Poliórcética, del griego poliorkētikḗ, “el arte de atacar y defender las plazas fuertes”. Una de las más refinadamente italianas facetas del arte de la guerra. Porto Ercole, Montemassi, Monteriggioni, Siena, San Gimignano, una manera alternativa de recorrer la Toscana es ir no de castillo en castillo, sino de asedio en asedio. El cuadro de Simone Martini sobre Guidoriccio da Fogliano que podemos admirar en el palacio de la Signoria de Siena nos brinda mucha información sobre este arte.
Pero en estas líneas me gustaría concentrarme en los avatares poliorcéticos que vivió el castillo de Monteriggioni, el único de los castillos de Toscana que conserva íntegro su perímetro de quinientos metros amurallados, con catorce espléndidas torres de planta rectangular. El imponente y amenazante espectáculo de las torres de piedra de Monteriggioni que se ven desde cualquier punto de la comarca, impresionaron hasta tal punto a Dante que las comparó con los gigantes aprisionados al borde del abismo de la Malebolge, el octavo círculo del Infierno, donde cumplían severa condena infernal quienes habían cometido fraude en vida:
como en todo su cerco se corona
Monteriggioni de elevadas torres,
así señoreaban los gigantes
con medio cuerpo el cerco de aquel pozo,
y contra ellos, cuando truena, Júpiter
sigue mandando aún sus amenzas.
Inferno XXXI, 40-45
Trad. de José María Micó
El podestá de Siena Guelfo da Porcari construyó entre 1214 y 1219 el castillo de Monteriggioni en lo que quedaba de una antigua fattoria lombarda, poco más que su nombre, que señalaba con poco margen para la duda que había sido una propiedad de los reyes longobardos: Montis Regis. Su privilegiada posición sobre la via Francigena, el camino de los franceses, permitía controlar los valles del río Elsa y su afluente, el arroyo Staggia, que llevaban sus aguas hacia el Arno y Florencia, la rival histórica de Siena. Construir una fortaleza prácticamente ex novo constituía una novedad en la política expansiva de la República de Siena; por lo general, el modus operandi habitual consistía en apoderarse de castillos ya existentes. Entramos en el castillo cuando ya atardecía por la Porta Franca o Romea; desde allí continuaba la via Francigena camino de Siena y de Roma. Al lado derecho de la puerta se puede ver una lápida que relata la fundación del castillo. Caminamos lentamente hacia la otra puerta, la Porta Fiorentina, o porta di Ponente o de San Giovanni, por la que la Francigena va camino de Florencia, recorriendo morosamente el trazado de unos muros que se adaptó como un guante a una mano al relieve natural de la colina. Allí encontramos la lápida, que tanto recordaba de mi primera visita al lugar en 1994, con dos de los versos de Dante sobre Monteriggioni que acabo de referir (però che, come in su la cerchia tonda/Monteriggion di torri si corona) y los restos del rivellino, un tipo de estructura defensiva de forma rectangular que se colocaba de frente a la puerta también dotada de un puente levadizo o de una segunda puerta. En ambas puertas está documentado el uso de rastrillo, conocido en Italia como saracinesca, un elemento defensivo formado por una reja de hierro o de madera reforzada. Se deslizaba por ranuras laterales y era soportado por cuerdas o cadenas. Utilizada como compuerta, impedía inmediatamente la entrada a una fortaleza. El castillo de Monteriggioni estaba rodeado también de las carbonaie o fosos llenos de carbón vegetal que se incendiaban cuando era menester para rechazar a los asaltantes. Las torres tienen almenas o merlones cuadrados, no de ojo de golondrina, lo que indica que el momento de su construcción Siena estaba dominada por los güelfos. Algunos lienzos de la muralla tenían ladroneras o matacanes (Bertesche, del provenzal bertesca, es su nombre italiano), estructuras de madera que sobresalían del borde de los muros en los puntos más estratégicos.
En 1254, cuando se apoderaron de nuevo de Florencia, los güelfos comenzaron el asedio del castillo, que resistió hasta que los mercenarios alemanes que constituían la guarnición de Monteriggioni, mal pagados y sabedores de la ejecución de su soberano Conradino en Nápoles, se dejaron corromper y entregaron la fortaleza. En 1269, episodio recordado en el canto XIII del Purgatorio, tras la batalla de Colle val d’Elsa, los sieneses derrotados se refugiaron en Monteriggioni, que fue sometido a asedio infructuosamente por los florentinos. En la Edad Moderna, en el siglo XV, las defensas del castillo se adaptaron a los nuevos tiempos, en particular a la omnipresencia de la artillería en los asedios; por ello los muros fueron enterrados para resistir mejor los impactos de los cañones, lo que hizo inútil el uso de las carbonaie. En 1526 los florentinos sometieron de nuevo a asedio al burgo con dos mil infantes y quinientos caballeros. Los muros del castillo fueron bombardeados severamente. Sin embargo, el castillo resistió y el veinticinco de julio los sieneses derrotaron al ejército pontificio en la batalla de Camollia, lo que obligo a sus aliados florentinos a levantar el asedio del castillo. El 27 de abril de 1554 un traidor local, el capitán Bernardino Zeti, entregó Monteriggioni a un condotiero al servicio de Florencia, el marqués de Marignano, quien derrotaría al año siguiente definitivamente a la República de Siena en lo que se considera como el acontecimiento que marcó el fin de la época comunal en la historia de Italia.
Durante la Segunda Guerra Mundial Italia se produjo un inesperado renacer de las artes poliorcéticas. En la novela de Michael Ondaatje en la que se inspiró Anthony Minguella para escribir el guion de la película El paciente inglés se nos cuenta que el alto mando del VIII Ejército Británico montó en un bombardero Blenheim a un comando de profesores de Oxford especialistas en Dante y por ende en la historia, la geografía, la orografía, la hidrología, la topografía e incluso las casas nobiliarias de la Toscana, una tierra en la que hay un castillo, fortaleza o burgo amurallado en cada colina. Muchos de esos profesores solo los conocían a través de los libros, eso sí, como la palma de su propia mano. Parece un asunto de broma, pero esos conocimientos fueron oro molido en la campaña en la que se luchó pueblo a pueblo, y un poco ya hemos aprendido de la cantidad de fortalezas, castillos, torres, barbacanas, fosos y murallas que puede haber en la Toscana y en la Maremma en particular. El comandante en jefe de los alemanes, el mariscal de la Luftwaffe Albert Kesserring, no se quedó cortó en lo que pudo ser a ciencia cierta el último capítulo de la poliorcética medieval. Cinco siglos después de que terminara la Edad Media. Kesselring llegó a considerar que se lanzase aceite hirviendo para rechazar a los soldados de los aliados que sometían a cerco a algunos burgos ocupados por la Wehrmacht. Menuda historia.