Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaPor la isla suprema del poeta. Vida y leyenda de Leopoldo María...

Por la isla suprema del poeta. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero

Leopoldo María Panero en 2013 en Las Palmas de Gran Canaria. Fragmento de una fotografía de Verbum24 publicada en Wikipedia bajo licencia CC BY-SA 4.0

En marzo de 1997 quedó terminado Tensó, de Leopoldo María Panero y Claudio Rizzo, con prólogo del primero y epílogo de Joaquín Marco. Al modo de la tensó provenzal, los dos vates se funden en uno para crear una sola voz, aunque a veces se adivinan los versos del novísimo.

En Las Palmas de Gran Canaria Claudio Rizzo telefonea al doctor Rafael Inglott Domínguez, director del Hospital Psiquiátrico Insular, para concertar una cita. El italiano le regala un ejemplar de Tensó y le explica que tanto Leopoldo como él tienen mucho interés en continuar esa colaboración y le pregunta si habría algún inconveniente en su traslado a la isla. Inglott cree que encontrar un lugar para Leopoldo es difícil, más aún sin conocerlo. Pero Claudio se ofrece a invitarlo a su casa. Inglott le contesta que no está seguro de que esa experiencia pueda funcionar. Panero pasaría a depender de los servicios del Cabildo, pero en proceso de externalización. Para ello ha de tener la seguridad de que es el paciente quien lo solicita, porque no se trata de un traslado, sino que es por voluntad propia. Por tanto, Leopoldo ha de pedir el alta en la institución donde está ingresado y luego solicitar la admisión en Las Palmas. Inglott habla con José Daniel Oliveros, director médico del psiquiátrico de Mondragón, y éste le contesta que no hay ningún inconveniente. Leopoldo María escribe una carta a Rafael Inglott en la que solicita su traslado al Hospital Psquiátrico Insular argumentando dos poderosas razones: que ha sido invitado por Claudio Rizzo y por la climatología de la isla.

En el marco de Festimad, Panero y Rizzo participan en ‘Poética 97’ y el 30 de mayo presentan Tensó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Los poetas están escoltados por Jesús Munárriz y Jenaro Talens. La sala está a medio llenar y salpicados entre el público se encuentran Sarrión, Ferrero, Marava, Alpasky… Rizzo cuenta la génesis del libro a dúo y habla de hacer una segunda parte y traducir al italiano toda la obra de Leopoldo. Éste se levanta para ir al excusado. A su regreso explica que pretende fundar un taller de poesía en San Sebastián, si antes no se va a Canarias. “El visón nada entre mis piernas”, exclama con su voz cavernosa y dice que es un verso dedicado a Marava, quien en primera fila junto a Alpasky escucha atenta. “Quiero aclarar una cosa”, expone Panero, “A mí nunca me ha gustado la Beat Generation. Me identifico con Federico García Lorca”, en referencia a las declaraciones anteriores de Rizzo en las que dijo que ambos pertenecían a esa generación. Rizzo matiza: “La Beat Generation como ruptura”. El genovés lee fragmentos de Tensó, Panero interrumpe. “¿Quieres leer tú?”, pregunta Rizzo. Leopoldo acepta. “¿Este es mío o es tuyo?”, inquiere. “¿Puedo decirlo?”, interroga el madrileño. “Son versos intercalados”, aclara Rizzo. Leopoldo se vuelve a levantar y desaparece entre los forillos negros del escenario. Claudio le sigue. Talens y Munárriz quedan huérfanos en la mesa. Regresan de nuevo los dos poetas, uno tras otro. Un camarero hace una tercera entrega de botellas de agua para Leopoldo. Después de leer algunos versos al alimón, el público pregunta. “Estoy agotado poéticamente. He recurrido a Rizzo como Deleuze a Guattari”, responde Panero.

También en mayo aparece El Tarot del inconsciente anónimo, un estuche que contiene la baraja de los arcanos y el libro donde cada arcano está acompañado de un poema, una descripción y una interpretación de Leopoldo María Panero. La ilustración es de Jabier Herrero.

Procedente de Mondragón y acompañado por su amiga la actriz Rosalía Dans, el 18 de julio Leopoldo llega a Leganés. Tres días después, en Guipúzcoa le dan de alta por “salida sin autorización”. En un estado lamentable –escupía y vomitaba– pasa dos fechas en el Instituto de Salud Mental José Germain y luego de un reconocimiento le detectan una neumonía y lo envían al Hospital Universitario Severo Ochoa. Regresa al José Germain, donde está cinco jornadas; recibe la visita de Jesús Ferrero y Luis Arencibia. A Luis le dice que si hubiera seguido en Mondragón habría acabado como Antonio Flores, “metiéndome un pico”. Para Leopoldo, haber salido de Santa Águeda ha sido una liberación. Se fue con lo puesto; a través de un abogado sacará todas sus pertenencias del hospital. Según el poeta, tiene cuatro millones de pesetas en el banco, de derechos de autor, de colaboraciones, de la pensión de orfandad y de la película de Ricardo Franco. Arencibia lo encuentra muy deprimido, le pregunta por qué está así y dice que le han jorobado mucho y que tiene miedo que le hagan lo mismo en su nuevo destino. “Tengo la negra”, dice. El doctor Desviat habla con José María Garay, médico internista de Mondragón, y con Rafael Inglott, quien, tras recibir toda la información clínica y ser advertido de las dificultades con las que se puede encontrar, se compromete a atender a Leopoldo María Panero como externo.

A las doce de la mañana del 29 de julio, el doctor Manuel Desviat le pone un coche y una enfermera para que trasladen al poeta al aeropuerto de Barajas. Panero sube a un avión con destino a Las Palmas. De momento vivirá en la casa de Claudio Rizzo (un gran piso en la avenida de José Mesa y López) con su mujer Rosa Mary Betancort y su hija Claudia; Leopoldo, muy de poner motes, ha bautizado al italiano como La pitón albina. El día 30 Panero tiene su primer encuentro con el psiquiatra Rafael Inglott. Llega acompañado de Rizzo y posteriormente se entrevista a solas con el doctor. Después Inglott le presenta a quien será su psiquiatra, Segundo Manchado Romero. Desde Canarias Leopoldo telefonea a sus amigos Sarrión, Arencibia, Marava, a su hermano Michi… Al poeta a veces se le ve de copiloto a bordo de un Ferrari Testarossa de color rojo, pues Rizzo es amante de los coches lujosos. Panero es atendido semanalmente en la Unidad de Salud Mental comunitaria del Puerto y cada sábado asiste con Rizzo al hotel Reina Isabel, donde tienen una tertulia con el poeta disidente cubano Manuel Díaz Martínez, el actor Jesús Aristu y el periodista alemán Stefan Scheuermann. Aunque le gusta más el sol que la playa, Rizzo lleva a Panero al arenal de Las Canteras. “Y las olas lamían la costa de su alma”.

