Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoPodemos, a pesar de vosotros

Podemos, a pesar de vosotros


 

“Tal vez el PP –no tanto el PSOE hecho trizas– pueda confiar en atraer a miles o hasta millones de sus votantes al grito de ¡que viene Podemos! ¡que viene la República! pero el precio de excitar a la derecha dura es excitar a la vez a la izquierda dura, polarizando a la nación. Mala idea. La estabilidad se gana desde el respeto, no desde el miedo”.

 

Esto lo escribía ayer, creo que con gran tino, Teodoro León Gross en El Correo. La estabilidad hay que ganarla desde el respeto y, desde hace 6 años, yo veo un partido trabajando bien, poco a poco, en esa dirección; promoviendo, contra un bipartidismo enquistado, las reformas oportunas de una Administración elefantiásica para poder dotar, como corresponde, una sanidad pública universal y una educación pública de calidad que alcance a todos los ciudadanos por igual. ¿Y cómo conseguir la igualdad entre ciudadanos cuando la dinámica actual muestra una desigualdad creciente entre CCAA, reflejada por ejemplo en el presupuesto sanitario? Reformando el Título VIII de nuestra Constitución y, con él, un modelo de organización territorial completamente disfuncional, con vistas a federalizarlo definitivamente; o sea, dándole un cariz simétrico y por tanto de dinámica centrípeta. Nada de derechos históricos; nada de asimetrías; nada de bilateralidades.

 

Es cierto que la estrategia del miedo es perversa porque apela a lo más profundo e irracional de las pasiones que puedan remover los símbolos (nótese el valor terapéutico que hoy se le concede no tanto a la República como al morado –que le conceden incluso muchos de los que han controlado y aún controlan el cotarro-) así como los discursos incendiarios sin calado argumental. Y es verdad que por eso mismo es incendiaria y nos aboca a enfrentamientos de cuyo nombre no quiero acordarme (porque recordarlo no es sino reincidir en el pecado). Pero creo que tampoco podemos dejar pasar la oportunidad de deslegitimar un discurso (el de Podemos) que de tan populista debería ponernos en alerta democrática. Nos queda exhalar indignación por todos los poros y en todas direcciones.

 

Indignación contra quienes, por inmovilismo, han provocado que esto pase, contra quienes han corrompido de tal modo nuestro sistema político que cualquier parecido a una democracia es pura coincidencia.

 

Pero indignación también ante el discurso más que simple del nuevo barón de Münchhausen, capaz él solito de sacarnos a todos de la ciénega tirando fuerte de su coleta. Siempre que nos enganchemos a sus pies, se entiende. No sé si acabará así con el célebre trilema, pero al parecer, se basta y se sobra con palabras bienintencionadas (primer parecido con el wishful thinking zapateril) para solucionar todos nuestros problemas.

 

Se entiende por supuesto la indignación del personal (no les contaré las penas de un aspirante a doctor de filosofía política en paro) y, por tanto, también de los votantes de Podemos, ante el panorama económico que nos asola, y habría que cuidarse mucho de enmarcar a estos últimos en caracterizaciones peyorativas que me abstengo de reproducir. El perfil sociológico del votante de Podemos es el de un hombre de 35 a 54 años que viene de votar al PSOE y que hoy se considera más a la izquierda que los socialistas pero menos que IU. Es un señor al cual la crisis y un sistema arcaico y oligárquico le están hundiendo, de la mano de la “ley de hierro” desvelada por Michels, el negocio que a duras penas le da de comer, por activa o por pasiva, y que ve en este partido la única esperanza de redistribuir socialmente las ganancias y de crear oportunidades laborales. Un respeto grande a ese señor, pues.

