Escuchar hoy a Mas hablando de economía le ha producido a uno el mismo susto que escuchar hablar de economía a la Pantoja. Viéndole hoy desde Blanquerna, donde sólo faltaban el eco y la luz típicos de las conexiones transoceánicas, uno pensaba que en cualquier momento fuera a sacar de debajo de la tribuna a aquel Paquirrín (menos mal que no, porque en estos tiempos le hubiera salido el actual acompañado de una choni, soberanista por supuesto, como le gustan al patriarca, y con una mesa de mezclas) para cantarle entre pitiminíes. Con esa boquita, precisamente, es con la que siempre se le espera hablar de la patria, de tal modo que, oyéndole de pronto metido en otras materias, cualquiera se le imagina hasta atreviéndose con unas coplas, arrancándose los botones para dejar ver unos faralaes por debajo de la corbata y hasta apareciéndole una peineta por la coronilla. A pesar del susto, al president no se le podía olvidar su consulta. La quiere hasta tal punto que alguien va a tener que llamar sin demora a Supernanny. Ya la está viendo uno venir llamando al telefonillo del Palacio de la Generalidad. Se le ha escuchado hoy pronunciar tantas veces la palabra “plan”, que por unos momentos parecía que su cuerpo fuera espigándose como tras una dieta fantástica, milagrosa e instantánea, y por otros como si tararease por no recordar la letra de una tonadilla de la tierra. Parece que al final le van a enseñar a cumplir la Constitución como al niño consentido le enseñan a comerse todo el plato, y además contento, pues ya no ha venido sólo con el mohín de todos los días sino con veintitrés propuestas de persona mayor, de esas que hay que ir apuntando en la pizarra que les trae la educadora de la tele antes de jugar. A Rajoy se le echa en falta un poco de pedagogía, pero también hay que hacer notar lo mucho que ha dejado a Artur patalear (Supernanny hace esto siempre: dejarles patalear hasta que se cansan) como si no hubiera un mañana después del nueve de noviembre. De ahí el susto de la economía y la figura de la Pantoja rondando como un fantasma. Lo malo es el ruido, y cómo éste ha ido molestando, y confundiendo, al personal (esto es un poco falta de delicadeza por ambas partes), que no está para comprarse ventanas de doble acristalamiento igual que si lo que tuviera que aguantar no fuese una comunidad autónoma sino un bar de copas en el piso de abajo. O de arriba. A Mas le podría suceder ahora lo mismo que al pastor del cuento con la llegada del lobo, pero no pasará. Lejos del ensueño, o no tanto, tendrá sus Plegarias Atendidas (ese sarcasmo de Capote) por las que, como dice Santa Teresa, se derraman más lágrimas que por las no atendidas.