El 14 de agosto Jesús Ferrero, coordinador de unas jornadas pamplonesas tituladas La literatura y sus límites, invita a Panero. Juan José Millás disertará sobre la realidad, Alejandro Gándara sobre el deseo, Roberto Bolaño sobre el exilio y Leopoldo sobre la locura. Ferrero suplicó a Bolaño para que prolongara su estancia y así conociera al poeta que tanto admiraba. No pudo ser y subió al tren. Rizzo llevó a su invitado al aeropuerto y en Pamplona lo recibió una asistente social que la organización puso para acompañar al poeta. Su intervención levantó tal expectación que el auditorio del Planetario se llenó de seguidores. Con una actuación brillante y paranoica, el vate no cesaba de beber Nestea y de ir al cuarto de baño. Después Jesús y Leopoldo pasearon por el Parque Yamaguchi y en el jardín botánico de flora japonesa el madrileño sacó su miembro para miccionar ante la atónita mirada de unos niños. Por la noche Leopoldo se empeñó en cenar unos langostinos, pero no hubo suerte para dar con ellos; de madrugada Jesús lo llevó al Hotel Blanca de Navarra y logró que se acostase para viajar a Las Palmas el día después.

El desastrado Leopoldo María tiene los primeros roces con su protector Claudio Rizzo, porque le deja la ducha sucia. Para colmo, Leopoldo le ha dicho que le gusta su hija, Claudia, de quince años. Se generan numerosas dificultades, la convivencia se hace imposible. No escarmentado, Rizzo invita a Michi, aquejado de diabetes, a su domicilio en Las Palmas. Leopoldo rompe con Claudio e ingresa en una pensión tutelada por el Centro de Salud Mental del Puerto, a cargo de la psiquiatra Olga Correas Suárez. Pero un pequeño incendio motiva su ingreso, el 23 de octubre, en la Unidad de Internamiento Breve (UIB) del Hospital Psiquiátrico Insular, ubicado en Hoya de Parrado, junto al viejo edificio destinado a leprosería, en el barrio de Tafira, en la parte alta. Se encarga del paciente el psiquiatra Segundo Manchado. “La realidad vino a demostrar que no era el tipo de paciente que pudiera vivir en condiciones de baja asistencia, necesitaba un nivel asistencial continuado e intenso, pero esto solo lo pudimos llegar a saber a través de la observación de su comportamiento disruptivo. A partir de determinado momento tuvimos que alojarlo en el hospital”.

El 10 de septiembre Panero colabora en el programa Crónicas marcianas (en directo a las once y media de la noche), que conduce Javier Sardá en Tele 5. Participa junto a tres esquizofrénicos, dos hombres y una mujer, los mismos de la “tertulia de los locos” de La ventana, en la radio. Son invitados a concurrir una vez por semana. El poeta viaja cada siete días a Barcelona para intervenir en el espacio televisivo.

El 10 de noviembre Panero es trasladado a la Unidad de Rehabilitación Activa del Psiquiátrico Insular, de la que es responsable Segundo Manchado. Inspirado en la psiquiatría comunitaria, la misión de este servicio es proporcionar un lugar y un tiempo que permita trabajar con las personas que ingresan aquellos aspectos que les impiden sostenerse con normalidad en la comunidad. Leopoldo tiene autorizados permisos de salida a la ciudad, mantiene su relación con Rizzo e intenta personalmente retomar su colaboración en televisión sin éxito, ya que la sección del programa en la que participaba ha sido suprimida. Este mes la revista Ajoblanco publica una extensa entrevista con Leopoldo María Panero en Las Palmas.

Locos, de Yolanda Mazkiaran, participa en el Festival de Vídeo de Navarra, celebrado del 24 al 28 de noviembre, y logra el premio al mejor corto de un realizador/a navarro/a. Además de Panero, intervienen los enfermos Juan Ramón Mintegui y Manolo Kabeza Bolo, internos del psiquiátrico de Santa Águeda (Mondragón). Leopoldo aparece ante el micrófono de la cadena SER, lee poemas ante un atril del salón de actos de la Casa de Cultura de Vitoria (junto a él, un vagabundo que a veces le acompaña) y sale al lado de su amigo el pintor Fernando Beorlegui. En la cinta se incluyen fragmentos de una actuación de Patti Smith.

En el campus de la Universidad de Las Palmas y la cafetería de la Facultad de Humanidades, Leopoldo comienza a ser un personaje notorio. Camareros y estudiantes le conocen, charlan y bromean con él. El 10 de diciembre el programa La mandrágora de TVE-2 emite el cortometraje Poema, de Garikoitz Landa, con los intérpretes Leopoldo María Panero, Iñaki Abando y Loli Astoreka. En El Viejo Topo el poeta publica el artículo ‘¿Quién tiene miedo de Virginia Woolf?’. Su hermano Michi decide pasar el fin de año con Javier Mendoza, hijo de Sisita, en Lanzarote, donde se encuentran de solaz Rosa Mary Betancort y su hija Claudia. Michi y Javier despiden el año en el hotel con una cena basada en la gastronomía china y, por encargo del semanario Tiempo, tratan de entrevistar a José Saramago, pero el novelista está ausente de la isla.

El 22 de enero de 1988 Leopoldo deja un mensaje grabado en el contestador automático de Luis Arencibia, pretende que le busque un piso de alquiler por cien mil pesetas mensuales en Leganés. Preocupado, Luis habla con Manuel Desviat para advertirle de las intenciones del paciente. El psiquiatra telefonea a Las Palmas y le tranquilizan: todos sus ingresos están bajo control. En nombre de Panero, Marava llama a Arencibia. Leopoldo insiste en los mensajes: si en veinticuatro horas Luis no le llama, amenaza con tirarse por un barranco. Arencibia habla con un Panero eufórico; le dice que le van a dar el alta y le reitera que le consiga un apartamento. “Ya estoy bien. Sólo tenía una falta de identidad”. Desviat habla con Inglott y éste le explica que cuando Leopoldo mejore le buscarán una pensión en Las Palmas, con vigilancia médica.

El poeta madrileño rompe definitivamente con Rizzo. Sale a diario del hospital para dar una vuelta por la ciudad y continúa escribiendo de forma desmedida. Las salidas normalizadas y el trabajo intelectual parecen vertebrar la estrategia de tratamiento y recuperación del paciente. Leopoldo utiliza el hospital como centro de noche y pasa el día en la ciudad.

En la península, en junio, el Centro Municipal Las Dehesillas de Leganés acoge la exposición Espacio de diferencia, con trabajos de una veintena de artistas madrileños que durante tres meses se han encerrado en las celdas del manicomio de Santa Isabel para realizar distintas intervenciones. La locura y las formas de expresión, es el argumento. Se edita un catálogo prologado con el inédito de Leopoldo María Panero ‘Reportaje al pie de la horca’.

El suplemento ‘Cultura’ de La Provincia publica un testimonio fragmentario de Leopoldo recogido por el periodista Mariano de Santa Ana. “¿Escribir algo sobre Gran Canaria?, ¿qué voy a escribir, una postal?”. No le gusta Las Palmas, porque asegura que es una “ciudad grasa”. Solía decir que era la isla grasosa. “Lo único que me interesa de Canarias es el MPAIAC [Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario]”, asevera. Continúa aferrado a la escritura. En la conmovedora soledad de su cuarto hospitalario aporrea el teclado de la máquina y el 14 de julio Leopoldo publica su última columna en Egin, ‘Strindberg y sus enemigos eléctricos’. En Clarín. Revista de Nueva Literatura ven la luz ‘Los poemas de Las Palmas’. La última semana de julio aparece Mi cerebro es una rosa. Textos insólitos, de Leopoldo María Panero, una miscelánea de escritos sobre psicoanálisis, drogas, arte, pequeños ensayos, relatos, una obra de teatro y un guion radiofónico.