 

Pero eso no quita (hay que hacer todas las lecturas) que el descontento esté mejor o peor canalizado. Cuando uno acepta el pluralismo y es votante del cuerpo doctrinal representado por un partido ya sabe que esas ideas y propuestas pasarán el filtro de la crítica. Claro que para ello hay que renunciar a un feo vicio que se expande como cáncer por todos sitios pero que, quizá, anida con mayor fuerza en  cierto sector izquierdista: la presuposición de la superioridad moral. ¿Pero, oigan, si uno es moralmente mejor por votar a determinado partido, no creen que todos tendríamos motivos para decir, al menos públicamente y de cara a la galería, que somos la encarnación del Ché? Lo mejor para la democracia es que todos escuchemos, de verdad, los argumentos de unos y otros. Por eso, quizás conviene también escuchar las críticas, no sea que el votante se equivoque al votar a quienes sin duda creía sinceramente que iban a hacer más daño al famoso establishment, denominado ahora “casta” para dar empaque a la pegada. Y es que ése es el problema, que las consignas del advenedizo, de tan simples se caen. Y, oigan, nos jugamos la supervivencia del Estado, de nuestros derechos y de nuestras prestaciones, poca broma. Si hemos de echar un órdago al establishment mejor saber quién es nuestro aliado.

 

Cuatro meses de vida, un crecimiento desbocado y una organización horizontal compuesta de múltiples “círculos” empastan bastante mal con una alternativa seria de gobierno. Claro que al grito de rabia contra un sistema que nos oprime no se le pide nitidez ni propuestas salvadoras. Pero cuando el grito se transforma en voto, pasamos de las quejas y la presión a las propuestas; y, entonces, mejor saber qué votamos. El pasado está repleto de funestos líderes democráticamente elegidos. Sin necesidad de irse a Hitler, no se acojan al clavo ardiendo. Decíamos que los círculos que componen el partido dibujan un movimiento asambleario, cuyas perversiones (como las de todo movimiento asambleario) no se las salta un gitano. Ahí van dos ejemplos.

 

El primero. Un partido que habla de dar la voz a los ciudadanos, para recuperar la soberanía perdida en favor de la casta, nos sorprende abanderando el “derecho a decidir”; de los pueblos, se entiende. Y claro, frente a la opinión de algunos de sus máximos representantes, como Villarejo (que, al igual que Pablo Iglesias, nos ha estafado a todos y ha conseguido un puesto de europarlamentario que piensa abandonar en breve), Podemos Barcelona ya se ha declarado a favor de la consulta de independencia. Y en el País Vasco se organizan con Batasuna para formar otra cadena por la independencia. O sea, han decidido romper la unidad de decisión y la igualdad ciudadana para dar el estatus de sujeto político a los pueblos (suponemos que se refiere a las CCAA), ahondando así en las desigualdades entre ciudadanos españoles en función de la Comunidad Autónoma en que residan (en el segundo enlace se ha mostrado, por ejemplo, las divergencias, por habitante, en las partidas presupuestarias para Sanidad). Donde se defiende la autodeterminación de los pueblos se anula la soberanía popular de los ciudadanos. De ahí que Podemos sea un partido que sólo puede ahondar en nuestras miserias, sin ningún atisbo de solucionar nada.

 

El segundo. Como no podía ser de otra forma, viniendo de un movimiento asambleario, lo que al parecer pretende ser una regeneración democrática acaba mostrando una propuesta de organización social de rostro absolutamente irreconocible. A tenor de lo que contaba, en una entrevista, Pablo Echenique-Robba, científico y ahora eurodiputado de Podemos, el mandato de los representantes de Podemos en las instituciones democráticas (en general) será imperativo y no representativo. Esto no sólo quiere decir que el representante no se presume más capaz que el votante, sino que el proceso de toma de decisiones sin duda se eternizará en ineficientes luchas intestinas y, sobre todo, que el partido difícilmente podrá dotarse de un corpus sólido y coherente. Muestra de ello: como científico, este representante aboga (juiciosamente, creo) por la energía nuclear, la experimentación con animales en laboratorio y por no prohibir los transgénicos ya que siete mil millones de personas tenemos el mal hábito de comer. Sin embargo, si sus argumentos no convenciesen a las bases (él ya anticipa que sería por anticientificismo, por ignorancia; y parece que en mucha de sus gentes ya ha saltado la alarma contra sus palabras), él se atendrá a lo que le pidan sus bases. Todo muy democrático; si se confunde democracia con el mayoritarismo, claro.

