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Pliego de condiciones

Para comenzar este trayecto permítanme trazar una sutil línea de pensamiento a lo largo del tiempo. Platón en el diálogo Timeo aseguraba que el razonamiento se expresaba en muchas ocasiones a la ligera y dentro de lo azaroso. Una afirmación que Michel de Montaigne aprovecharía en uno de sus ensayos para confirmar que el ser humano participaba habitualmente del azar. Unos siglos después, en Rusia, Alexander Herzen aseguró que la historia no tenía libreto y, ya en pleno siglo XX, un marxista heterodoxo como E. P. Thompson concluía que la historia se conjugaba frecuentemente con verbos irregulares.


Aunque las miradas más habituales hacia el pasado suelen ser cerradas, la historia se encuentra atravesada por la incertidumbre y la indeterminación. Una constatación que disgusta a todos aquellos que utilizan la historia como su particular fortaleza defensiva frente a los demás. Por suerte, ésta no tiene libreto y suele desdibujar el Nosotros del Ellos. Frente a la seguridad sólo se pueden oponer las dudas y los interrogantes.


En muchas ocasiones los historiadores nos sentimos menospreciados social y culturalmente – y tras esta frase uno no puede más que recordar, con Joan Fuster, que los pronombres son la parte de la oración más capciosa y turbadora. Sentimos que todo el mundo puede opinar sobre nuestra labor, mientras piensan que no somos más que narradores de historias, entre reales y ficticias, que sirven para encontrar cualquier justificación intelectual o política. Sabiendo, además, que siempre habrá alguien que recuerde a Jorge Santayana y su mantra histórico del conocer la historia para no cometer los mismos errores. Quiá. Uno no puede dejar de recordar que un grupo de reputados intelectuales franceses se refirieron con desdén a Julien Benda como «el historiador». Sin embargo, Benda tuvo la lucidez que tantos otros no tuvieron frente a las quimeras de su tiempo. 


En cualquier caso, a veces, la displicencia nos la hemos ganado con creces. Hay muchos historiadores que aún siguen creyendo que su baluarte ideológico está en el pasado, pese al tamiz académico que utilizan. Muchos no pueden distanciarse de los sentimientos legados por abuelos y padres, aunque algunos de ellos sepan que éstos mintieron. Además, por desgracia, sus narrativas son fácilmente aceptadas. Es sencillo creerse el centro del universo y tener una confianza ciega en la teleología histórica. Más engorroso es aceptar, con Montaigne, que “el mundo no es más que un perpetuo vaivén”. Una constatación que  se enfrenta a los productos elaborados por una disciplina que ha sido definida últimamente con acierto como una potente  industria de la identidad. Por suerte, mi biografía se encargó de destruir mi identidad.


A pesar de la dificultad del propósito, este blog de historia – ¿serán necesarias las comillas?- nace con la intención de “no pensar de forma barata”, como afirmó Marc Bloch. La idea original de este proyecto es devolver legibilidad a la historia para un mejor discernimiento del pasado, del presente y de lo personal; aunque sólo sea para mantener la distancia. El pasado está muerto y no debería atrapar a los vivos. Y del futuro nada sabremos. Por lo que habrá que recordar que la historia está hecha por personas y se escribe para ellas. Quizá en la frontera, porque el pasado seguirá siendo un país extraño.


Si no está de acuerdo con este pliego de condiciones, quizá será mejor no perder el tiempo con las próximas entradas.



A veces, no se puede predecir ni el pasado.

ŽARKO PETAN.

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