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ArpaPoesíaPoemas de Olav H. Hauge

Poemas de Olav H. Hauge

 

 

Poemas de Olav H. Hauge,
traducción de Francisco J. Uriz.

 

· del poemario Under bergfallet, de 1951. 

 

Concha

Le construyes una casa a tu alma.
Y te paseas orgulloso
a la luz de las estrellas
con tu casa a la espalda
como un caracol.
Si adviertes peligro,
te metes en la casa
y te sientes a salvo
detrás del duro
caparazón.

Y cuando ya no existas,
quedará
la casa
y testimoniará
de la belleza de tu alma.
Y dentro susurrará
el mar de tu soledad.

 

 

Lágrima, no hace falta que caigas

Era poco para ti
pero mucho para mí:
Una sonrisa cuando hacía falta
y un apretón de manos era todo.

Lágrima,
no hace falta que caigas
sé que eres salada.

 

 

 

 

 

 

 

· del poemario På ørnetuva, en 1961.

 

No me traigas toda la verdad

No me traigas toda la verdad,
no me traigas el océano para apagar mi sed,
no me traigas el cielo cuando te pido luz,
pero tráeme un destello, una gotita, una plumita
igual que los pájaros traen una gota de agua del baño
y el viento un grano de sal.

 

 

· del poemario Dropar i austavind, en 1966.

 

Muro

Se puede hacer un buen muro
con piedras viejas,
si se colocan adecuadamente
y se encajan bien.
Pero tal vez estén mal talladas
y desparejas; tal vez quede cal y argamasa
vieja, se ve que han estado antes en otro muro.
Lo mejor es sacar piedra nueva de la cantera,
tallarla como se quiera,
así se tienen unas aristas exactas
y es fácil encajarlas.
Así tendrás un muro firme.
Y podrás decir que es tuyo.

 

 

Una palabra

Una palabra
—una piedra
en un río frío.
Otra piedra más—
Tengo que poner más piedras
para poder cruzarlo.

 

 

No navegamos por el mismo mar

No navegamos por el mismo mar,
aunque así lo parezca.
Toscos tablones y hierros en cubierta,
arena y cemento en la bodega,
voy muy hundido, avanzo pesadamente,
pataleo en la tempestad,
mujo en la niebla.
Tú navegas en un barco de papel
y los sueños hinchan la vela azul,
el viento es tan suave, tan delicada la ola.

 

 

 

 

 

 

 

Dejadme que haga como el escarabajo estercolero

Las penas se van depositando en mí
y me aplastan en un cálido nido.
Dejad que a pesar de ellos me mueva,
que pruebe mis fuerzas, aligere la turba —
dejadme que haga como el escarabajo estercolero
cuando un día de primavera, escarbando, emerge del estiércol.

 

 

Mañana invernal

Cuando me desperté hoy, los cristales de las ventanas
estaban cubiertos de hielo,
pero a mí me hacía arder un sueño agradable.
Y la estufa difundía por la habitación el calor
de un tronco con el que se había deleitado durante la noche.

 

 

Tú eras el viento

Soy un barco
sin viento.
Tú eras el viento.
¿Era ése el rumbo que yo debía tomar?
¡A quién le importa el rumbo
con un viento así!

 

 

La espada

La espada
corta
cuando se desenvaina,
si no otra cosa
—el aire.

 

 

 

 

 

 

 

Viejo poeta que intenta ser modernista

También a él le entraron ganas de probar
los nuevos zancos.
Se ha subido a ellos
y anda con mucho cuidado como una cigüeña.
Asombrosa la amplitud de miras que ha adquirido.
Hasta puede contar las ovejas de su vecino.

 

 

· del libro Spør vinden, en 1971.

 

Un poema cada día

Quiero escribir un poema cada día,
cada día.
Tiene que ser posible.
Browning pudo hacerlo durante mucho tiempo, a pesar de
que rimaba y
marcaba el ritmo con sus pobladas cejas.
Eso pues, un poema cada día.
Algo se te ocurrirá,
algo pasará,
de algo te darás cuenta.
—Me levanto. Alborea.
Tengo buenas intenciones.
Y veo al pardillo levantar el vuelo del cerezo
al que ha robado una yema.

