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Poder, casa y el día a día

Se habla del día a día cuando las cosas vuelven a la normalidad, cuando los asuntos domésticos se tornan simplemente culinarios, cuando se bosteza, cuando uno echa una cabezadita y se queda dormido en el sillón, si es que tiene. Allá en Haití apenas han transcurrido once días y los que quieren ser primeros en todo ya se adelantan a decir que el país ha vuelto a la normalidad. Y apetece inmediatamente decir que es mentira, una mentira revestida de gravedad. Primero porque no han removido todos los escombros para recuperar los muertos y enterrarlos. Segundo porque toda la ayuda sigue en el aire y en el mar, todavía no ha llegado a su destino. Tercero porque no han enterrado a los muertos, todos los muertos degollados por la mano cruel de la providencia. Y lo repetimos, como si no nos hubiésemos dado cuenta.

 

¿Quién vuelve a la normalidad cuando no sabe dónde están los cuerpos de su familia entera, y no sabe qué será de él en los próximos años? ¿Qué niño vuelve a la normalidad si no tiene noticias de sus padres y sabe que las personas con las que están no le quieren? Cuando éramos niños, oíamos historias que nos inducían a pensar que los ibos o calabares eran personas peligrosas. Vivíamos en Guinea Ecuatorial, país que solamente unos años antes, pocos, era Guinea Española . Los calabares o ibos eran nativos de Nigeria, traídos por los colonos o los potentados emancipados para trabajar en la agricultura. Calabares e ibos eran peligrosos porque, nos decían los mayores, se comían a la gente. Si por casualidad o por una desgracia caías en sus manos, podías dar con tu vida en sus inmensas ollas, donde te aliñarían para ser devorado por aquellas gentes feroces.

 

No sabíamos que podíamos estar viviendo con gentes de mayor ferocidad. En las maratonianas sesiones informativas de todas las televisiones de este mundo con motivo del terremoto de Haití han mostrado muchas cosas, y se han dicho otras, en un torbellino informativo casi injustificable. Pero solamente injustificable para algunos. Y lo escribo porque pienso que no informo más cuando muestro los aspectos más dantescos de la realidad, pues la causa detonante de la catástrofe es de tal magnitud para que no se esperara un resultado mejor que lo mostrado. Pero no, para los amantes del amo que muerde a su perro hay que mostrar la sangre, las mutilaciones, las amputaciones en directo, pues hay mucha gente que no se cree que un seísmo de una magnitud de 7 en la escala de Ritcher pudiera causar tamaña mortandad.

 

Y estando en esta vorágine informadora, no se dieron cuenta de lo que sí se mostró con toda la naturalidad del mundo conocido por la ONU: los helicópteros de la Marina de Estados Unidos echaban la ayuda desde el aire. Delante de todo el mundo, y los productos no eran sacos de ropa, o de algodón, sino todo lo necesario para sobrevivir después de haber perdido todo. Y vimos cómo arrojaban de los mencionados aparatos voladores cajas de agua para el alivio de la sed de los habitantes de Port au Prince. Pero si pensamos que el agua no se envasa en recipientes de algodón o en otro medio difícilmente irrompible, creemos que el arrojamiento se hace a sabiendas de que lo arrojado puede no llegar a su destinatario, porque al romper el envase que lo contiene, todo el agua deseada para los haitianos vuelve a la tierra, y acaso apaga el fuego voraz del terremoto destructor. Mas no nos pongamos sensibles.

 

Si desde el alto cielo arrojo la ayuda aun con el riesgo de que no llegue a los necesitados, es porque temo el contacto con ellos. Claro que ha salido por todos estos medios que hordas vandálicas de haitianos, armados con cuchillos, machetes y otras armas agudas siembran el terror entre ellos a cuenta de la ayuda o de la miseria en que viven. Nadie que haya leído o escuchado un poco lo ignora, ¿pero qué hay que decir del hecho informativo de que la mayor potencia militar de toda América tenga miedo de acercarse a los hambrientos y lance literalmente al mar los millones que públicamente dicen que ha recaudado para el sufrido pueblo? ¿El miedo de los militares del poderoso estado es puntual o conoció gradaciones desde la destrucción causada por el terremoto? Aparte de los cuchillos domésticos que se han dado prisa en mostrar, ¿qué tiene el pueblo de Haití para que suscite tanto rechazo?