 

Con esto llegamos ya a las espurias bases ideológicas, trufadas de posmodernismo, que han dado alas a su muy desbarajustado cuerpo doctrinal. Me refiero a autores como Laclau, Negri o Rancière. Con este último, llamarán “orden policial” al funcionamiento ordinario de nuestro sistema político, por el que transcurren con normalidad los procedimientos democráticos de toma de decisiones. Se trataría de un orden que definiría nuestros “modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir”, es decir, que nos asigna, a cada uno, un lugar y un papel social. La demoscopia representaría bien este orden; y, a la luz de ésta, el lugar de muchos es la invisibilidad, el silencio. Pues bien, parece que de un tiempo a esta parte vivimos una crisis de legitimidad que ha enseñado a las claras el rostro violento de un sistema que funciona al margen de los intereses de los ciudadanos. Muchos entendemos que nuestro sistema (bipartidista) ha estado sojuzgándonos a muchos de sus hijos (ciudadanos), dejándonos sin representación efectiva y despojándonos de la soberanía popular.

 

No es difícil estar de acuerdo con este diagnóstico; pero cuesta más aceptar que la solución pase por despachar el Estado de Derecho, calificándolo como mera violencia. No creo que baste con afirmar, con Rancière, que sólo hay “política” cuando se interrumpe el orden policial y se pone en cuestión el orden establecido; cuando los que “no tienen parte” irrumpen y quieren llenar el silencio con su voz nítida. El problema es que más que una propuesta para guiar la acción, aquí se nos está dando la descripción de un hecho sociológico, de lo que ocurre en una crisis de legitimidad; y, cuando más, se ofrece una táctica para la lucha política. Sin más base, no seríamos más que pollos sin cabeza dispuestos a tirar la puerta abajo. Sin duda, de ahí mi particular reticencia ante un movimiento cuyas bases son más bien vaporosas; por ser delicados. Así lo reconocía Negri, otro de los autores referencia del movimiento gaseoso que nos ocupa, en una entrevista en la que Danilo Zolo le ponía contra las cuerdas: “a menudo siento que, cansados, proponemos para confrontar percepciones e ideas fijas antes que líneas argumentales” (Hardt & Negri, La Multitud y la guerra, p. 62 -esta frase de Negri aparece y desaparece en función de la traducción; consta en la traducción de Eduardo Sadier pero desaparece sorprendentemente de la traducción de Rosa Rius y Pere Salvat en la edición de Paidós-). No tiene desperdicio la pregunta de Zolo y la respuesta de Negri (pp. 61-62).

 

Está muy bien conseguir que en plena crisis de legitimidad, un sistema desgastado sienta moverse el suelo bajo sus pies y se preste a oxigenarse, a abrir las compuertas para atraerse un soplo de legitimidad que le granjee una buena dosis de legitimación popular. Si los privilegiados tienen miedo a perder sus prebendas abrirán las manos y cabremos más y mejor. Pero estas disquisiciones ya las hacen otros autores sin renunciar a un concepto amplio de política. Habermas, por ejemplo, dirá que al sistema político se le insufla un input de legitimidad cuando, durante una crisis de legitimidad como la que estamos viviendo, se interrumpe el funcionamiento ordinario del sistema y se inicia un momento extraordinario: surge entonces lo que denomina “poder (político) comunicativo” que blande un discurso democrático (el que a todas luces está ya en boca de todos los ciudadanos que estamos indignados por la pantomima democrática y por el desesperante/angustiante panorama económico que nos aguarda) capaz de abrir una brecha allí donde nuestros jerifaltes toman las decisiones, obligándoles a poner en línea sus propuestas con la conciencia social que viene empujando. Y es que si nuestro modelo, un Estado social y democrático de derecho, nos ha granjeado grandes satisfacciones hasta hace poco, quizás no es cuestión tanto de buscar nuevas utopías como de conseguir recuperar y mejorar parte de lo perdido en el único espacio soberano en el que hoy es creíble recuperarlo: la Unión Europea. Pero tener esto claro implica hacer pedagogía democrática y no confundir la democracia con el mayoritarismo; ni con el recelo al Estado de Derecho, al Tribunal Constitucional y demás órganos o procedimientos contramayoritarios;  ni con la participación directa o con el mandato imperativo. La democracia no sobrevive si cada cual acude a asambleas y reclama lo suyo, buscando subjetivarse (¿!) al margen del interés general. Y menos cuando se exhorta, contradictoriamente, tanto a la participación de los pueblos como de las personas.

