias de otros compañeros del campus. Desconocen su teoría del cíborg. “No creo que seamos cíborgs, aunque tampoco me sorprendería nada a estas alturas”, apunta con tono jocoso Javier[3], uno de esos alumnos que acudieron a su optativa de Teoría de la Cultura. Valoran que para dar sus clases se apoye en gráficos, imágenes o videos, y que mantenga constantemente una postura activa y dinámica.
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Las armas no son un medio, un instrumento, sino un estímulo, una sugestión, una fascinación
Rafael Sánchez Ferlosio
La hora y media de clase –así como todas las demás del semestre– ha transcurrido en torno a la idea de identidad, “uno de los principales intereses de la obra intelectual de Fernando [Broncano]”, según el catedrático de Filosofía Política Carlos Thiebaut[4], cuyo despacho comparte tabique con el de Broncano en la facultad Ortega y Gasset de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). Se conocen desde los años 70, cuando eran filósofos jóvenes en Salamanca. Thiebaut precedió a Broncano como profesor de Lógica en la UC3M. “Fernando tiene una sensibilidad y una capacidad inmensa como buen hombre de su tiempo”. Le describe con gran admiración; lo hace con sus manos posadas sobre dos de los ejemplares de su colega, ya destripados de principio a fin, que le sirven como recurso.
En el ecléctico Círculo de Bellas Artes de Madrid, Thiebaut conversa con Antonio Rodríguez de las Heras[5], también catedrático de la UC3M, pero de Historia Contemporánea y director del Instituto de Cultura y Tecnología. Gurú del libro digital a finales de los noventa, Rodríguez de las Heras aporta al diálogo una visión más relacionada con la tecnología de la comunicación. Le conoce menos, pese a que también procede de la Universidad de Salamanca. “Me lo presentó Carlos cuando yo era decano de la facultad de Humanidades de la UC3M en una época en la que estábamos recibiendo nuevos profesores y uno de los candidatos era Fernando”, cuenta. No le causó buena impresión: “Estábamos comiendo en el comedor de profesores, yo arrinconado en la mesa, cuando él me tiró toda la botella de agua por encima. Me sequé la camisa como pude en el baño. Para colmo, Fernando me decía, aguantándose la risa, que no se me notaba nada cuando estaba totalmente empapado y que tendría que impartir clase con ese olor característico de los secadores de aire caliente”, relata Rodríguez de las Heras con una sonrisa que comparte con Thiebaut, quien no conocía la anécdota. Pese a ese mal comienzo que le hizo sospechar sobre si podía ser gafe, piensa en él con gratitud. Su relación intelectual ha ido a más.
Alberto Murcia[6] se enfrentaba a la defensa de su tesis el pasado mes de abril; Broncano le ha estado acompañando y guiando durante los últimos dos años como director de su tesis. Murcia destaca de él, sobre todo, la valoración y la confianza que los alumnos le profesan: aparece en la mayoría de las orlas de graduación pese a la aridez de la Lógica, una materia con una gran carga matemática dentro de las Humanidades, entendidas estas como el páramo más alejado del infierno de los números. A Murcia le atrae su fórmula de impartir clase, su manera de hacer de lo complejo y denso una lección ágil y fácil de asimilar. No necesita estudiar sus libros para entender la teoría del cíborg, la lleva escuchando desde que le impartió clase por primera vez, en la licenciatura, hace siete u ocho años; casualmente cuando Broncano estaba a punto de publicar La melancolía del cíborg. “Para mí, Fernando es director de tesis, profesor y amigo; él te expone el problema, te lo aclara pero no te da la solución”. Ahora se promueve que los profesores aporten únicamente las herramientas, no el producto. Tanto Murcia como los profesores Thiebaut, Rodríguez de las Heras o el mismo Broncano se quejan del inmovilismo de la universidad y de la compartimentación de las Humanidades; creen que la función del humanista consiste en reconciliar discursos.
El pensamiento de Broncano se aleja de las diversas formas de determinismo (tecnológico y social principalmente); huye de suscribirse a cualquier destino o dios que eluda al ser humano de cualquier responsabilidad. Álvaro David[7], estudiante colombiano, describe de esta forma la corriente filosófica de su antiguo profesor en la entrada de la Wikipedia: “Somos algo así como simios con prótesis (culturales y técnicas) que desarrollamos nuestros propios nichos de cultura material”. Hoy su relación a distancia se mantiene a través del perfil público de Facebook[8], donde Broncano se muestra muy crítico con la actualidad española, al participar en los movimientos sociales como las Marchas de la dignidad en Madrid del pasado 22 de marzo. También incluye en la red social los últimos post de su blog Laberinto de la identidad[9] (‘Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza’).