En otoño Jesús Munárriz, en la sede de Hiperión, recibe de Rizzo el original mecanografiado de Tensó II, escrito a dúo, pero Panero desautoriza esa obra para su publicación. Rizzo pide al editor que le sea devuelto el texto. Leopoldo asegura a sus allegados que Claudio le ha propinado una paliza tremenda por su negativa a publicar el libro. Entre tanto, el novísimo vomita Guarida de un animal que no existe, celebración para odiar a Dios y a sí mismo –autodesprecio–, irracionalismo, blasfemia, y la recurrente escatología. Su obra crece y él figura en el volumen El último tercio del siglo (1968-1998). Antología consultada de la poesía española, con presentación de Jesús García Sánchez y prólogo de José Carlos Mainer. Veintiocho son los poetas seleccionados tras consultar a casi trescientos votantes. También figura Juan Luis Panero.

En la isla comienza a tener su público, sus devotos. La noche del jueves 17 de diciembre Leopoldo María ofrece una charla, La revolución de la percepción o el sistema sin sistema, y lee el relato ‘Parábola de la noche’ en el pub Naomi, de Las Palmas, parapetado tras unos botes de Coca-Cola, de espaldas a un mural de espejos, bajo una esfera de cristalitos y alumbrado por dos focos discotequeros. Al final del acto se le acerca Diego Perdomo, un joven estudiante de filología inglesa de veintitrés años y amante del rock, le pregunta si puede visitarlo en el hospital. Diego, miembro de la burguesía ilustrada, es hijo del poeta Juan Luis Perdomo Manzaneque, quien le acompaña en la sala.

El matrimonio Rizzo se ha separado y Michi, que asegura estar como Bergamín (de físico), vive en Las Palmas en un apartamento con Rosa Mary y Claudia, mujer e hija de Claudio. El genovés se lamenta de que los Panero le han destrozado la vida, se queja de que le habían asaltado su casa, pero quien los metió en su domicilio fue el propio Rizzo.

El joven Orestes Romero, matriculado en traducción, lleva el cineclub El idiota en la Facultad de Humanidades de Las Palmas y su amigo el argentino Fernando Herrera, Fito, estudiante de traducción y poeta vocacional, le habla de Leopoldo y su familia, protagonistas de dos películas que tiene que ver. Otro amigo, Diego Perdomo, le muestra las cintas y Orestes queda fascinado con El desencanto. Programó una sesión en el cineclub con la asistencia de Leopoldo cargando una bolsa azul llena de libros y la sala se llenó. Hasta concurrieron prensa y televisión interesados en la figura del poeta. Finalizada la proyección, Leopoldo le dice a Orestes si pueden verse al día siguiente. Se citaron en la terraza de la cafetería de Humanidades, donde el madrileño suele sentarse a leer.

El 29 de febrero de 1999 se acabó de imprimir Abismo, poemario escrito íntegramente en el hospital. Un canto a la página donde habita el poema. De las treinta y una composiciones que incluye el libro, diecisiete llevan el término “página”; en veintiuna ocasiones se repite dicha palabra y hasta tres veces en un poema de cuatro versos. Las repeticiones léxicas empiezan a ser una constante. Y el 9 de marzo Antonio Huerga lanza una nueva edición de Así se fundó Carnaby Street.

Ruta 66, revista de rock and roll, publica una entrevista de Carlos Iguana con Leopoldo, hecha tres años atrás mediante un cuestionario por escrito, e incluye un poema regalado: ‘Vaso’. El 13 de marzo Diego Perdomo visita a Leopoldo en el hospital y el gesto llega al alma del poeta, quien le muestra una tesis doctoral sobre su obra. Poco después, el día 30, Panero recibe a la autora de la tesis, Michele Ferrante.

Yolanda Forcada, en coordinación con los terapeutas del hospital, organiza un viaje a San Sebastián para que Leopoldo María se reencuentre con sus amigos. El 27 de abril la asistente social Rosa Sintes acompaña a Panero al aeropuerto de Las Palmas; él está ansioso por tomar Colme, previendo que va a darse a la bebida. A las once de la mañana embarca y llega a la capital donostiarra a las cuatro de la tarde. Nada más pisar tierra comienza a beber compulsivamente hasta la noche. De nuevo el gozo en la bebida. Sus amigas le buscan una pensión. Tras una monumental bronca con vómitos incluidos, la propietaria lo expulsó. Continúa en el exceso. Sufre una hernia de hiato, lo que le provoca graves crisis con el alcohol. Durante la noche aporreó los timbres estridentes de los domicilios de sus amistades. El miércoles 28, a primera hora de la mañana, le ingresan en la unidad de agudos del Hospital de San Sebastián. Los médicos se ponen en contacto con el Psiquiátrico Insular. Manchado les da informes y referencias. Superada la crisis, el 1 de mayo viaja a Madrid. Manchado se pone en contacto con el matrimonio de psiquiatras María del Carmen Fabelo y Javier Rua-Figueroa Suárez, que pasan unos días en la capital; coinciden en el aeropuerto con Leopoldo y le acompañan en el vuelo a Las Palmas.

Recién llegado de Canarias vuelve a la península para asistir a la Feria del Libro de Madrid. En las librerías hay una nueva obra suya, Teoría lautreamontiana del plagio. Como de costumbre, Panero pasa por Visor, donde se encuentra con Luis Antonio de Villena; juntos toman un refrigerio en el bar de al lado. No transcurre mucho tiempo en volar de nuevo. Con motivo de la publicación de su biografía, el 7 de julio Leopoldo, acompañado de un asistente social, vuelve a viajar a Madrid para grabar el día después en Prado del Rey el programa Negro sobre blanco, dirigido y presentado por Fernando Sánchez Dragó. También participa Jaime Chávarri. En plena grabación el poeta se ausentó para ir al cuarto de baño. Con la promesa de que le abonarán cincuenta mil pesetas, regresa a Las Palmas el día después. El programa se emitirá el 26 de septiembre.

Los dos hermanos Panero pasan juntos algún fin de semana. Leopoldo se ha reconciliado con Rizzo, pero continúa en el hospital. Diego Perdomo toca cada viernes con un amigo en el pub Sky Ranch, un pequeño local al lado de la playa de Las Canteras. Un día de otoño a Diego le falló su amigo y tuvo la ocurrencia de invitar a Panero y Rizzo para dar un recital tras su actuación. Diego ofrece un concierto de guitarra electroacústica con canciones como ‘Like a rolling stone’, de Dylan; ‘Working class hero’, de Lennon, y seguidamente los dos poetas dan un recital sentados en dos taburetes. La sala está medio llena y entre el público se encuentra Michi, que comienza a beber de nuevo. Ha pedido dos vodkas en vaso de tubo y el primero lo pimpló de un golpe. Una vez finalizado el acto Leopoldo se marchó al hospital y Michi, Claudio y Diego terminaron al rayar el alba con un desayuno en el hotel Santa Catalina.

En agosto Orestes Romero, seguidor de la nouvelle vage, graba un día con Leo, así le llama, y cuando se entera de la estancia de Michi en Las Palmas dedica otra jornada a la grabación con él. Su amigo Daniel Barreto, estudiante de traducción, es el encargado de hacer las entrevistas. Michi está muy apagado, vencido, malherido por la soledad. Dice envidiar la locura, porque la lucidez sólo sirve para constatar la soledad. Llegado septiembre, acogido al programa Erasmus, Orestes se marcha a estudiar cinematografía a París.