 

 

 

Caballos y vagabundos

Caballos y vagabundos buscan piletas
al borde del camino.
¿Para qué quieren
gasolineras?

 

 

Pleno invierno. Nieve

Pleno invierno. Nieve.
Les echo a los pájaros unas migas de pan.
Y no por ello duermo peor.

 

 

Miro un espejo antiguo

El anverso, espejo.
El reverso, una imagen del jardín del Edén.

Extraña ocurrencia
del viejo cristalero.

 

 

 

 

 

 

T’ao Ch’ien

Si un día T’ao Ch’ien
viene a hacerme una visita,
le enseñaré mis cerezos y mis manzanos,
preferiría que viniese en primavera
cuando están en flor. Después nos sentaremos a la sombra
con un vaso de sidra, quizá le enseñe
un poema —si encuentro uno que le pueda gustar.
Los dragones que cruzan el cielo dejando tras de sí veneno y humo
se deslizaban más silenciosos en su tiempo y trinaban más pájaros.
Aquí no hay nada que él no entienda.
Tiene más ganas que nunca de retirarse
a un huerto como éste.
Pero no sé si lo hace con buena conciencia.

 

 

No se cuelga el sombrero en un rayo de sol

Tienes que tener siempre
suelo firme
bajo los pies, algo

a que agarrarte,
la idea
no se atreve

a soltarse,
es como un niño
no tiene confianza, pero

siempre anda
buscando apoyo.
No se cuelga

el sombrero en un
rayo de sol,
tarde aprendiste

a nadar, desconfías
del avión,
no te sientes seguro

más que a pie.

 

 

· del libro Janglestrå , en 1971.

 

La báscula

Es la vieja báscula
lo más importante
que hay aquí en la tienda
(y, bueno, yo mismo)
por eso su sitio está ahí
en el medio, es
lo que determina
el peso y decide
lo que serán los gastos de envío.
Claro que yo noto
cuando levanto cajones o sacos
el peso que tienen
pero hay que colocarlos en la báscula
para que ella diga lo que le corresponde.
Negociamos entre nosotros
mientras pongo las pesas
y a menudo llegamos
a un acuerdo —ella se balancea,
yo asiento,
y decimos que está bien—
no ajustamos, digámoslo así, al gramo.
La balanza está oxidada y a mí
la artritis me ha dejado la espalda rígida,
afortunadamente las pesas son más ligeras
de lo que yo peso.
A veces noto que la gente duda
de que yo pese bien.
La gente es rara.
Cuando van a vender algo
quieren que pese mucho,
cuando van a enviar algo, quieren que sea ligero.
Entró un día el juez,
mostró su asombro ante la balanza, se acordaría
probablemente de lo que él mismo
tiene que pesar.
«Esto no es la balanza de un farmacéutico», dije,
pero pensé sobre todo en una balanza que vi una vez
en el taller de un joyero, pesaba polvo de oro
con una pinza.
A menudo he pensado
en lo que tiene que sopesar un juez:
justo e injusto
castigos y multas
vida y destino
¿Quién ajusta
esas pesas,
esa balanza?

 

 

Paso el círculo polar

Un hombre que va en el tren señala la torre de piedra en la montaña,
estamos pasando el Círculo Polar, dice.
En primer lugar no se nota ninguna diferencia,
el paisaje es idéntico al norte de la línea,
pero sabemos hacia donde vamos.
No me hubiera parado a pensar en este pequeño suceso,
si no hubiese pasado por aquellos días los 70.

 

 

· del poemario Vildstrån , en 1980.

 

A la hora de la verdad

Año tras año has estado inclinado sobre los libros
has reunido más conocimientos
que los que hubieses necesitado para nueve vidas.
A la hora de la verdad, se
necesita muy poquita cosa, y esa poca cosa
la ha sabido desde siempre el corazón.
En Egipto el dios de la sabiduría
tenía cabeza de mono.