Aclara Broncano[10] que su especialidad se bifurca en dos líneas que luego coinciden: la Filosofía de la Técnica –artefactos– y la Filosofía de la Mente. “Los objetos que tenemos no son herramientas, son prótesis; lo que somos es el simple producto del entorno, de la tecnología, del cerebro y de las cosechas de ganaderos y agricultores. Y así se producen las trasformaciones de nuestra identidad”, explica. El homo sapiens, en definitiva, se erige como una especie con aspectos naturales y herencias de la técnica que soluciona sus problemas, aunque vive enfermo de melancolía porque piensa que lo natural ya lo ha perdido y siente que habita en la frontera como un apátrida de otro planeta. Cree que la uniformidad propia de la globalización, que hace que un estudiante chino y otro de Getafe se parezcan cada vez más en lo superficial e incluso en sus ideales, no va reñida con pretender la diferencia cultural y exaltar lo local. “No es que seamos híbridos y antes naturales por todo. Gracias al cine de los 80, el de Robocop o Terminator, se ha extendido una idea apocalíptica: hemos trasladado el miedo a la naturaleza al miedo a la técnica; un lugar temido pero deseado al mismo tiempo. Lo que somos a veces nos horroriza”. Broncano se muestra sencillo, divaga y plantea en la conversación todas las claves para que quien le escuche consiga unir todos los puntos, muchos de ellos alejados entre sí.
La máxima de que “la existencia precede a la esencia”[11] se adhiere sin remedio al imaginario del lector de su trayectoria. “Fernando es un sartreano, Jean-Paul Sartre está detrás de todo”, afirma Thiebaut. Ambos han discutido y lo siguen haciendo en el club de lectura y en los seminarios donde coinciden. “Cada incremento de nuestra capacidad implica un aumento de las posibilidades, pero también conlleva un incremento de la responsabilidad. Tiene usted un móvil con acceso a todas las bibliotecas del mundo, haga lo que quiera. Esa es la angustia. ¿Pero llegará el momento en que no la soportemos? No veo el porqué”, reflexiona Thiebaut, que lleva la cuestión de la uniformidad a su terreno. “Sí, el capitalismo chino se diferencia del estadounidense, pero, con avances tecnológicos como el que lidera Google se van pareciendo más y más, así como ocurre con el europeo”. Rodríguez de las Heras sostiene que la diversidad cultural que hasta ahora ha permitido los dos vectores de la historia, la distancia y la demora, está desapareciendo en favor de otra: la ciberdiversidad. Ahí radica el futuro del pozo de diferencias de la humanidad.
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Cada ser humano toma los límites de su propio campo de visión como los límites del propio mundo
Arthur Schopenhauer
La distancia y la demora apenas obstaculizan al hombre para formar redes. Además, dentro de pocos años se superará la velocidad de la luz mediante un agujero de gusano, un atajo espacio-tiempo, según avisa Raymond Kurzweil[12], inventor estadounidense, experto en inteligencia artificial y principal oráculo tecnológico de su país. Ideó la Singularidad y la ley de Rendimientos Acelerados, que defiende que los cambios tecnológicos serán tan rápidos y sus efectos tan profundos que todos los aspectos de la vida se transformarán sin vuelta atrás. “Supondrá una distancia inalcanzable para nosotros, a menos que aumentemos nuestra propia inteligencia. Y en ese momento, se crearía un escenario completamente nuevo para la existencia de la humanidad”.
Pero este futurólogo, como gran hombre de su tiempo, también se ha granjeado una legión de críticos, por eso mismo, por aventurar y anunciar acontecimientos en años muy concretos. Le tildan de iluminado. Broncano se ha referido a él en una entrada de su blog[13]. Escribe que ante ese estadio nuevo de inteligencia (la Singularidad), el filósofo puede seguir dos direcciones, una benevolente y otra malévola:
1ª. Reírse a carcajadas frente a otro apocalíptico que además trabaja para Google.
