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ArpaPoesíaPoemas inéditos de Carlos Ortega

Poemas inéditos de Carlos Ortega

Carlos Ortega
Poemas de Prójimo (libro inédito)

 

 

 

EL FINAL DE LA ERA DEL DIÉSEL

La ciudad no tiene lírica,
cuesta encajarla en un verso
sin que salgan bocacalles,
se alcen fachadas y surjan
sombras sin cuerpos
que desconciertan el ritmo y el sentido.
Por el campo corre la poesía,
no corre por las calles.

La mendiga del Este se pone cada día
cuidando el puente san Miguel.
No pide, sólo saluda muda,
sonríe desde unos carrillos inuit.
Nunca he visto que nadie le dé nada,
ningún ciudadano de la ciudad,
ninguna de esas sombras febriles.
Yo tampoco:
soy rebelde a la limosna
y acérrimo partidario
de la justicia social.

De la parte del Elba sopla el viento,
y la gente se agarra el gorro,
la gabardina,
se agarran sus propios cuerpos de sombra.
La mujer, sin embargo,
sus mofletes color cobre,
permanece atornillada a su pobreza,
cada soflama es un avance
dentro del hormigón.

Así son los cruces en la ciudad,
crees cruzarte con alguien,
y son sólo nadies los que te cruzas,
sombras en el agua de los canales,
balanceándose una detrás de otra
en el perfecto orden de la ciudad,
sin poesía.
Toman aire por la nariz,
sin tiempo para colocar
una palabra,
y se hacen otros
como tú, con un golpe de aire frío.

Con el humo ella se transmutó,
en su aldea era alguien,
agua sana y sabrosa de beber,
ahora es otra, disuelta
en la nada
como un vaho lejano.

¿Cómo será que nadie
perciba el bulto que eres,
tu pálpito, cuerpo relleno
de deseo o de necesidad?
¿Cómo sentir el desamor global,
que el mundo pase de largo esquivándote
como se esquiva un ángulo
o el cadáver de un animal?

Yo podría ahora ocupar tu puesto:
tan sólo una milésima más tarde
o una sílaba más lenta
o un adelanto en la cita
con el destino, y zas…
Mi desazón tiene por eso
la forma exacta de tu vida,
lo cual me hace rebelde a la limosna
y acérrimo partidario
de la justicia social.

¿Llorarías por mí
si permutáramos nuestros destinos
encima de los versos del poema?
¿Dirías: mira este hombre,
seguro que fue guapo alguna vez,
hasta puede que tenga una familia,
es un buen tipo que se trastornó?
¿Me sonreirías como yo a ti?

Pues yo te compadezco
porque mi sombra abarcas
y eres el indicio del infortunio
ancestral que nos iguala.

Los haces de luz construyen volúmenes,
felices bóvedas doradas de aire,
de polvo, de partículas que habitan
nuestros pulmones más que el aire
que respiramos. Ingrávidos flotan
buena vida y lujo como estandartes,
no hay extranjero que no se rinda a esta belleza
de fina geometría, orden divino
hecho por la mano del hombre obrero,
hombre capaz de fundar un destino,
siguiendo el agua
sobre el barro de la ciénaga,
por encima del temblor de los bosques,
sólo para encuadrar mejor el cielo.

Con su postura de matrioshka
de prohibido aparcar,
sabe ella que el asfalto la separa
del barro sucio de la aldea,
mientras la ciudad canta con su voz,
que tiene eco en los templos
de un pasado sombrío.

Se viene la primavera,
lo siente en sus mejillas rajadas por el frío,
mientras la ciudad canta:
todos aquí disfrutan del olor a bencina,
del calor de la brea,
que reluce con brillo de charol.

Yo adoro los aromas de obras públicas,
el frescor del cemento remojado,
el perfume hurgado en la tierra,
hasta el tufo del alquitrán,
lo respiro de lejos y me gusta
ese aire renegrido,
como la misma ley que dice
que el coche circule por la derecha.

Esos remedios, sin embargo,
a ella la someterán
cerrando su salida
de este centro de la desproporción,
porque tal es la ciudad misma,
como una mácula en el ojo,
una mancha en la piel,
un espacio interior,
algo que va con uno.

Difícil detectar historia en el campo,
un hombre o dos en un kilómetro,
el tiempo pasa allí como caricia suave.
En la ciudad golpea con saña y el desgaste
no es dudoso: allí hay eternidad,
aquí sólo un intento
de una razón atraviesamuros.
También la porquería, el moho
a la ciudad se agarran más que al campo,
que no le pone puertas al tiempo
y es, por lo tanto, eterno
lo que aquí es un intento
de aquella razón atraviesamuros.

A veces algún nadie se vuelve alguien,
sonríe imperturbable como si nada,
cada uno a lo suyo,
como sin cuerpo frente al cuerpo de ella,
baja compacta matrioshka maciza,
cruza de una calle a otra y a otra,
hasta llegar al Elba,
la aplastante grandeza de sus grúas,
la fluidez de sus aguas inhumanas,
globos de diésel, tanques de parafina.

Veo pasar una fanfarria de motores,
hombres gordos sudorosos,
reyes de ciudad,
cuna de ramas secas para todos,
que echan humo sobre el sagaz reclamo
de que un golpe de azar les hará ricos.

