Me guardé la carta final para mi Málaga natal, entendiendo que una charla en un centro cultural podría atemperar tanta presentación, tanta firma de libros, y tantísimos conocidos, cuando en La Casa Amarilla, sita en pleno centro de la ciudad, concretamente en la calle Calderería, había entre familiares, amigos y los organizadores, la práctica totalidad del aforo, demostrándose que mi capacidad de convocatoria, en sí de acogida, es incluso menor que la de los gobiernos europeos con los refugiados sirios.
Mi charla, la cual por supuesto no llevaba no ya ensayada sino siquiera planteada, versó sobre cómo me hice escritor –un 10% de la misma– cuando el resto fue un ataque a la absurda prensa malagueña que obvió, ignoró, censuró y esquivó la mísera nota de prensa –¡qué digo, una mínima reseña!– que merecía un nativo –por eso de la España cateta que necesita promocionar a los supuestamente suyos– que publicaba a la vez dos libros, tres en once meses.
Me trabajé esta gira por siete ciudades españolas además de Berlín como pocos. Es lo que tiene que no te conozca ni Dios. Por lo que meses antes, y desde Camboya y su muy lejano huso horario, me fui buscando posibles librerías interesadas –a la vez corregía las últimas pruebas de Doble Ictus cuando en realidad me negué a seguir leyendo lo que hoy deseo fervientemente que lea todo el planeta–, además de que fui intentando acércame a algunos medios de comunicación, y en concreto, a los que dicen estar especializados en secciones de cultura y esos asuntos tan similares.
Al final, y tras una gira maravillosa, donde se vendieron libros no como rosquillas y acudió público no como los que antaño hacían colas para comprar rosquillas –cuando en realidad lo más fascinante fue cómo me lo pasé: viajando, comiendo, bebiendo, paseando…–, debo agradecer que medios como: El Confidencial, La Vanguardia, Información de Alicante, Diario de León, La Vanguardia, Crónica de León, Levante-El Mercantil Valenciano, Diario Córdoba, ABC de Córdoba, Córdoba Hoy y Radio Nacional de España, se hicieran eco de mis Doble Ictus y Cartas a Thompson (Island), asuntos no menores en estos tiempos que corren, donde leer no es hábito, escribir aún menos, y encontrar editorial ya ni les cuento. Eso sí, lo que sigue siendo previsible es encontrarte con alguien mezquino, que invadido por sus penurias vitales, te hace el vacío.
En Málaga, curiosamente, no encontré abrigo. Y aún reconociendo que siempre he hecho bandera de lo más lejano a un localismo, despreciando, en parte, mis raíces, porque en mi transitar sigo sin comprender por qué la gente da tanto aliento a su pasado y no a su presente, no entiendo cómo ninguno de los tres medios que aún siguen publicando en papel ignoraron algo noticiable. Porque un periódico, a fin de cuentas, debe agasajar a un lector con noticias. Y como decía antes, no todos los días un supuesto malagueño –y aunque fuera soriano– publica dos libros a la vez, tres en once meses. O mejor dicho: le publican.
Con el SUR, el diario bandera de una ciudad que aún no se ha quitado el sambenito de su dictadura ya no tan reciente, me fue negada la respuesta a dos correos electrónicos en donde contaba mi caso: nacido en Málaga, libro hacía once meses, otros dos ahora mismo, presento en Luces y luego charlaré el La Casa Amarilla. La destinataria, del citado periódico, una responsable de cultura que se anuncia a bombo y platillo, con cuenta en Twitter y correo electrónico, me ignoró.
En el Málaga Hoy, la presumible competencia directa de mis ex de La Opinión de Málaga, mutismo absoluto, cuando no sólo me puse en contacto con ellos por correo electrónico, sino que una amiga que se dedica a esto dijo haber hablado con la persona responsable de cultura, la cual debió ver poco noticiable que yo publicara dos libros a la vez, los presentará en una afamada librería, y, además, diera una charla cuasi familiar en un centro cultural. Vamos, lo que debe hacer ella cada cambio de estación, sino mensualmente. Es una pena, porque si me hubiera puesto farruco habría tomado la calle de en medio, pidiéndole matrimonio a no sé cuál famosa, razón necesaria para que los mismos paletos, que creen no serlo porque manejan secciones de cultura de diarios locales, se hubieran puesto manos a la obra, no ya sólo para ensalzar mi carrera, además de mi pene, sino para entrevistarme de manera bucólica: a través del Skype, viéndoles cómo se les cae la baba por hablar con el amante de una famosa. ¡Pardiez!