2ª. Discutir esta posibilidad mostrando que es:
a) Posible y deseable
b) Posible e indeseable
c) Imposible
Al profesor de la UC3M le inquieta que la Singularidad ya haya ocurrido, en una crisis en la que el capitalismo financiero ha provisto al mundo de nuevos productos y técnicas informativas que “sobrepasan con mucha distancia la capacidad de reacción reflexiva y política, y realimentan, además, la misma distancia que han generado”.
De Kurzweil dicen que tiene la misión de revelar al mundo lo que está por venir en la tecnología. La Universidad de la Singularidad, que fundó haciendo honor a su libro La Singularidad está cerca, adelanta que un ordenador pasará el Test de Turing –la prueba para demostrar la existencia de inteligencia en una máquina– en 2020. “Y veinte años más tarde, nuestros cerebros tendrán poco de biológico y mucho de cibernético. Se podrán hacer copias de seguridad de la mente: “¿Dónde trazarías la línea divisoria de lo cibernético y lo humano?”, se preguntó en una entrevista concedida al programa Redes[14], ya extinto, de Televisión Española.
A ello alude Kevin Warwick[15], profesor de cibernética de la Universidad de Reading (Reino Unido), cuando analiza la función de los implantes que se instalan con fines terapéuticos, como la estimulación cerebral en el enfermo de Parkinson para poder vencer sus efectos. Por tanto, hasta hace bien poco, solo “la abuela” (como se expresa el futurólogo Alvin Toffler) representaba la vanguardia tecnológica. Así y todo, las prótesis no solo resultan útiles para paliar deficiencias, sino que también ofrecen al individuo habilidades que el ser humano no posee normalmente y que entrañan una mejora de la especie.
La primera noción de cíborg, apunta Broncano, remite a organismos cibernéticos, seres a los que se les han implantado prótesis tecnológicas que complementan, suplementan o amplían las habilidades innatas. El término pronto trascendió más allá de la simple unión del hombre con la cibernética. Fue la profesora de Historia de la Conciencia en la Universidad de California, Donna Haraway, en Un manifiesto cyborg[16], quien llevó ese concepto a la filosofía como símbolo de la existencia múltiple de la identidad femenina; con la mujer ubicada en el lugar confuso de la frontera entre naturaleza y cultura, entre necesidad y voluntad. Pero el sentimiento negativo atado a la idea de poshumanismo cíborg se recoge sobre todo en Inteligencia artificial[17], de Steven Spielberg. Broncano se pregunta en La melancolía del cíborg, “¿quién es ese robot?”.
David, el robot, aterriza en la familia protagonista como imitación del hijo perdido en la enfermedad. Pese a su origen, este meca infante (la clase de robot a la que pertenece David) va a disfrutar del amor de la madre que lo eleva a la categoría del original. Pero más tarde todo cambia. Al cabo de un tiempo, pasa de llenar un vacío a centrar todas las tensiones familiares: el hijo carnal ha regresado de las tinieblas y David, el robot-niño, no puede competir con él para ganarse el cariño de la madre. La infelicidad del sustituto, por su síndrome de Pinocho (miedo a ser objeto de burla), y de la madre, por el temor que siente ante ese mecanismo tan real pero inhumano, lleva a la pregunta: la espiral tecnológica, ¿nos hará más inteligentes y felices o simplemente más acomodados?
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Si el cerebro del robot tiene aproximadamente el mismo número de neuronas humanas que un cerebro humano normal, ¿podría/debería tener entonces los mismos derechos que las personas?
Kevin Warwick
Si Broncano tuvo un mentor en la Universidad de Salamanca, donde estudió y luego se doctoró antes de impartir clase, ese debió ser el filósofo de la ciencia Miguel Ángel Quintanilla[18]. Para Thiebaut, la obra de su amigo Fernando está notablemente influida por la de quien fue su profesor. En uno de sus libros, Técnica y cultura, Quintanilla asegura que en el cambio de la técnica, convertido en decisivo para los humanos, se suceden tres procesos innegociables: la invención, la difusión y la innovación social.
En Silicon Valley, la cuna de la tecnología mundial, estas premisas se cumplen con creces. Además de Google, otras marcas influyentes de la cuenca californiana, como Apple, HP o Microsoft, conciben aquello que manejará el resto del planeta y que cambiará –ya lo han hecho– la forma de ver la vida. El profesor Broncano cree que los grandes avances solo pueden darse en entornos creativos.