Ahora destaca el sol
el grosor de su ausencia en el prohibido aparcar,
señalando que es sitio reservado.
Ahora se acerca un perro
desafiando el vacío
que fue su territorio.
Ahora echo de menos sus “buenosdías”,
me duelen mis proyectos
de darle alguna vez un donativo
que le ahorrara las primeras heladas
de este largo invierno de los siglos,
un donativo noble, un donativo
llamado “te conozco”.

 

 

LA VIDA SIN MI

Me propuse dejar
vacío este poema
como un día sin tiempo,
para que el título creciera
como interrogación
dentro de un pecho.

Quise mostrar un hueco,
y sólo el lleno apareció,
la tumba en vez del hoyo,
la cerradura antes que el vano.

Ni de broma pensé
que la vida sin mí
siguiera siendo tan difícil
como conmigo,
el mismo peso que arrastrar,
el aire denso que vencer.
Imposible evitar
el todo en “todo será igual”.

Pintar vacío, sí,
mas de qué tono,
¿del color blanco de la nada?,
¿del blanco nada de la página?
Incluso así estaría
(digo el poema)
pleno de mí.
La vida, pues, me necesita,
sin mí no es nada.

El familiar cansancio
con que vives la vida
tiene su meta
en la felicidad
que es el descanso,
pero no aquella siesta eterna
que es el cesar de ser.
Felicidad, me necesitas,
sin mí no existes.

Sin mí, ¿la vida,
adónde iría?
¡Sólo puede ir conmigo!

La vida, pues, sin mí
no existiría,
pero sería igual
a la que existe,
a esta que pesa
y te ilumina al mismo tiempo,
a esta que llora
y te sonríe como un niño,
la que suelta fragancias
de tilos en verano,
la que siembra de nieve
la reciente esperanza
desafiando a la noche.

No quiero perderte, vida,
porque te quiero
más que a mi vida.
¿Qué haría yo sin ti,
un ser sin tiempo,
una memoria blanca
como la página?
¿Qué espera un bulto mineral
sin más presente
que la erosión de la intemperie?

Prefiero quedarme contigo,
latiendo cuanto pueda
en el sueño de una progenie
que no avista un final.
Así se vive bien,
con mi vida desnuda,
con todo en uno
como el mar, que siempre es el mismo
y siempre es distinto,
vivir a prueba de muerte,
fluido y olvidado,
como una tumba que habla.

 

 

PRIMER ENCUENTRO

Tiene
el tacto de una rana
si le acerco mi cara,
las arrugas
mullidas de una piedra
con musgo,
me asustará ese olor
a cueva,
a sitio fresco oscuro,
y qué decir de su manera
de andar,
si bracea como un pelícano,
sus pliegues de animal
felino,
pelillos como branquias
en la nariz,
y una saliva
a punto de canela,
un timbre nuevo
que se queda a vivir
en mi oído,
el conjunto
no es igual
sentada que de pie,
se abomba se adelgaza,
palpo su miedo,
el volcán de las palmas
de sus manos,
un paso por delante,
apura un parpadeo,
todavía con niebla,
se rinde y se defiende.

 

 

PRÓJIMO

Hablemos en voz baja sobre el alma,
hablemos de lo efímeros que somos,
de lo desnudos que vinimos,
digámonos lo mucho que gritamos
para hacernos querer,
lo ciegos que hemos sido
al abrazar interrogantes
que a risa nos movían
de pura desesperación.
Susurremos estas palabras
dulcemente, como si
se las dijéramos a un muerto,
Esa alma tuya es nada,
es menos que una brizna de memoria,
pero la enaltecemos.

No hace falta ir muy lejos,
bajo el cielo de vidrio
en la calle que bulle en la ventana
nos encontramos.

Desde que el hombre es hombre
le interesó la nada y la buscó
como perro que escarba el viento,
y ha cubierto su historia
sobre la superficie de la tierra
atravesando indicios.
Pero tal vez la nada no se encuentra,
¿qué habría de encontrarse más allá
de esta euforia?

Entonces pronunciemos
nuestras palabras mansas en voz baja,
porque no queremos rasgar nada,
la mañana es perfecta,
este espacio de hormigón y cristales
es todo rectitud
que no deja que el polvo nos sepulte.

Hablemos, pues, del alma sin nombrarla,
eso que existe entre el cuerpo y la voz,
no para defendernos de la sombra,
para ahuyentarla.

Soplemos suavemente: alma, nada,
como si fuéramos un hombre
sin cabeza,
cuerpo sólo,
un resto de tumulto que hace hermoso
el pensamiento,
que se sobresalta y tiembla por todo,
que sangra, camina, duerme, mastica,
y lo mismo lo mata un rayo
que un microbio, y se ríe,
que celebra, obedece, se abochorna.

De ti, animal con forma humana, hablamos,
llamamos alma a tu salud,
y confiamos en morir del todo.

 

 

 

 

***

Carlos Ortega nació en Valladolid, en 1957. Es poeta y ensayista. Licenciado en filología francesa y alemana. Fue director de la Biblioteca Nacional de España y director de la Editorial Losada. Actualmente dirige el Instituto Cervantes de Viena. Su labor como traductor abarca desde las narraciones de Julio Verne hasta la poesía de Robert Walser, pasando por los textos clásicos de Rousseau, Molière o Hugo von Hofmannsthal. Entre sus libros de poemas figuran La lengua blanda (Visor, 1995) y La perfecta alegría (Pretextos, 2008).

Los poemas seleccionados para esta nueva entrega de la nube habitada pertenecen al libro inédito Prójimo. 

***

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