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Por detrás del espectáculo

 

Ayer, Rio de Janeiro volvía a desayunarse con un thriller policial a lo Tropa de Elite, pero real. No deja de ser curiosa, casi cómica, la historia de Nem, presunto jefazo del narcotráfico en la favela de la Rocinha, que fue  arrestado en la madrugada del jueves cuando intentaba huir de la comunidad escondido en el maletero de un vehículo que se identificó como cónsul de la República Democrática del Congo. Agentes policiales acompañaban hasta comisaría al coche, custodiándolo para respetar la pretendida inmunidad diplomática. Dice la policía que intentaron sobornar a los agentes, pero éstos no se dejaron, dato que, de confirmarse, constituiría una notable novedad en la policía carioca…

 

El caso es que, mirando ayer las fotografías de Nem y de otros traficantes detenidos ayer, me acordaba de las palabras del diputado carioca Marcelo Freixo, que siempre insiste en que estos chicos del Comando Vermelho (CV) o de  Amigos dos Amigos (ADA), las facciones del narco más afamadas de la  Cidade Maravilhosa, están muy lejos de ser los jefes del crimen organizado en la ciudad. «¿Cuándo has visto que los jefes de la mafia  sean chicos analfabetos?», razona. «Los jóvenes ‘favelados’ envueltos en el narcotráfico son peligrosos y violentos, pero no tienen el poder que se les atribuye», añade. Los poderosos serían, cuenta Freixo, los milicianos: los grupos paramilitares que tienen a los jueces asustados y a los políticos y policías, comprados.

 

De las milicias os he hablado varias veces en estas páginas. Los grupos paramilitares, a menudo llamados grupos de  exterminio, o justicieros, son una realidad en buena parte de Brasil, pero en Rio, donde los llaman milicias, se hicieron más poderosas. El diputado Marcelo Freixo instigó en 2008 una investigación en la Asamblea Legislativa que puso coto al poder de las milicias y llevó a la cárcel a cientos de milicianos, pero no se llevaron a cabo las medidas que podrían atacar la estructura de poder político y económico de las milicias. Y ahí siguen, creciendo en poder. Diversas milicias controlan ya 300 de las casi mil favelas cariocas; el resto están en manos de las facciones de narcotraficantes o han sido ocupadas por las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), el buque insignia de la política de seguridad que el gobernador de Rio, Sérgio Cabral, está llevando a cabo mientras el mundo entero pone su mirada en la ciudad llamada a albergar el Mundial de 2014 y las Olimpiadas de 2016. Mucho dinero en juego. Muchas cosas importantes están pasando mientras la Globo nos enseña la operación en la Rocinha al más puro estilo hollywoodiense.

 

Como Freixo, varios expertos en seguridad recuerdan que las UPP implican un  avance en la concepción de la política de seguridad en Brasil: la  llamada ‘policía comunitaria’ se instala en la favela para quedarse, y  no, como hasta ahora, para entrar a matar y volver a salir acto seguido. En algunas favelas, las UPP parecen haber mejorado la situación del  vecindario. Pero persisten varios problemas que ponen en cuestión todo el proyecto. Uno: como dice el sociólogo y experto en seguridad Luiz Eduardo Soares, es necesaria una refundación de las instituciones policiales en Brasil; mientras ello no ocurra, la manzana podrida seguirá contagiando al resto del cesto. Para las UPP se optó por contratar a nuevos agentes, para que yo estuvieran ya corrompidos; pero ya se han dado casos en los que agentes de esa ‘policía comunitaria’ estaban en conexión con las milicias o comenzaban a controlar el tráfico de drogas en la favela ‘ocupada’.

 

Y dos: como recuerda Freixo, las UPP se han instalado -con algunas excepciones, como la tristemente célebre Cidade de Deus- en la zona más rica de la ciudad, la de los barrios nobles, la que albergará la mayor parte de las inversiones de los megaeventos deportivos. «Las UPP no son una política de seguridad: son un proyecto de ciudad», sostiene Freixo. Un proyecto llamado a mantener la estructura de una sociedad dual «en virtual situación de apartheid», como recuerda el diputado. A quien conozca bien Rio de Janeiro, difícilmente le resultarán exageradas sus palabras. No después de haber avistado la favela de la Rocinha desde un apartamento de lujo. «La favela de la Rocinha tiene las mejores vistas de la ciudad. ¿Quién crees que estará viviendo allí dentro de diez años? ¿La población pobre que vive ahora? Lo dudo mucho», me dijo Freixo hace ahora un año. 

 

La cuenta atrás para el Mundial, cuya final albergará Rio en su Maracaná, ha comenzado a correr. Es mucho dinero en juego. Por eso no me extraña que a muchos, no solo a los milicianos y a sus oponentes políticos, les asuste la posiblidad de que Marcelo Freixo se presente como candidato a alcalde en las elecciones municipales de 2012. Se jugará allí una batalla decisiva, porque un hombre así en la alcaldía podría cambiar las cosas. La semana pasada, Marcelo comenzó a entender el juego sucio al que se verá enfrentado en la larguísima precampaña. El diputado decidió salir de su país, acogiéndose al convite de Amnistía Internacional, después de haber recibido siete amenazas de muerte en apenas un mes. No era novedad: los milicianos le tienen en el punto de mira desde la comisión de investigación parlamentaria de 2008. Pero esta vez las amenazas se agudizaron, y las comunicaciones que se le dieron a Freixo le parecieron poco transparentes; se sintió inseguro y se desplazó a Europa, donde, por una casualidad del destino, me reuní con él el viernes pasado.

 

Aquel día, Marcelo estaba indignado: la prensa carioca había tergiversado toda la  historia; habían vendido que el diputado había viajado únicamente para participar en la campaña de Amnistía, y que eso no tenía nada que ver con las amenazas recibidas. Freixo apunta a la responsabilidad del alcalde en esta manipulación informativa, y aclara que Eduardo Pães tiene conexiones con milicianos, como tantos otros políticos. De paso, Marcelo y su esposa van entendiendo que serán muchas las mentiras que utilizarán para derrotar políticamente al diputado, uno de esos pocos hombres íntegros, valientes y honestos que uno encuentra involucrados en política; es esa fuerza de los hechos, ese respeto conquistado en la sociedad civil tras veinte años de activismo por los derechos humanos, lo único que puede combatir la propaganda. El consuelo de Freixo aquel día era que tras las mentiras hubo una reacción ciudadana espontánea, en las redes sociales y en las calles, reivindicando la verdad. El apoyo de todos es imprescindible, porque no están los tiempos como para que perdamos a los pocos que quieren y pueden ayudarnos a cambiar las cosas. La contra-campaña está en marcha.

 

 

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