Al sur de Madrid, a poca distancia de la orilla del río Manzanares, dos museos comparten el espacio de lo que antaño fue una estación de trenes. Uno es el del Ferrocarril, casi siempre repleto de visitantes curiosos enfilados en la entrada, y el otro, pocos metros más allá, en el corredor donde una galería espera escondida en el mismo recinto como la hermana tímida encerrada en casa, es el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología[19], donde el visitante encuentra fonógrafos de 1900, prensas de imprenta de finales del XIX y otros artefactos de distintas disciplinas. En una de las salas carentes de expositores, en contra del vacío habitual del domingo por la mañana, no cabe ni un alma más en este momento. Se escuchan risas infantiles, aplausos de padres orgullosos y flashes de instantáneas con cámaras varias generaciones más modernas que las que se exponen, sin fecha de caducidad, en las otras habitaciones.
Una vez sorteados los obstáculos humanos de la puerta, allí dentro, dos niños de trece años sueldan estaño para construir el mando con el que mover a control remoto los minions –los diminutos robots de los obreros de color amarillo que trabajan para Gru en la película de Disney– que circulan sin rumbo por la sala. Si el visitante otea la sala desde la esquina derecha hacia la esquina izquierda, verá a Ana, de 16 años, explicando a los curiosos, junto a sus compañeros de 4º de ESO del Instituto Ciudad de los Ángeles (al sur de Madrid), cómo configuró esa lata de aceitunas con ruedas que se desliza alejándose –sin órdenes humanas– de la circunferencia que lo encierra. Los ojos de la máquina, estrella de la sesión, son sensores de ultrasonido que detectan algún elemento que se encuentre a 50 centímetros. El sistema del robot se basa en el Arduino, una plataforma de hardware libre que consiste en una placa con un microcontrolador y un entorno de desarrollo que ha sido diseñada para facilitar el uso de la electrónica en la educación. Sin embargo, entre el bullicio futurista, destaca la mesa dispuesta en el centro de la sala donde reposan muñecos de Android (Google), el símbolo del sistema operativo creado en el gigante de Silicon Valley, y la imagen de este ciclo de investigadores del futuro.
A fin de trasladar a la capital de España la forma de entender los negocios en California, un grupo de emprendedores ha tejido una asociación de 25 empresas tecnológicas en el barrio castizo de Chamberí, donde ya se ubicaban la mayoría de ellas. El promotor de la red, Miguel Arias[20], es consejero delegado de Vizzuality, start-up tecnológica especializada en visualización y análisis de datos, con sede en Nueva York y Madrid. “Chamberí Valley nos ha servido para crear un entorno positivo donde contarnos entre nosotros los problemas que no entiende ni nuestra pareja, ni nuestros amigos, ni nuestra familia, solo quienes pasamos por los mismas vivencias profesionales”, dice. En el apartamento, donde comparten estancia con otras start-ups, se respira un aroma poco habitual en la España del ladrillo: tecnología, ingenieros jóvenes y ambiente creativo. Arias explica el concepto de Chamberí Valley en una sala apartada con un proyector y una pantalla frente a una gran mesa de reuniones. Pero en un momento de la conversación (más allá del tabique que le separa de los demás) una voz electrónica incomprensible quiebra el silencia general. Todos ríen durante un instante, parece una broma. “Eres el puto amo”, alaba uno de los trabajadores sentado frente a su ordenador, antes de volver a hacerse el silencio.
Cuando la conversación va tocando el concepto de cíborg, Arias se acuerda de Ricardo Urías, uno de los creadores de la versión española de las Google Glass: las Weonglass, antes iOnGlass, pero que por cuestiones de copyright debieron cambiar de nombre. Le ha enviado un mail porque asegura que tanto él como su socio son los indicados para hablar de estos entes.
En cambio, el lugar de esta entrevista no está en Chamberí, sino en el Paseo de la Castellana, al norte de la ciudad, donde se suceden los rascacielos de las empresas más importantes del país. A la recepción baja Urías: “Hola, ¿qué tal? Soy Ricardo, hemos hablado esta mañana, acompáñame”, dice seguro, parece moverse bien en las relaciones públicas, conoce a todos. El ascensor sube muy rápido. Ya arriba, una vez cruzado el pasillo, él abre la puerta de unas oficinas. Se dirige a una sala más bien reducida pero con una mesa que ocupa casi todo el espacio. Pide un vaso de agua y se pone cómodo. Pasados unos minutos, entra y toma asiento su socio, Santiago Ambit[21].