Resta resaltar que La Opinión de Málaga, casa donde escribí durante más de cuatro años, gratis, se negó a sacar una sola línea, descontando que pillé con la guardia baja a Ana Berrocal, amiga, tras la nota de prensa que la Agencia EFE sacó firmada por Alfredo Valenzuela, un tipo al que no conozco y que es de Sevilla el cual ha hecho más por mi obra que todos los medios de la ciudad que me vio nacer, crecer y huir. Y ahora, escribiendo estas líneas de desaprobación, recuerdo la de veces que, hablando con redactores de medios malagueños, se quejaban enormemente de sus sueldos que no llegaban a ser ni mileuristas. Y evidentemente, viendo cómo trabajan, rezo para que no se los pula un ERE. Por rematar, uno de los que presentó mis libros en Málaga, al tanto de esto que les cuento, me dijo, muy comedido y desde la azotea del Málaga Palacio, “tú tranquilo: lo que hay aquí no es prensa, es una secta; y de las malas; porque escriben, además, de pena, y sólo por favores”.
En esas mismas fechas el responsable del suplemente de cultura de La Opinión de Málaga permitió que se publicara, y a toda página, un reportaje sobre un escritor coíno, creo recordar –gentilicio de Coín, pueblo malagueño–, en lo más parecido a una hagiografía con la salvedad de que el que firmaba la noticia esquivó comentar lo que yo descubrí tras meterme en Google y preocuparme por saber por la editorial que editaba al autor: que era una de esas que se anuncia en la red como un lugar donde, pagando, te publican. Un Timothy Dalton en toda regla, término que utilizo para resaltar los timos que asolan este mundo. Y lo peor no es que el autor pagara por publicar –pagar nunca está de más: por comer, por adelgazar, por follar, para que te guarden tu propio dinero en un banco–; porque lo lamentable es que el reportaje no hacía mención a ese importantísimo detalle. Que no es lo mismo presentarles a tus padres a una chica que conociste en un bar que a otra que trabajaba en un club de alterne.
Sobre La Casa Amarilla decir que son unos malagueños tan internacionales que me sentí sorprendido. Un piso ultra limpio y ordenado, donde se exponen fotografías y se organizan eventos. Un milagro en toda regla en una ciudad, que por mucho museo que abarque, sigue manteniendo cánceres malignos que hasta que no se extirpen seguirán maniatando a una Málaga que por una vez en su vida moderna ha dejado de ser –en parte, y sólo en parte– una lugar para que los cafres descamisados campen a sus anchas, un espacio para gente gritando con la camiseta del Málaga CF en un día sin partido, o una población donde para salir en la sección de cultura de sus periódicos, o hay que comprarse las mejores rodilleras que ofrece el mercado del balonmano, o hay que ser amigo o familiar del responsable de esas secciones, o hay, como el caso del escritor coíno, que pagar por publicar.
Esa noche mi familia y unos grandes amigos cenamos en Batik, un restaurante colocado en un espacio milagroso, entre la catedral, el anfiteatro romano y el cielo estrellado. La comida, mucho más pretenciosa que efectiva, con un menú completamente descompensado para una noche todavía calurosa: cabrito, cordero… La carta de vinos, eso sí, interesante además de asequible, cuando el tinto en Málaga, poco a poco, comienza a disponer de lugares donde tomarlo en orden y concierto, perfectamente seleccionado, a su temperatura. Gracias a Dios. Aunque me temo que los responsables de las secciones gastronómicas de los medios locales serán tan peligrosos y sectarios a la hora de escribir como los de cultura, a los que me gustaría preguntarles qué leen, y sobre todo, comprenden.
Joaquín Campos, 20/11/15, Phnom Penh.