 

Esto me lleva a lo siguiente. Vayamos con cuidado con quien, como cuestión de principios democráticos, defiende teóricamente el derecho a portar armas y afirma que “la democracia es incompatible con el monopolio de la violencia por parte del Estado”. El corolario, que pretende extraer de la experiencia de EEUU, es falso por cuanto, a pesar de la segunda enmienda, Obama es detentador del mayor monopolio de la violencia legítima (se presume legítima cuando se ejerce dentro de sus fronteras, no cuando la saca a pasear, por supuesto) del mundo. Pero, en cualquier caso, si no hay monopolio de la violencia legítima en manos del ejecutivo, los derechos dejan de ser ejecutables y entramos en una guerra de todos contra todos. En pocas palabras, donde no hay monopolio de la violencia legítima no hay Estado de Derecho.

 

Al parecer, por portar armas, los patriotas americanos son más demócratas que nosotros; si apretan demasiado el gatillo es sólo porque están “enfermos”. Por lo que se ve, sus amigos de Batasuna financiaron y sostuvieron a quienes apretaban el gatillo desde otros valores morales, mucho más elevados que los del americano medio. No parece probable que acabe defendiendo en el Parlamento tal propuesta política quien no parece tonto; pero pregúntense qué le lleva a Pablo Iglesias a afirmar tal barbaridad. ¿No les parece a ustedes compatible con el concepto de política que manejaba Rancière? Pues eso… De una muy mala teoría no podemos esperar sino una muy mala praxis. Se apuntala un discurso que, en plena modernidad, parece defender la democracia directa de los antiguos. Aunque, obviamente, no haya ciudades estado y la política esté tan especializada que se nos escapa de las manos. ¿Pero, qué más da? ¡Donde hay círculos hay alegría! ¿Qué es eso del Estado de Derecho? ¿De la democracia constitucional? ¿De lo derechos de las minorías frente a las mayorías? ¿De los contrapoderes? Nada, el que no está de acuerdo con el discurso de Podemos es que tiene miedo a la democracia; o es fascista, o será un conservador que, agarrado a sus privilegios, se propone hundir a los de abajo. Si no hablan de “falsa conciencia” es sólo porque no vende. Bueno, y porque no saben lo que es.

 

La democracia -no deberíamos olvidarlo- es participación encauzada por un legítimo Estado de Derecho que la gente debe dar por bueno. Cambiar la pedagogía y abandonar el tino en la denuncia en aras del discurso incendiario (que sin duda ayuda a ganar muchos votos y muy rápido) no parece la mejor estrategia democrática. Yo prefiero advertir, con Dworkin (para quien la democracia es azul, el color de los demócratas frente a los republicanos) que el Estado social de Derecho es la democracia, es progresista, y es transversal porque sus principios universales se dirigen a todos nosotros. Nuestro modelo de democracia, como todos los modelos constitucionales continentales, es socialdemócrata. Todos son históricamente de izquierdas, si se quiere. El propio Anguita se conformaba para muchas cosas con aplicar la constitución. Sea. Y si hay que reformarla para mejor garantizar los principios constitucionales o los valores superiores (igualdad; –de los ciudadanos-; libertad –de los ciudadanos-; justicia –entre los ciudadanos- y pluralismo político –que considere siempre que la unidad jurídica y moral son las personas-), pues también. No nos desmadremos y no confundamos términos. Defender nuestro modelo es defender una historia de luchas. Luchar por luchar, como pollos sin cabeza, no sirve de nada. Llega un momento en que conservar es más progresista que progresar… Hoy nadie niega que para conservar haya que luchar; pero eso no está reñido con una buena teoría, de la que ya disponíamos. Y no implica embarcarnos en experimentos que pueden hacer de España, atendiendo a nuestro carácter y nuestro pasado, un polvorín.

 

Alguien podría recordarle a señores como Zizek (el filósofo ‘superstar’ que se ríe de sus ‘idiotas y aburridos’ alumnos y que, contra los más evidentes criterios académicos, juega a caricaturizar sus posturas lanzando ‘globos sonda’ que sólo buscan impacto y generar reacción intelectual para darse autobombo) que, por más ganas que tengan de escribir su nombre en la historia, a nosotros ya se nos utilizó como país probeta antes de la Segunda Guerra Mundial… y que las secuelas, a la luz de los hechos, aún duran. Mejor luchemos por demostrar que la democracia ha arraigado y que donde los principios universales que ilustran el constitucionalismo han fallado, hay una sociedad civil (siempre mejor que ese pueblo al que aluden tanto los nacionalistas como el populismo desde el que habla Pablo Iglesias) dispuesta a moverse y a llenar las calles para apuntalarlos: contra los del establishment y contra los incendiarios.