Ambos presentan perfiles opuestos pero complementarios. Por un lado, Urías, de 51 años, posee dos ópticas y lleva casi toda su vida trabajando como creativo publicitario. Aporta la visión más comercial del proyecto; habla muy seguro de sí mismo; con su imagen muy cuidada, siempre intenta persuadir al oyente mirándole a los ojos de forma directa. Por el otro, Ambit, con 28 años, es inventor y condimenta el diálogo con una perspectiva siempre más técnica y un lenguaje muy específico. Viste más informal, con una cazadora de cuero marrón, media melena, barba de un día o dos y zapatillas. Interaccionan y se apoyan para enseñar su creación.
Les critican porque sus gafas son bastante más simples que las de Google (que muestran información de los smartphones en las lentes y permiten conectarse a internet). Ellos responden que las suyas ganan en utilidad, que puedes conducir, caminar sin distracción alguna: es una montura como cualquier otra gafa, pero con luces LED que se encienden cuando la persona recibe una alerta en el teléfono, como llamadas, emails o whatsapps. “Hace un año nos dimos cuenta de que salían al mercado accesorios tecnológicos como el reloj inteligente que llevo yo ahora y que se financió mediante crowdfunding. Vimos las gafas de Google y pensamos en hacer unas. Sin embargo, incluir un chip en una pulsera era sencillo por su tamaño, ¿pero en la patilla de una gafa? Al principio nos salió un cacharro enorme”, comenta Ambit, siempre expresivo e ilusionado mientras toquetea la montura del modelo para diseccionar su mecanismo.
Sus gafas, dicen, constituyen un paso intermedio entre las convencionales y las patentadas por la gigante tecnológica. “Pretendemos que la gente no te pare por la calle pensando que eres un cíborg”. “Todos los inventos son chorradas en un primer momento. Con el que gané mi primer premio consistía en una planta que hablaba. Pensé que las personas charlan con ellas sin respuesta, así que les puse sensores basados en la humedad, color o temperatura que dan valores numéricos que puedes identificar en un libro de instrucciones”, explica el joven inventor que es interrumpido por el sonido de su teléfono. “¡Mira! Debe ser una planta que tiene sed”, bromea. En 2006 ganó el premio al mayor creativo joven mundial. También inventó un zapato para invidentes que imitaba a los automóviles cuando sus sensores ayudan al conductor en el aparcamiento. Urías comenta que optaron por las Weonglass, y no por otro accesorio conectado al teléfono celular, porque todos los días se cambia de calzado pero no de gafas.
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La especie humana es aquella que busca ir más allá de sus limitaciones; aunque cambiemos y mejoremos nuestro sustrato biológicos, seguiremos siendo humanos Raymond Kurzweil
Mientras los humanos solo tenemos cinco sentidos, las máquinas ofrecen una visión del mundo que incorpora señales infrarrojas, ultravioletas y ultrasónicas, reflexiona el controvertido experto en cibernética Kevin Warwick. ¿Y si un humano consiguiera percibir infrarrojos? Neil Harbisson[22] (Londres, 1982) ha traspasado esa frontera y se atreve incluso a desafiar a los Samsung, Apple o Microsoft; no necesita sus aparatos para conectarse a internet, realizar una llamada o intercambiar archivos mediante bluetooth: él puede por sí solo. Harbisson es el primer cíborg oficial reconocido por un gobierno, el del Reino Unido. Cíborg porque de su cabeza sobresale una antena conectada al hueso (eyeborg) que, además de otras funciones, le permite escuchar los colores. Sí, oírlos. Británico de nacimiento pero catalán de adopción, nació con acromatopsia, es decir, ve en blanco y negro.