En octubre, José Águedo Olivares (hoy transformado en Noel Olivares) deambula por la ciudad con aire funeral por la reciente muerte de su madre; en una terraza de la plaza de España reconoce a Leopoldo María, sentado a una mesa tomando una Coca-Cola. Se acerca y entabla conversación con él, de quien sabe de su obra. Le recuerda una lectura escandalosa que dio en el Ateneo madrileño. “¿Y tú qué haces? ¿Eres asesino de camareros?”, inquiere Panero para carcajearse estruendosamente. Águedo le habla de un libro de sonetos fúnebres, Favor del cielo y comidilla de difuntos, que se había autoeditado. “Si quieres puedo traerte un ejemplar. Fue una tirada muy corta y alguno me queda. Por lo demás, trabajo en un agujero inmundo, una oficina del Estado”. Leopoldo encendió un cigarrillo, exhaló mirando en derredor y exclamó: “La vida es un cuento de brujas. Vale, el próximo día nos vemos. Siempre estoy por aquí”. Águedo volvió tres fechas más tarde con su libro en una carpeta. Panero ojeó el volumen y coqueteando con la camarera, le dijo: “Cordelia, te presento a mi amigo poeta”. En el siguiente encuentro Leopoldo le propone escribir a dúo.

El viernes 29 de octubre, invitado por el Ayuntamiento de la localidad alicantina, Leopoldo María viaja a Orihuela para participar en la clausura de las Jornadas sobre Rehabilitación Psicosocial e Inserción Laboral de Enfermos Mentales Crónicos. A las diez y media de la mañana del sábado 30 expuso ‘La locura o la ‘X’ en la ecuación del Hombre. El desconocimiento de lo desconocido’.

En noviembre, en el barrio de Arenales abre la Cafebrería Esdrújulo (Cebrián, 54), un local comandado por Adolfo García Darriba en el que se da cita una determinada clientela: juvenil, universitaria, bohemia. También se venden libros, celebran actos culturales y organizan conciertos de cantautores. El sitio pronto será descubierto por Leopoldo.

La revista Quimera publica una suerte de ‘Diccionario Panero’, a cargo de Mariano de Santa Ana, periodista de La Provincia. Después de una larga conversación con el poeta en el hospital, Mariano extrajo los destellos más lúcidos de la misma para así construir un glosario paneriano de la A (Apocalipsis) a la T (Tejero).

Rizzo y Panero vuelven a la península porque el 3 de febrero de 2000, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, Jesús Ferrero presenta Blackout, de Claudio Rizzo, a quien acompaña Leopoldo. Ambos poetas hablan del libro del italiano: poesía final, vejez, muerte, fin de trayecto. Algunos versos están salpicados de léxico paneriano: “ceniza”, “semen”, “página”, “poema”, “cadáver”.

En la isla, cada mañana sin falta, Leopoldo baja al centro de la ciudad y su primer destino es el Banco Popular, en la zona portuaria. No pasa un día que no revise sus ingresos y extraiga alguna pequeña cantidad de billetes para pasar la jornada. Tres veces por semana Olivares y Panero se reúnen en la casa del primero, en la calle de Pamochamoso, 10, un piso lúgubre, donde Leopoldo se arrellana en un desvencijado sillón estrecho tapizado en pana verde y lanza versos encendidos hasta frenar en seco. “Sigue tú”. Águedo delante del viejo ordenador declama y anota a mano mientras su interlocutor encadena el siguiente verso. Discuten cada peldaño del poema con vehemencia. En una semana han escrito más de una veintena de poemas. Una tarde tras otra acumulan nuevo material. Leopoldo le pide a José poner su nombre en el buzón de correos de su domicilio para recibir su correspondencia fuera del hospital. Desde entonces cada día le pregunta si ha llegado algún cheque. A veces Leopoldo llega al piso por su propio pie, se sienta en el sillón y pide un yogur, dos, tres, una Coca-Cola, dos, tres. Su silencio y la mirada desdeñosa indica algo indescifrable. Apagado el ordenador, salen al bar para consumir más refrescos y cafés hasta que oscurece, momento en que José acompaña a Leopoldo a la estación terminal de la guagua que le lleva al hospital. Un mediodía los dos poetas van a almorzar a La Graciosa, un restaurante económico del puerto que suelen frecuentar. Sentados a la mesa y antes de ser atendidos por la camarera, Leopoldo, con una amplia sonrisa pícara, le muestra a José una revista ilustrada de pornografía gay. Éste le sugiere que la guarde. Mientras hojea la publicación, se levanta y se la muestra a un par de señoras entradas en edad que ocupan la mesa vecina. “Miren”, les dice. Olivares, abochornado, fija la vista en otro lado.

A finales de abril en la calle de Triana se celebra la Feria del Libro de Las Palmas. Adolfo García, al frente de la caseta de la Cafebrería Esdrújulo, conoce a Leopoldo, que ha cambiado la zona por él demonizada de José Mesa y López y plaza de España por el barrio de Triana. Luego el poeta presenta en el Esdrújulo Teoría del miedo, terminado de imprimir el 25 de abril con prólogo del autor y epílogo de Túa Blesa. Cubriéndose el rostro, Leopoldo escenifica el terror en modo de performance. La nueva obra abunda en reiteración léxica: “poema”, “ruina”, “azul”, “ceniza”, “muerte”, “página”, “Dios”.

En mayo el madrileño comienza a ir muchas tardes al Esdrújulo y se sienta a la mesa de la entrada acompañado de un atestado cenicero de aluminio sobre el mármol. Se vuelve a editar El lugar del hijo, de Leopoldo María, con un cambio de título: la preposición “en” por el artículo “el”. Desde el Esdrújulo el poeta telefonea a sus editores. Come cada día en un restaurante de la calle de Triana llamado El Reloj. Todos los días lo mismo: gazpacho. Luego duerme la siesta en un banco frente a Mac Donald’s, al principio de Triana; le guardan su bolsa azul en el local de comida rápida. Los domingos, cerrado El Reloj, almuerza en El Canario, en la calle de Perojo, 2, y pide el mismo plato, unos filetitos de carne en salsa, llamado ‘Vueltas a la casera’.

Los amigos Antonio Rubio y Fernando Cordero (galerista) viajan a la capital grancanaria para visitar a su compinche de antaño. Acompañados del cámara Guillermo de la Guardia, graban a Leopoldo sentado en una silla de tijera de espaldas al mar, en un acantilado de Las Palmas. El poeta expone su consabido discurso sobre el capitalismo y la antipsiquiatría, el caso Panero, el alcohol, las drogas, la locura, el golpe de Estado, el Rey, Aznar, la resurrección y el paraíso. Al loco le oyen, pero no le escuchan. Ruge el mar. Lee varios poemas, recita otros de memoria e improvisa uno:

 

Nunca supe lo que era la Falange
quizá el silencio de un grito

 