 

Muestras indiscutibles de populismo son casi todas sus propuestas económicas. Con el fondo de las pensiones bajo mínimos es ridículo (y una estafa gorda) que propongan jubilarse a los 60 años. También es insostenible y en absoluto meditada su propuesta de renta básica de ciudadanía. ¿Creen que no la quiero?  En fin, que las cuentas no salen: siendo muy amables, y sin contar con que en ningún lugar se ha acabo al 100% con el fraude fiscal (como pretendería, según sus cálculos, Podemos) y sin contar con lo que a continuación se dirá, las propuestas de Podemos engordarían el déficit público en más de 133.000 millones de euros

 

Pero lo que colma el vaso es proponer, con la mayor irresponsabilidad del mundo, hacer un default (una quita, aunque sea parcial) de la deuda, como si la pequeña estabilidad que aún nos proporciona la mínima viabilidad del Estado no dependiese de la financiación externa. La historia muestra que sólo un país con el poder (duro y blando) de EEUU puede hacer un default sin que tiemblen todos y cada uno de los cimientos del Estado. Demasiadas medidas, como las supuestas nacionalizaciones, no parecen buscar otra cosa que generar inseguridad jurídica. La salida del euro nos conduciría a una inflación desmedida y a un más que probable corralito que perjudicaría enormemente al pequeño ahorrador (primero) y que empujaría (en seguida) al país a una crisis brutal. Con estas y otras medidas, es de suponer que los incentivos del capital para invertir en nuestro país (en nuestro suelo –sobre el modelo de crecimiento, también hay que discutir y mucho-) se iban a ver bastante mermados; quizás aparecerían como más suculentos los suelos de Portugal, Grecia o Croacia. Al final, por más impuestos que suban y por más fiscalización que se implemente, es difícil saber cómo espera Podemos generar crecimiento económico y, por tanto, ingresos públicos para reinvertir, como pretenden, en la economía. ¿Por arte de magia? Uno dista mucho de ser economista, pero todo esto huele al peor populismo; propuestas improvisadas que, de cumplirse, nos llevarían a la ruina y a la peor de las crisis sociales.

 

Sólo hay una razón para la tranquilidad. Relativa, muy relativa. Conforme lo digo incluso me arrepiento. Me refiero a que pocas locuras debería hacer un partido que ya ha dado múltiples indicios de querer echarse a los brazos de IU e incluso del PSOE (¡ese partido de la casta que no se diferencia del PP!). Pero es que, además, a juzgar por muchos indicios, no puede dejar de ser sistémico y quizás bastante más de lo que parece. A juzgar por esta información (siento la fuente, ya entiendo que no se la tenga por un dechado de credibilidad), Podemos no sería más que un juguete de Roures (propietario de un 33% de Mediapro y, por tanto, de Público y de La Sexta) para disputarle el voto de izquierdas a IU (¿no le sorprende a nadie la ausencia de algún representante de IU en el debate postelectoral en La Sexta?): al parecer se habría trenzado “la operación coleta” (no me invento yo el nombre) para lanzar a Podemos y para que, luego, ante el miedo a su crecimiento y a la fragmentación de la izquierda de la izquierda, éste pase a ser absorbido por IU; el objetivo sería debilitar la fuerza que el PC ostenta todavía en el seno de la coalición. Al parecer, en algunos ámbitos no gusta la debilidad del PSOE (sin duda, hablamos de quienes dependen de su gobierno para arrimar algún ascua a su sardina) y, por lo mismo, no gusta nada que IU no sea servicial y no se ponga a remar en la misma dirección cuando vienen mal dadas. Serían los casos de Extremadura o, también, de aquellos momentos en que algunos, al ostentar Consejerías como la de Vivienda, se ponen excesivamente duros contra los desalojos en Andalucía. No sabemos si el ala zapateril del PSOE, defendida por Roures y representada por Chacón, ganará o no las luchas intestinas; pero al menos se habrían asegurado, fuera del partido madre, un poder político importante y la capacidad de tocar el poder supremo, el del gobierno.