Quien coincide con él por primera vez se sorprende por su elección de la ropa, siempre con tonos estridentes y poco conjuntados entre sí: se viste no para verse bien, sino para sonar bien. Harbisson nunca ha pretendido recuperar un sentido, de hecho continúa con esa condición, “que no enfermedad”. Solo quería extender su percepción del entorno, incluidos tono y saturación de los colores, pero no a partir de la vista sino mediante el oído. “No estoy de acuerdo con la teoría de ese filósofo (Broncano) que define el uso de gafas o de idiomas como cíborg. Este siente que la cibernética forma parte de uno. Únicamente cuando dejé de notar la cibernética en mi cerebro empecé a sentirme cíborg”, explica. Así y todo, en 2004 comenzó a pasearse por Mataró (Cataluña), donde había crecido y cursado hasta el bachillerato, con una antena en la cabeza –creada por él y por Adam Montandon, experto tecnológico– y un ordenador de 5 kilos pegado a su torso. Admite que entonces no pasaba de wearable technology, cuando la tecnología y lo humano aún no se habían fusionado en su organismo. Harbisson se sentía entre dos mundos, no como ahora. Aunque ello le permitió por primera vez diferenciar fácilmente un limón de una naranja en el mercado. “A mí me costó mucho salir a la calle con la antena: la gente se ríe de ti, es constante desde aquel día de verano. Tuve que aprender a ignorar eso. Gané el sentido del color y perdí el del ridículo”. Pero también sufrió hasta que consiguió acostumbrarse a que los acordes con los que identificaba cada pigmento, los sonidos –do mayor, si o fa–, entraran por la vía convencional. “Anulaba el sentido del oído, mis orejas no aguantaron el trastorno”, recuerda.
Antes usaba otras formas de extender sus sentidos. Primero, gracias a la música, utilizó el piano para descifrar los colores, luego se ayudó de personas, personificaciones que definieran cada color: “Si alguien me hablaba de azul, yo pensaba en Albert, que se comportaba como el color azul; busqué cualquier salida que me ayudara”. Pero ahora se siente más humano que nunca, desde que se adaptó a la transmisión de los tonos mediante un chip integrado con la antena como una tercera oreja ósea. De 2004 a 2007 aprendió el sonido de los colores durante las 24 horas de cada día. “Realmente muchos tienden a simplificar y solo reconocen seis o siete colores, que las cosas son negras y blancas y en realidad no lo son o que su ciudad es gris. Falso. Hay muchas variedades, y más cuando empecé a percibir los infrarrojos y ultravioleta, que me llevaron a un mundo mucho más profundo”. Se formó como compositor de música experimental en Dartinton College of Arts (Inglaterra). Uno de sus trabajos más importantes consiste en la transcripción sonora a partir del rostro de líderes mundiales como Al Gore, cineastas como Woody Allen o la actriz Nicole Kidman. “El príncipe Carlos suena bastante bien… y también Jordi Pujol (el ex presidente de Cataluña)”, dice soltando una carcajada. Para él, entrar en una pinacoteca o en la sección de limpieza de un supermercado supone por tanto el mejor de los conciertos posibles. “Imagínate cómo suena una sala repleta de picassos”, añade. También crea pinturas mediante canciones o discursos, sean de Martin Luther King o de Adolf Hitler.
Harbisson vive en Londres y a quienes se acuerdan de él, sea desde España o de cualquier otro rincón del mundo, los atiende vía Skype. Es difícil concretar una fecha para entrevistas, siempre anda ocupado. Quien se encarga de atender a los interesados en su historia vía mail es Mariana Viada, su compañera en la Fundación Cíborg, organización que él mismo ha fundado. Harbisson comparte su vida y su perspectiva por todo el mundo mediante conferencias TED (organización estadounidense para difundir ideas) o en las universidades de todo el mundo. También lo hace al frente de esta fundación, con sede en Cataluña, donde ayuda a quien pretende mejorar o extender sus sentidos. Sus críticos, como sus seguidores, son numerosos. Principalmente, los más conservadores, quienes piensan que el hombre es hombre por sus imperfecciones. “No siento que uso tecnología, no siento que llevo tecnología, siento que soy tecnología”. “Y desde que llevo antena, me siento incluso más cercano a los animales que a los robots”. Los sonidos entran en él como si fuera un delfín.
No se considera inventor, más bien artista, pese a esa antena que sobresale de su cabeza y que puede girar a su antojo. A su entender, las Google Glass solo extienden el conocimiento, no la percepción y con ello el ser humano se pierde lo más importante: “¿De qué sirve que me diga que eso es azul? ¡Yo quiero sentirlo!”, exclama al negar que quien porte esa tecnología se equipara a él y su condición.