La revista Clarín publica Un cadáver en un manicomio. Poemas de Gran Canaria, de Panero y Olivares. A los veintiún poemas de doble autoría le acompaña una carta de Leopoldo dirigida el 7 de abril de 2000 al director de la publicación, José Luis García Martín. Panero le pide a Olivares que imprima los poemas que llevan hechos y se los entregue para revisarlos en el psiquiátrico durante el fin de semana. El trabajo no estaba concluido. Ante unos días de ausencia, Olivares le telefonea para preguntarle por los poemas y Panero le dice que los ha enviado a la editorial Lumen, a su amiga Ana María Moix. José le insiste: “¡El libro no está terminado!”. Leopoldo demoledor, contesta: “Ese libro es mío”. Consumido por la rabia, Olivares fue al hospital y le esperó a la salida; cuando se disponía a subir a la guagua para bajar a la ciudad, le abordó. En el coche, José le recordó que era un trabajo conjunto y le exigió que hablase con la nena Moix, que podía quedarse con el dinero, pero que no iba a renunciar a su firma. Leopoldo temblaba como un crío. En el fragor de la discusión Olivares se saltó un semáforo en rojo y un policía motorizado le dio el alto. Leopoldo comenzó a reír y le dijo al agente: “Este es un asesino, se lo juro, es un asesino y quiere matar al Rey”. Olivares asumió su culpabilidad, explicó que procedían del psiquiátrico y se zafó de una sanción. Después de hablar con Ana María, la editorial les envió un contrato que firmaron ambos y posteriormente recibieron por separado un talón de cincuenta mil pesetas cada uno. Olivares le invitó a almorzar al restaurante asturiano El Pote (Juan Manuel Durán González, 41). Con el primer trabajo a dúo, Quién soy yo, Leopoldo le pidió a José que lo enviase al premio de Poesía Ciudad de Salamanca. Con muchas reticencias, Olivares así lo hizo.

Tras el curso del programa Erasmus en París, en junio Orestes regresa a Las Palmas y frecuenta a Leopoldo. Orestes decide darle utilidad al material grabado con los hermanos Panero y comienza el montaje de un documental. Leopoldo le pregunta: “¿Pero tú qué piensas hacer con la mierda de película que has hecho?”. Con Orestes Romero, Diego Perdomo y Fernando Herrera pasean por la calle peatonal de Triana. Leopoldo también se refugia en la librería Canaima, en la calle del Senador Castillo Olivares, 7, no lejos del Esdrújulo, donde ofrece sus obras a los clientes: “Si compra mi libro, se lo dedico”.

Un desconocido Diego Medrano, ovetense veinteañero residente en Sama de Langreo, escribe a Leopoldo María al hospital de Las Palmas. Leopoldo le contesta por teléfono y le pide que hable con García Martín para una colaboración pagada en la revista Clarín. Le asegura que en Egin cobra diez mil pesetas por columna.

En la madrugada del viernes 22 de septiembre en Madrid muere Jesús Ruiz Real, víctima del sida. Leopoldo lo desconoce. Jesús, llamado cariñosamente La Jesusa, fue compañero en la cárcel de Zamora y de otras correrías en los años sesenta del siglo pasado.

El 10 de noviembre el jurado del Premio Ciudad de Salamanca de Poesía emite el fallo. Panero, que está al tanto de la fecha, divulgó entre sus conocidos la idea de que lo habían ganado y que Olivares se había embolsado dos millones de pesetas. Pero de lo que no está al corriente Leopoldo es de que, en diciembre, en el madrileño cine Bellas Artes se estrena Hyde y Jekyll, cortometraje de siete minutos basado en el guion que él le dictó a su amiga Yolanda en una de sus excursiones veraniegas por los aledaños de Mondragón. Dirigido por Sara Mazkiaran, fue producido por su hermana Yolanda.

Panero y Olivares vuelven a verse, están nerviosos. La mañana del lunes 8 de enero de 2001 Ana María Moix telefonea a Olivares para preguntarle por qué se había apropiado del dinero del premio de Salamanca. El canario no daba crédito, Leopoldo, presente y con cara de circunstancia, no deshizo la calumnia. La fecha posterior Olivares llamó al Ayuntamiento de Salamanca para saber del ganador. Fue Rosa Romojaro Montero, con su obra Zona de varada. Al encuentro con Leopoldo, José le arrojó un papelito con el número de teléfono del Consistorio salmantino para que supiera quién había logrado el galardón.

El 13 de febrero Leopoldo María Panero saca todo el dinero de su cuenta y vuela a Madrid. En esa misma fecha se terminó de imprimir la reedición de Nueve novísimos poetas españoles, de José María Castellet, que incluye un apéndice documental: una separata con artículos, reseñas y cartas de la prensa. El día 15 Segundo Manchado llama a Luis Arencibia, porque supone que Leopoldo ha viajado a su ciudad. La tarde del 16 el vate la pasó en Leganés bebiendo cerveza hasta las siete, hora en que se presentó en el psiquiátrico; pidió ser ingresado y que le pagaran el taxi. Entró en agudos y le hicieron un chequeo. Bronca con Manuel Desviat porque el poeta no se adapta a las condiciones del centro para su internamiento. Desviat lo envía al doctor Baldomero Montoya, responsable de la unidad de recepción. Leopoldo se marcha y recorre los bares de la localidad hasta que se harta y sólo entonces se presenta en el despacho de Montoya, donde monta una zapatiesta considerable. Quedó internado hasta que lo enviaron al aeropuerto de Barajas. Pero no llegó, se quedó en la ciudad bebiendo hasta ser detenido por la policía y acabó en el Hospital Clínico San Carlos. Según Desviat, Leopoldo estaba con una psicopatología fortísima. “No pone de su parte para curarse y no se adapta a ningún tipo de terapia. Se está autodestruyendo. Ha asumido su rol de loco y lo ejerce. Parece que tiene intención de instalarse en algún hospital madrileño y utilizarlo como hotel para no volver a la isla”, le explica el doctor a Luis Arencibia.

El 5 de marzo ocho de los nueve novísimos se reúnen en Barcelona con José María Castellet en el restaurante 7 Portes (Passeig d’ Isabel II, 14). El motivo es la presentación de Nueve novísimos poetas españoles editado por Península. En el almuerzo están presentes Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero y Ana María Moix. La situación de Leopoldo le impide encontrarse con sus compañeros poetas.

Una semana más tarde a la anochecida el poeta telefonea a Arencibia y le comunica: “Me he fugado del Jardín de los Horrores”, en referencia al Psiquiátrico Insular. Continúa en el Clínico, donde le visita Silvia Gasset. El día 13 Arencibia va a verlo; hasta llegar a él atraviesa varias puertas enrejadas y lo encuentra absolutamente disparatado. Está muy delgado, sucio y descamisado, en un estado demencial y paranoico. No puede salir y sólo admiten visitas de cuatro a seis de la tarde. Leopoldo le cuenta a Luis que en Canarias lo empalaron, lo torturaron, le dieron electrochoques y trataron de envenenarlo. Asegura que murió y durante el deceso le hicieron una felación. Luis toma notas para un artículo en El País, por orden de Leopoldo, que luego lo firma. Le encarga que reclame a Las Palmas sus pertenencias. Entre otras cosas, una máquina de escribir averiada por la ira de un psicótico. Con posterioridad, Arencibia habla con Desviat para ver las posibilidades que hay de ingresarle en Leganés porque en el Clínico está en tránsito, con riesgo de devolverlo a Canarias, de donde el enfermo echa pestes. Continúa telefoneando a Arencibia y le deja mensajes: “Luis, llámame para saber que no estoy solo”. Narciso pide afecto, tiene necesidad de ser objeto de la estima de alguien, reclama cariño, amar le resulta imposible y cuando amó, no fue amado; no se permite la más mínima emoción, es incapaz de querer a alguien, sólo a sí mismo. Vencido por el dolor, no siente afecto por nadie. Apenas recibe visitas. Tiene permiso de paseo por la mañana y por la tarde; cada vez que sale le dan Colme. Luis va a buscarlo el 25 de mayo para pasear. Le entrega un poema que escribió el 25 de abril:

 

Para Luis Arencibia, primer amigo de este hombre que no tuvo ya otro amigo más que la sombra, el alcohol y la muerte
Oh Cristo, casi sin sombra,
casi una nada,
Tú eres mejor que la nada,
la nada que reza en el poema
rezándole a la sombra y a la nada.