 

Quizás esto explica por qué los actos subversivos de Pablo Iglesias, en lugar de dirigirse contra el establishment, se dirigen contra el partido menos establishment que hay, contra el único que ha renunciado a puestos de gobierno y el que ha sentado a la cúpula de Bankia en el banquillo (veáse quién lidera este escrache contra Rosa Díez). Uno sospecha que miedo, miedo, lo que se dice miedo, lo tiene el establishment a UPyD; y que, quizás, Podemos es un partido bastante más sistémico de lo que nos quieren vender. Aunque jamás valga más que mil palabras, allá va una imagen.

 

Se ha dibujado a Podemos (por su lanzamiento y algunos vínculos –que, por supuesto, sus bases ignorarían-) como puro sistema, puro establishment. ¿Y, entonces, el discurso radical? Pues estaría entre el marketing político que no va a ningún sitio (respecto a las cuestiones económicas, difícilmente hará locuras quien depende de la financiación para sobrevivir) y la herencia biempensante que defiende, ahora en serio, los derechos de los pueblos a la autodeterminación.

 

De ahí los problemas que se nos podrían venir encima si no se pincha este bluf a tiempo. Primero, que quien juega con fuego, se quema. Es evidente que Podemos no esperaba cinco escaños (por eso Villarejo tiene pensado dejar el suyo y retornar pronto a la tranquilidad de su casa) y que, ahora, su potencial de crecimiento no parece pequeño. Si de verdad alguien pretendía mantener esto bajo control (como aquí sólo se ha especulado), corre el riesgo de quemarse y mucho. Y, mientras tanto, se difunde, desde un muy ladino y solamente aparente wishful thinking, la peor de las conciencias sociales de la herencia zapateril: el presupuesto de una nación de naciones, la preponderancia política de los pueblos de España sobre la idea de ciudadanía y la idea de democracia como mayoritarismo, como la nuda voluntad del pueblo por sobre los cauces (Estado de Derecho y los múltiples resortes contramayoritarios) que deben asegurar que esa voluntad, siempre falible, se corrija en el tiempo a base de salvaguardar a las minorías de la tiranía de las mayorías. Porque Zapatero defendería el Estatut que saliese del Parlament hoy tenemos una consulta de independencia a la vuelta de la esquina. ¿Están arrepentidos los promotores de esto? No, al fin y al cabo, como dice Pablo Iglesias, la política no es tener opinión, ni siquiera tener razón: es acumular poder. ¿Para qué? Qui sait!

 

La pequeña tranquilidad que da pensar, por una parte, que todo queda dentro del sistema, se torna en angustia por otra. No sólo porque un caballo desbocado se escapa al control de su amo y, por tanto, podrían llegar a cobrar carta de naturaleza unas políticas económicas que nos hundirían a todos (a los grandes capitales, no… esos tienen siempre donde refugiarse) junto con un Estado quebrado. Pero, es que, además, por más controlado que estuviera: ¿nadie se da cuenta de que la izquierda no puede permitir que las comunidades más ricas nos chantajeen con romper, sin razones democráticas de peso, la unión solidaria que es una comunidad jurídico-política? El retorno zapateril al cuadrado, ahora de la mano de todo el nacionalismo pseudo-progre, no es en absoluto una buena noticia. Y viene a provocar justo cuando los demócratas deben estar más unidos contra el chantaje pestilente de Mas.

 

Como relevo zapateril desbocado, Podemos defiende la secesión en Cataluña y en el País Vasco. Uno espera que el gallinero horizontal que es ese partido, naufrague por sus propios méritos; pero, puesto que tampoco hay que pasarse de listos, ¿no habría que recapacitar un poco, desde ya, antes de brindarle a cualquiera nuestro apoyo, por más retórica que emplee y por más rabia que uno sienta contra el establishment que nos ahoga? Siempre hay más alternativas. Digámosles también a ellos: “podemos, pero no con vosotros; no así.”

 

 

 

 

 

 

Más del autor

-publicidad-spot_img