El cerebro debe esforzarse y no rendirse a la comodidad. Ahí sí coincide con “ese filósofo” (Broncano) al que le une no solo una forma de entender la vida, sino también una manera de expresarse. Harbisson vive melancólico en un continuo exilio de las identidades creadas por la naturaleza o por la tradición. El cíborg nunca vuelve atrás: las posibilidades ganadas le han transformado tanto que no puede arrepentirse, tanto que el mundo se ha convertido en otro mundo.
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Él nos llamaba los ‘verticales’, porque, por una contingencia de la naturaleza, estábamos de pie y andábamos sobre las piernas. Podríamos haber usado ruedas, ¿y qué? Yo, que estoy medio sordo, lo que entonces me producía algún problema de identidad, comencé a hacerle caso y a distanciarme de los que oían perfectamente pero eran incapaces (no físicamente) de ver (a veces de mirar) y muchas veces de escuchar
Del blog de Broncano, Laberinto de la identidad, en una entrada dedicada a Paco Guzmán, un antiguo alumno suyo discapacitado, poco después de su muerte
Javier Calero (Badajoz, 1990) es periodista. Se licenció en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de ABC. Le interesa la actualidad política internacional, especialmente la relacionada con América Latina. En Twitter: @fj_calero
Notas
[1] Broncano, Fernando. La melancolía del cíborg. Editorial Herder. 2009. Barcelona.
[2] Asistencia a la primera sesión del seminario el pasado 13 de febrero en la facultad Ortega y Gasset de la UC3M.
[3] Hablé con él en clase junto a los otros dos alumnos. Más tarde le envié un cuestionario vía email.
[4] Quedé con él y con De las Heras en la cafetería del Círculo de Bellas Artes el pasado 4 de abril. Conversación de hora y media.
[5] Quedé con él y con Thiebaut en la cafetería del Círculo de Bellas Artes el pasado 4 de abril. Conversación de hora y media.
[6] Doctorando de Broncano en el momento de hacer la entrevista. Ya defendió su tesis. Quedé con él en la facultad para ir luego a la cafetería de la UC3M. Conversación de más de una hora. Él me pasó el contacto de Thiebaut y De las Heras. Fue Broncano quien me lo presentó.
[7] Contacté con Álvaro David vía Facebook al ser él uno de los más activos en el perfil de Broncano de la red social. Me confesó haber elaborado buena parte de su entrada de Wikipedia.
[8] https://www.facebook.com/fernando.broncanor?fref=ts.
[9] http://laberintodelaidentidad.blogspot.com.es/ Broncano me recomendó visitar su blog donde él expone su análisis sobre la actualidad o sobre cuestiones que atañen a la Filosofía de la Ciencia.
[10] El 5 de febrero me reuní con él por primera vez, después de su clase del día 13 y más tarde hemos mantenido constantemente el contacto.
[11] Sartre, Jean-Paul. El existencialismo es un humanismo.
[12] A partir de la lectura de fragmentos de su obra La Singularidad está cerca. También mediante el visionado del documental El hombre trascendental.
[13] http://laberintodelaidentidad.blogspot.com.es/2012/11/la-singularidad-y-otras-formas-de.html.
[14] http://www.rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-futuro-fusion-del-alma-tecnologia/391648/.
[15] Warwick, Kevin. El futuro de la inteligencia artificial y la cibernética. También entrevista en Redes.
[16] Lectura del manifiesto encontrado en formato PDF en la biblioteca de la Universidad Complutense.
[17] Visionado de la película.
[18] Quintanilla, Miguel Ángel. Técnica y cultura. Thiebaut considera que Broncano está notablemente influido por la obra de quien fue su profesor.
[19] Visité el MUNCYT el domingo 30 de marzo. Se encuentra en Paseo de las Delicias 61, de Madrid, en la antigua estación de ferrocarril.
[20] Contacté vía Twitter con Chamberí Valley. Me dieron el contacto de Miguel Arias, con quien quedé el pasado 17 de marzo en la sede de Vizzuality, en la calle de Eloy Gonzalo, 27, de Madrid. Conversación de 45 minutos.
[21] Miguel Arias me puso en contacto con ellos. Tuve la reunión el pasado día 20 de marzo. Conversación de más de una hora.
[22] El contacto se inició el día 20 de marzo vía correo electrónico que controla su compañera, Mariana Viada, de la Fundación Cíborg. Concertamos una entrevista, la última, para el día 10 de abril a las 19h por Skype, al encontrarse él en Londres. Duró más de una hora.