Cuando pensar es nada,
cuando se levanta la vista
mirando sin ser ya nada,
una voz en griego dice
ĬDEĨN que significa mirar

Ah caballo atroz del viento,
que sopla sobre el poema
en donde una cara se desfigura
buscando aún el poema
sobre la nada.

Ah caballo, río del jaco
entre los dientes,
rosa tétrica
para burlar la nada

 

Meriendan en el hospital y se sientan en una terraza del paseo de Moret, donde Leopoldo pide dos latas de sardinas, cuatro piezas de pan, cinco Coca-Colas, cuatro bollos y dos grandes vasos de leche. Lo engulle todo seguido, con mucha ansiedad. Arencibia lo nota muy sedado. Luego van a la Feria del Libro, en El Retiro.

En primavera Segundo Manchado es invitado a renunciar –y renuncia– como jefe de servicio de la Unidad de Rehabilitación Activa (URA), pero sigue en contacto estrecho con el paciente Leopoldo María Panero Blanc. No es su psiquiatra, pero Leopoldo asiste a su despacho diariamente para saludarle y hacerle compañía un rato. Manchado está adscrito al programa de Exclusión Social y le sustituye como jefe de la URA el doctor Antonio Sánchez Padilla, quien desvía a Leopoldo a los cuidados del doctor Benigno Santamaría Rodríguez. En ausencia de éste también le atiende la doctora María del Carmen Fabelo Marrero.

El 30 de mayo se acabó de imprimir la segunda edición aumentada de Teoría del miedo, dedicado a su amigo Claudio Rizzo y Alenka Skrzeková. El libro incluye una quinta parte, ‘La vida es un cuento de brujas’, con treinta y cuatro nuevos poemas. El 31 de mayo el autor recibe a Benjamín Prado, que le visita con ánimo de escribir un artículo para El País. Panero está muy deteriorado, su indumentaria raída. En la cafetería charlaron y Leopoldo llegó a tomarse hasta veintidós vasos de leche en una hora y media. Sus médicos, la doctora Yáñez y el doctor López-Ibor Aliño, llaman a Arencibia, a quien tienen por tutor de Leopoldo. Tratan de buscarle un piso tutelado porque no quiere volver a Canarias.

El galerista Fernando Cordero edita el catálogo Headless, del artista y escultor mallorquín Bernardí Roig, que incluye grabados al aguatinta, dibujos y cinco retratos del poeta más diez poemas de Leopoldo María Panero, Ritmando la pena de muerte. Un prólogo del crítico de arte Santiago B. Olmo, ‘La cabeza del abuelo de Claire’, y un epílogo de Fernando Cordero, ‘Asedio al hombre aislado’. A los primeros cincuenta ejemplares, de una edición de mil, le acompaña un cedé de seis minutos sobre imágenes del poeta recitando en el acantilado de la isla de Gran Canaria, grabadas el pasado año.

En junio, el pintor José Noriega en El Gato Gris (Veliza, Valladolid) hace una edición de bibliófilos, Suplicio en la cruz de la boca, una caja de madera con siete poemas y cinco dibujos de letra trémula e ilegible de Leopoldo María Panero, fechados y firmados por el autor. Se editan ciento treinta y cinco ejemplares, venales los numerados del uno al cien. Noriega le pidió al poeta que le dibujara un gato, pensando que quizá en algún momento podría sustituir al logotipo de la editorial. Panero le advirtió que no sabía dibujar. Cuando el editor recibió el gato reclamado, parecía cualquier cosa excepto un felino. El poeta alegó que había entendido que le pedía un pato, y no un gato. “El animal que dibujó Panero se parecía todavía menos a un pato que a un gato”.

El 12 de julio Antonio Huerga y el poeta aragonés Ángel Guinda presentan en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la reedición de Así se fundó Carnaby Street, el primer poemario de Leopoldo. El vate salió unas horas del Hospital Clínico San Carlos para anunciar su obra. Entre el público está el pintor Detritus, residente temporal en Madrid. Días más tarde, el artista donostiarra y dos amigotes poetas, Beñat Arginzoniz y Beñat Balza, visitan a Panero en el hospital y salen a pasear con él. Se acercan a la librería Visor y llegan hasta la Gran Vía, entre las plazas de España y del Callao, donde hacen un alto para refrescar el gollete. Como saben de la racanería de Leopoldo, ninguno hace amago de abonar las consumiciones y deciden enfilar la salida, pero el camarero advirtió la operación y les lanzó un vaso de cristal. Tras el estallido del vidrio contra el suelo, retrocedieron y saldaron la deuda, entre los gruñidos del servidor tras la barra.

La tarde del 17 de julio Arencibia acompaña a Leopoldo para despedirse, porque mañana a las diez de la mañana lo enviarán a Canarias. Está melancólico por la marcha; su aspecto es cada vez peor, por la medicación. Le confiesa a Luis: “Esto es invivible, aquí están todos locos”. Quedaron a las cuatro, fueron a la librería Visor, estuvieron con Chus, a quien Leopoldo le sacó un ejemplar de Poesía completa. 1970-2000, en edición de Túa Blesa, que saldrá a la venta en septiembre, y se la dedicó a Luis: “Para Luis Arencibia de aquel que olvidó su nombre. Con un abrazo de Leopoldo”. Bromeando, Chus le advierte de que no se deje pegar por Claudio Rizzo. Sus amigos canarios pensaban que se había marchado definitivamente de la isla y al enterrase de su regreso fue tal la alegría que Orestes Romero se personó en el aeropuerto sujetando un folio en el que se leía: “Bienvenido Raicilla” (de raíz, así le llamaba Leo a él). Panero dijo: “Por lo menos aquí tengo un manicomio con jardín y amigos”. Cierto, porque Michi abandonó la isla y se ha trasladado a vivir en Madrid con su ex novia Amparo Suárez-Bárcena, en un piso de la calle Gabriel Lobo, propiedad de la familia de ella.

Una vez en el Psiquiátrico Insular de Las Palmas, Leopoldo vuelve a frecuentar la Universidad, con sus amigos los camareros (figura simbólica del proletariado) y ya es todo un personaje popular. Acabada la relación amistosa con Olivares, traba amistad con Sebensuí Álvarez Sánchez, joven de veintiún años muy aficionado al rock y fanático de los músicos malditos, que ha publicado algún poema en revistas canarias. Sebensuí fue invitado una noche a participar en el programa Encuéntrame en las ondas, de la radio libre Guiniguada, de Las Palmas, y coincidió con Panero y otros tertulianos. El poeta le miraba y decía: “Yo sé de uno que se cree que es Jesucristo y se pone a cuatro patas”. Sebensuí, que había sufrido un brote psicótico dos años atrás y se creyó Jesucristo, quedó impresionado. Leopoldo siguió con sus exabruptos: “¡Y llamo a Margarita y no está!”, reiteradamente. Comienzan a encontrarse en el Esdrújulo.  Sebensuí vive con su madre, su hermana y su perra Kira, una cocker de color marrón y blanco, en la calle de Antonio de Viana, en el barrio de Vegueta, el casco antiguo.