 

Es lo que hay que preguntar, y no digan, para justificar lo que no se puede, que las botellas de agua lanzadas desde los helicópteros son de plástico irrompible. Urge a la comunidad de negros del mundo entero reunirse para discutir sobre lo que hay detrás del hecho de que salgas a socorrer a alguien y no puedes acercarte a él porque le tienes miedo. La comunidad de blancos de mundo puede dedicarse a lo de siempre. Bueno, esto lo decimos si en el mundo existe una comunidad de negros y otra de blancos que se reúnen para discutir sus asuntos y proponer soluciones buenas.
Como íbamos a hablar de los asuntos del día a día, aquí en la república de Guinea Ecuatorial las cosas discurren dentro del cauce de lo esperado. Tras la parafernalia que acompañó a las elecciones y su afianzamiento en el trono, nuestro rey se ha dejado ver y sentir y ha premiado a los lacayos con prebendas. Pero el asunto fue tan calcado a como lo contamos en otras entregas que casi se redujo a un acto del homenaje, pues en la nueva corte de gente aduladora que habrá a su alrededor no hay caras nuevas.

 

Salvo dos o tres movimientos de piezas sin importancia, todo está en su sitio, tan en su sitio que la tremenda impresencia de los nativos de las etnias minoritarias en esa corte aduladora persiste. Apenas dos o tres nombres. Se leyó en la radio los nombres de los ministros y tras los mismos, acudieron al acto de homenaje sobre un ejemplar de la Biblia, quizá una versión de Nácar-Colunga, para decir que juraban por Dios, por la Patria y por su Honor… Lo ponemos en mayúsculas, no vamos a menospreciar cómo lo hacen los lacayos que siempre estarán en torno a nuestro rey Obiang. Juraban por todas estas palabras en mayúsculas que servirían a la república, al rey pasara lo que pasara. Pero antes de que se les confiriera este honor, el mismo rey de ellos llamó aparte al primer ministro, que es nuevo y viejo por lo que ya decimos, y le dijo que su anterior gobierno había sido “positivo”.

 

Luego de esto, le dio recomendaciones nuevas y le dijo que había una lacra que había que erradicar: la corrupción. Y citó delante de otros nombrados los casos de corrupción en los que estuvo metida gente que conocía, y a la que había nombrado. ¿Pero el gobierno anterior había sido “positivo” o no? Los casos de corrupción, que junto con el terrorismo, amenazan el desarrollo de Guinea, según el rey, ¿son casos aislados que no influyen en la marcha del país? Creemos que no. Sabemos, y sin leer los documentos de los ministros y los de los constructores, que los tubos que deberían conducir las aguas potables a nuestras casas, cuando las tengamos, no pueden terminar de ponerse si tras los empresarios van los ministros a pedir una parte de los presupuestos porque con esta migaja se asegura el contrato. Y es porque, recibida la parte reclamada, no tendrán suficiente honor para ir tras la empresa a exigir que los tubos se conecten mejor, o que sean de mejor calidad.

 

Es hecho público en Malabo que los tubos que soterró una empresa muy conocida se soltaron la primera vez que por ellos pasó el preciado líquido que esperamos hace exactamente 31 años. No pueden estar bien puestos si no hay nadie con suficiente honor para pedir un trabajo mejor. Cierto, fue el anterior un gobierno positivo. Lo dijo el rey Obiang. Lo vimos por la tele. Y cuando hablaba de la corrupción, hacía comentarios de un hecho que creía que se había asentado con toda normalidad en las costumbres de nuestra casa. El día a día.

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