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Ponte el pasamontañas mon amour

Hace dos semanas me llevaron de excursión al Norte, uno de esos viajes en los que pasean a los periodistas por una bonita ciudad. Nos dan magníficamente de comer y nos tratan como reyes. Y luego nosotros escribimos un bonito artículo diciendo “vente a visitar tal sitio que es lo más”. Son estas cosas que tiene la profesión, como los sueldos están por los suelos, lo compensamos con otros detalles. Algunos de mis compañeros de viajes conocían mi blog y ello provocaba no pocas sornas. La gente es muy infantil con esto del sexo, qué queréis que os diga (no diré los hombres porque luego se me acusa de feminista pero en este caso eran chicos y entraditos en años): se sonrojan, se ríen con los chistecitos de tetas, culo y demás. Y claro, si eres mujer y escribes de sexo el nexo es rápido de hcer: eres una buscona. Y no: yo sólo busco lo que me apetece. Eso sí, lo busco cada vez que me da la gana que para eso soy grandecita. Como dice mi amiga María “a cierta edad”. Eso, a cierta edad una hace lo que le sale del coño.

 

A lo que voy, me llega un correo electrónico: “Un lector ha puesto un comentario en su post Chicos ambiguos”. Miro y me topo con un chico (o vaya usted a saber) que me dice que si le invito a un café me voy a hartar (o jartar, que dirían en mi tierra) de leche… Ingenioso, pero un poco basto, ¿no? Así de buenas a primeras y sin habernos visto nunca, sin tan siquiera haber hablado de la energía nuclear, tan en boga últimamente, o de la extinción de especies…  No vamos a volver a hablar de las virtudes de la leche, que para eso tuvimos aquel post dedicado a las recetas de cocina a base de semen (nunca me dijisteis si habéis probado las recetas y qué tal os fueron) pero he de manifestar que yo, el sexo oral, sólo lo practico con aquellos muy muy allegados. Soy algo así como la prota de Pretty Woman, algunas cosas sólo en confianza…

 

Quería hablaros de libros pero como últimamente no soy muy explícita en contenidos sexuales y se me quejan los lectores, me adentraré en confesiones X: me dice una amiga que a ella lo que más le pone es que le den lametones de arriba a abajo. Otra me confiesa que uno de los mejores polvos que echó fue en un ascensor y que le da un morbo tremendo la posibilidad de ser pillada in fraganti (a mi también, reconozco). Un compañero comenta que a él le excita sobremanera ponerse los sujetadores y las braguitas de su compañera. No me importaría pedirle a mi chico que se pusiese unas braguitas mías o ponérselas yo, como si estuviera jugando a las muñecas, pero me consta que me miraría como si acabase de llegar de Marte.

 

No hay nada más enriquecedor en el sexo que las fantasías y si las puedes llevar a cabo, mejor que mejor: a mi me pone especialmente que mi compañero se ponga un pasamontañas. Cuando llega a casa, se quita la ropa, dejándose únicamente unos boxer negros y se coloca el pasamontañas ya me tiene ganada. La mera colocación de la prenda hace que me ponga como una moto, en cuestión de segundos vaya, no sé, será por la imagen que proyecta (malote, desconocido, pseudo violento). Y si además me dice guarra o zorra, para qué queremos más (si entre mis lectores hay algún psicoanalista y quiere hacerme una interpretación, se lo agradeceré. Pero ojo, tiene que ser un psicoanalista argentino). … El caso es que cuando veo en los informativos a los que detienen a los etarras, esos chicarrones tapados de pies a cabeza, me alegran el día vaya. Será que el cuerpo represivo me mola: con sus esposas (las de detener, no las que esperan en casa), sus rudezas, sus músculos fibrosos… seré como Rihanna, que me gusta que me azoten y me sometan en la cama. A menudo le digo a mi amante que me gusta ser su esclava siempre y cuando intercambiemos roles y a la noche siguiente me deje ser su  dómina. Hay que cambiar, que si no se instaura la rutina. ¿No?

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