El 20 de septiembre Benjamín Prado publica en El País ‘Panero el loco’. También en septiembre se acabó de imprimir la obra a dos manos Me amarás cuando esté muerto, de Leopoldo María Panero y José Águedo Olivares. El 3 de octubre el madrileño lo presenta él solo en la Cafebrería Esdrújulo, donde, rota su relación con Olivares, recibe su correspondencia. Panero aclaró que “la participación de Olivares en el libro ha sido muy escueta”, pero que fue él quien eligió el título. El canario pone dos ejemplos para demostrar su prolija intervención. En el poema ‘Pandemonium’, de ocho versos, tres son de él y cuatro de Leopoldo (“Pactando con el poema como quien pacta con el diablo” [LMP], “una gota de sangre firma el verso/ que contiene el arcano de la vida” [JAO], “porque el poema puede matar si muere” [LMP], “con intocable belleza condenada” [JAO], “como el cobarde que mata con un beso” [LMP], “y el valiente con una espada” [JAO], “(Wilde dixit) oh el cáñamo andando en los pies” [LMP]). En ‘Rostro de fuego’, de seis versos, tres son de su autoría y tres de Leopoldo (“Fulgor de la llama que arde sobre mis huesos” [JAO] “Abel Garmín, aliento de la podredumbre/ guadaña para segar los gusanos que arden en la nieve” [LMP], “con desmayada sed de posesos” [JAO], “esclavos del gusano que nunca muere” [LMP], “sino que repta sobre el poema” [JAO]. Los títulos de los poemas y del poemario son de Olivares, a quien le costó imponerlo porque Panero lo encontraba truculento: “Me parece de fotonovela”.

Con posterioridad Leopoldo presenta el libro en solitario en el Club Prensa Canaria. Olivares se entera de la convocatoria por el periódico y se presenta en el acto. Sentado entre el auditorio al final de la sala, esperó al remate para, manifiestamente enojado, alzar su voz y gritar que aquello era una farsa, que aquel libro tenía dos autores y que el otro era él mismo. Panero, desde el estrado, reía inmisericorde.

El 21 de octubre el suplemento ‘Babelia’ de El País lo dedica a Leopoldo María Panero. El mismo mes aparece un nuevo libro suyo, Águila contra el hombre. Poemas para un suicidamiento, que presenta en el Esdrújulo ante un menguado pero hechizado auditorio, siempre atento a la lectura de sus poemas y a la bebida de sus vasos de leche que le dan fuelle para pasar de página.

El miércoles 19 de diciembre Diego Perdomo, Leopoldo y Orestes se citan en casa los padres de éste, en el paseo de San Antonio; Leopoldo y Orestes fuman un porro, Diego no habitúa, pero da unas caladas. Luego marchan caminando al Centro Insular de Cultura de Las Palmas, donde se va a estrenar el documental Indiferencia o la negación de la tiranía, de Orestes. Ante un exiguo auditorio, en el estrado acompañan al autor, Leopoldo, que lee un texto sobre la antipsiquiatría titulado ‘La flor del miedo’, y Diego, quien, presa del miedo escénico y el efecto del porro, improvisa una torpe presentación. Tras la proyección de cuarenta y cinco minutos, en un extraño debate alguien pregunta a Leopoldo su opinión sobre la cinta y contesta: “No me gusta porque soy yo”. A la interrogación sobre el suicidio como salida honrosa a la existencia, este héroe del desarraigo responde: “La única solución a la vida es la propia vida”.

Después de una llamada por teléfono, en navidades la artista plástica multidisciplinar Elba Martínez, natural de Ollgoyen (Navarra), viaja a Las Palmas con un guion para grabar en blanco y negro con Leopoldo; durante tres días intensos el poeta recita ante el objetivo, cita sin tregua, cuenta chistes…

Lejos de allí, el 22 de marzo de 2002, el Ayuntamiento de Astorga (representado por el alcalde Juan José Alonso Perandones) adquiere la casa Panero, cuyos propietarios son María Odila García Panero (hija de Odila Panero Torbado), Paulino Emilio, María Luisa, María Rosario y Juan José Alonso Panero (hijos de María Luisa Panero Torbado). Dos plantas de quinientos metros cuadrados cada una y el terreno colindante de mil ochocientos treinta y cuatro metros cuadrados han sido adquiridos por el importe de 366.617 euros.

Leopoldo María viaja acompañado por Orestes Romero para participar en el encuentro Poéticas novísimas. Un fuego nuevo, celebrado del 24 al 27 de abril en el Auditorio-Palacio de Congresos de Zaragoza, organizado por el Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Zaragoza. Leopoldo y Orestes llegan el día 25 y se hospedan en el Hotel Romareda. La conferencia de Leopoldo tuvo lugar fuera de hora y resultó todo un caos. Exigió la presencia en la sala del “doctor Túa”, un cenicero, unas botellas de agua mineral… Dijo que no comenzaría hasta que no le trajeran el agua. A una mujer de la primera fila le soltó: “Tiene usted cara de loca, señora”. Túa Blesa se sentó en la misma hilera y advirtió al conferenciante que ya estaba allí. Después tuvo que subir al estrado y dirigir su intervención, pues Orestes, a su lado, no abrió la boca. Leopoldo le recordó a Túa que por la conferencia le pagaría setenta y cinco mil pesetas. Durante el congreso, el poeta deambula por el vestíbulo siempre rodeado de jóvenes acólitos. Apenas tiene conversación, su discurso es incoherente e inconexo, reclama invitaciones a refrescos, agua mineral o tabaco. Está agotado y muy deteriorado. Apenas habla, farfulla. El día 28 regresa a Las Palmas, en compañía de Orestes. En la isla recibe de nuevo a Elba Martínez, que durante una semana graba con Panero, quien se siente muy cómodo ante el objetivo.

Cuando baja a la ciudad, después de pasar por el establecimiento bancario, Leopoldo se emplaza en la calle de Triana y al mediodía se reúne con Orestes. Juntos pasan toda la jornada, hasta que a las siete de la tarde van al parque de San Telmo donde está la estación de autobuses y esperan en un banco la llegada de la guagua que llevará a Leopoldo al hospital. En una de esas tardes, Leopoldo agarra con firmeza la mano de Orestes, le mira a los ojos y le dice con voz frágil: “Orestes, me he enamorado de ti, es así de simple”. Orestes intenta disimular su sorpresa y le mira un tanto azorado, pues nunca antes le había visto expresarse de modo tan juicioso. Estuvo entrañable, muy distinto a la caricatura pública de su personaje. Al llegar el autobús, Leopoldo subió y no hubo más dialogo. Esa declaración hizo mella en Orestes, quien decidió derribar tabúes y reconoce que también tiene sentimientos hacia Leopoldo y necesita demostrárselos. Orestes, de veintidós años, igualmente está enamorado de Leopoldo, de cincuenta y cuatro. Comienzan un idilio. Se besan, literalmente se comen el uno al otro, con pasión. Leopoldo aprovecha esos juegos amorosos para escandalizar a los transeúntes de Triana. Orestes acepta a Leopoldo tal y como es: “imprevisible, egoísta, injusto, despectivo, hijo de puta, duro hasta la crueldad y otras veces tierno y amoroso”. Pero Orestes quiere algo más que juegos. En cierta ocasión, en el McDonald’s de la calle de Triana, lo siguió hasta el servicio y una vez en el interior, ocultos de miradas, giró a Leo hacía si, lo agarró por la nuca y la cintura y se besaron fogosamente. Otro día, a solas en la casa familiar de Orestes, Leopoldo se desprendió de sus zapatos con los pies y se tumbó boca arriba en el sofá. Orestes se sentó a su lado, le desabrochó la bragueta, introdujo su mano bajo el calzoncillo y comenzó a masturbarle. Leo le miraba e instantes después le retiró la mano y le dijo: “Lo siento, es que no se me levanta con los medicamentos que me dan en el hospital, joder”. Orestes sonrió y se tumbó junto a él. Leopoldo se quedó dormido. Excitadísimo, Orestes fue a aliviarse al cuarto de baño y agarró uno de los zapatos de Leo, que, por contagio de los calcetines, desprendía un fuerte olor a detergente del hospital, lo que le pareció muy erótico, aunque hubiese preferido una fragancia menos fétida.