 

 

Nubes del atardecer

Las nubes están llegando ahora
con saludos desde
costas distantes;
hacía rato que
no me enviaban ningún mensaje.

Tú, tímida y rosada,
alta en el cielo del atardecer,
probablemente seas
para otra persona.

Pero, al menos, todavía queda
alguna esperanza
para el mundo.

 

 

 

 

 

 

 


 

Olav H. Hauge (1908-1994)

Olav Håkonson Hauge nació, vivió y murió en el fiordo de Ulvik, un pequeño asentamiento en Hardanger, al norte de Utne (Noruega).

Sus padres Håkon Hauge (1877-1954) y Katrina Hakestad (1873-1975) eran agricultores, y la vida de Olav se desarrolló en una sociedad de marcado carácter pre-industrial, atada a fuertes y severas tradiciones familiares y sociales.

Hauge asistió a la escuela secundaria en Ulvik entre 1925 y 1926. En ella aprendería inglés y alemán, y algo más tarde aprendería francés por sí mismo, leyéndolo. Pasó muchos años formándose en la horticultura y el cultivo de frutas. Asistió a la Escuela de Horticultura Hjeltnes (Hjeltnes Videregående Skole) —en Ulvik (1927 y 1933–34)—; a la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida —en Ås (1930)— y al Centro Estatal de Investigación (Statens Forsøksgardt) —en Hermannsverk en Sogn og Fjordane (1931-1933)—.

Conforme a los usos tradicionales en la zona, el hermano mayor recibía la casi totalidad de la granja familiar, mientras que al menor (en este caso, Olav), sólo le correspondían tres acres de terreno. En su caso esto significó ser prácticamente pobre, y tampoco lo había pasado especialmente bien en su juventud, llegando a estar internado en una institución psiquiátrica antes de cumplir los treinta años.

Olav Hauge vivió toda su vida en Ulvik, donde trabajaba como jardinero y también cultivaba su propio huerto de manzanos.

Considerado como uno de los más importantes poetas noruegos —y, para algunos estudiosos, el mejor y más conocido internacionalmente— sus primeros poemas se publicarían en 1946, todos ellos escritos en formas tradicionales. Más tarde escribiría poesía modernista y, en particular, una excepcional poesía concreta que inspiraría a numerosos poetas noruegos mucho más jóvenes, entre otros a Jan Erik Vold. Dedicó gran parte de su tiempo a la traducción de la obra de otros grandes poetas europeos, siendo consideradas hasta hoy como las mejores traducciones de poesía de la lengua noruega.

Hagen consideraba la labor de traducción una parte consustancial de su propia obra poética, por lo que solía incluir en sus antologías las traducciones que él había hecho de las obras de otros poetas.

A los 65 años contrajo feliz matrimonio con la artista noruega Bodil Cappelen, viviendo los mejores años de su vida, según él mismo afirmaría en algunas entrevistas.

Hauge moriría con 86 años, a la vieja usanza y sin enfermedades: simplemente dejó de comer durante unos diez días tras los cuales falleció.

Después del servicio religioso, un carro tirado por un caballo transportó su cuerpo de regreso a la montaña.
Se cuenta que todos pudieron ver cómo un pequeño potrillo corría alegremente junto a su madre y el féretro, durante todo el recorrido.

 

****

 

Francisco Javier Úriz Echeverría (Zaragoza, 23 de diciembre de 1932) es licenciado en Derecho, profesor de lengua española, poeta, dramaturgo y traductor de numerosos autores nórdicos, algunos tan reputados como August Strindberg. Ha vivido treinta años en Estocolmo y es cofundador de la Casa del Traductor de Tarazona.

En 1996 recibió el Premio Nacional de traducción por Antología de la poesía nórdica, traducido conjuntamente con José Antonio Fernández Romero.

En 2012 recibió el Premio Nacional a la Obra de un Traductor, en reconocimiento a toda su trayectoria.

 

***

Todos los poemas de esta nueva entrega de la nube habitada han sido extraídos del libro:

Poesía nórdica.
Antología preparada por Francisco J. Uriz
Ediciones de la Torre · Biblioteca nórdica, número 2.
1995

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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