En ausencia de los padres de Orestes, la pareja suele refugiarse en el domicilio familiar, donde ven películas, fuman hachís –pese su torpeza corporal, Leopoldo hace los porros con una destreza formidable– y éste duerme la siesta. A veces lleva una libreta con poemas manuscritos para que Orestes se los pase al ordenador; Leo dicta y Orestes teclea. Una vez transcritos se los lee en voz alta y no pocas veces el poeta altera el final. La madre de Orestes, que ve con buenos ojos a Leo, le cose, le lava y le plancha la ropa, como a uno más de la familia.

Cuando Leopoldo no puede salir, Orestes va al hospital a visitarle. Una tarde, después de atravesar la verja del centro, en un banco del jardín encuentra a Leo con una compañera joven, en la treintena, guapa, con corte de pelo a lo garçon, en estado gozoso, con la mirada perdida y una sonrisa perenne. La muchacha tiene la camiseta levantada con los senos al descubierto, que Leo lame sin ocultación alguna. Es una relación consentida entre dos psicóticos. Orestes se sentó en el banco; cuando Leopoldo hubo acabado la faena se giró y le dijo jovial: “Ah, estás ahí”. La acompañante de Leo, con una sonrisa abierta, bajó su camiseta y cubrió sus turgencias. Leopoldo aclara: “Me excita porque es como un animal”. Pocos instantes después, se persona la madre de la enferma, de visita; sin prestar atención a los dos acompañantes de su hija en el banco, la señora se acuclilla, le entrega una caja de chocolatinas y le pregunta si todo está bien. Leopoldo y Orestes, sin moverse, presencian la escena invadidos por una ola de ternura.

En septiembre ve la luz ¿Quién soy yo? (Apuntes para una poesía sin autor), primer trabajo conjunto de Leopoldo María Panero y José Águedo Olivares. Para Luis Antonio de Villena “los libros que [Leopoldo] firma en solitario tienen una factura más irregular, una hechura –ahora– más desmadejada. Los que firma con José Águedo Olivares (aunque mundo, obsesiones y temas sean los mimos) resultan obras con algún mejor pulimiento, como si el poeta canario le ayudara a dar forma, a estructurar algo mejor (hablo del verso) sus motivos de siempre”. En el mismo mes sale de imprenta Buena nueva del desastre, con prólogo de Pere Gimferrer y epílogo de los abogados del autor, Gregorio Azcona Martínez y Bartolomé Saavedra Ley. Además de poemas, el volumen incluye un breve ensayo: ‘Krazy Kat’. El vate vuelve a recurrir a la figura del ciervo, emblema de la locura, metáfora también de la huida, de la fuga.

También en septiembre un desmedrado Michi decide ir a vivir a Astorga, con sus mañanas frías y sus inclemencias provenientes del Teleno. El 2 de octubre Michi se empadrona en el Ayuntamiento y vive en la calle de Marcelo Macías, 1, escalera derecha, 4º A, una buhardilla que sufraga con una pequeña pensión y algún que otro refuerzo. El Consistorio cuenta con una ayuda a domicilio, financiada por la Diputación, una auxiliar. La vieja Angelines Baltasar, quien estuvo al cuidado de él y sus hermanos en los días felices de la infancia perdida, se encarga generosamente de lavarle y plancharle su ajuar, de hacerle la casa, de darle de comer y de cenar. La Corporación también corre con los gastos del practicante a domicilio, pues Michi se niega a asistir al ambulatorio.

En octubre se publica Los señores del alma (poemas del manicomio del Dr. Rafael Inglot). “Creo que es una buena metáfora”, dice el doctor Inglott, quien recuerda que en el título a su apellido le faltaba una t. “Porque él eligió la isla como último encierro, porque para él la existencia era un encierro”. Un poema sin título lo dedica “al Dr. Benigno” y cuatro a una interna llamada Ñoñi, por la que muestra cierta inclinación: “para Ñoñi, con amor”.

Un mes más tarde aparece Prueba de vida. Autobiografía de la muerte. En prosa, Leopoldo ajusta cuentas con los fantasmas del pasado y no tanto: Ramón Vidal Teixidor, Barcelona, Mechita, Mallorca y Talayot Corcat, los Guerrilleros de Cristo Rey, la basura en casa de Guattari, la dentadura en la mano de un invidente en París, la CIA, ETA, el Partido Comunista, Adolfo Suárez, Alicia Ruiz Tormo, Mondragón, “el gilipoyas (sic) de Eduardo Haro Ibars”, “el cabrón aquel de Claudio Rizzo”, “el nombre de mi peor enemigo, un tal José Águedo Olivares”, “el no sé si siniestro o querido doctor Segundo Manchado”… Prosa descuidada, pura indolencia.

Del 25 al 28 de noviembre, acompañado de Orestes, Leopoldo viaja a Bilbao para asistir en un pub-librería a la presentación de un libro de una joven poeta, a quien le puso prólogo. Fueron recibidos por dos yonquis, amigos de la autora. La mañana después de la llegada, a la hora del desayuno, Leo pide una cerveza. Ha dejado de tomar sus medicamentos que, tras pedírselos a su acompañante, los arrojó al inodoro. Camina en zig-zag. Los yonquis están sorprendidos y asustados cada vez que cae de bruces en la calzada. Orestes ha de levantar el pesado cuerpo inerte. Por la noche acabó vomitando, borracho como un adolescente. En el apartamento, desde su cama, Leopoldo inmóvil mira amenazador a su compañero de habitación. La segunda jornada, a la ebriedad se suma el síndrome de dependencia de la mediación. Orestes vive un infierno. Cree que será la última vez que viaje con Leo. A su llegada a Las Palmas, mientras lo ve adentrarse en el recinto hospitalario a través de las rejas del portalón, Orestes tiene miedo que el poeta mienta y cuente que fue su acompañante el que tiró los medicamentos y que le maltrató, pero nada de eso hubo, simplemente fueron elucubraciones suyas.

Aunque desde entonces la pareja ya no está igual, porque Leopoldo desconfía de Orestes, su familia invita a cenar a Panero en Nochebuena. Orestes logra permiso del hospital para que se quede a dormir en la casa de sus padres. Pero un ansioso Leopoldo tanto cenó esa noche que luego vomitó un par de veces en la habitación.

Este texto es un capítulo ampliado de la biografía El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, que en breve publicará la editorial Anagrama.

Más del autor