La encuesta del CIS ha estado envuelta en la polémica esta semana por la fuerte subida en la estimación de voto que calcula para el Partido Socialista y porque ésta se produce una vez José Félix Tezanos se ha hecho cargo de la casa pública de investigación social. El propio nombramiento de Tezanos y su renuencia a abandonar su puesto en la Ejecutiva del PSOE ya ocasionaron bastante ruido por el daño que podría ocasionar a la institución y a su credibilidad. Pedro Sánchez, en definitiva, podría haberse evitado los ataques recibidos esta semana por esta cuestión escogiendo a un perfil no tan militante. Aunque tampoco es muy probable que las críticas vertidas fundamentalmente por Ciudadanos estén resonando mucho en la opinión pública. Ni las que se fijan en el CIS y Tezanos, ni las que extienden la mancha y acusan al presidente de colocar a socialistas en los principales puestos de la Administración como si los Gobiernos anteriores y los que vendrán hicieron o fueran a hacer algo diferente.
La mera intuición (es la que nos guía, que estamos en agosto y en medio de una crisis de desgana) y lecturas de estos días nos llevan a varias razones por las que no es raro ver una subida del PSOE en las encuestas (no sólo en la del CIS): el premio por haber desalojado al Partido Popular; la llegada de caras nuevas y modernas con ideas ídem, como el ecologismo y la apuesta por la ciencia; la conexión con el movimiento feminista con la formación de un ejecutivo mayoritariamente formado por mujeres; la búsqueda de la distensión -sin cesiones- de la crisis catalana, algo que se agradece por lo agotadora que fue el último invierno; los guiños sociales y hasta económicos, pero manteniendo la ortodoxia; y haber atajado muy bien el fuego de Maxim Huerta.
Mientras se formaba un Gobierno moderno, sensible con los valores de la izquierda (incluida la memoria histórica y el compromiso con la exhumación de los restos del dictador de Cuelgamuros), el Partido Popular atravesaba horas bajas por haber perdido el poder, por estar descabezado y por estar su liderazgo en disputa (la encuesta del CIS fue previa a la elección de Pablo Casado) y Ciudadanos sufría el descoloque (¿y el despecho?) lógico de quien, de la noche a la mañana, pierde su estado de gracia y el mimo de todos (los que le mimaran). Por otro lado, Unidos Podemos manifestaba su satisfacción por haber contribuido a que triunfara la moción de censura de Pedro Sánchez, como también ha transmitido su contento por la propia encuesta del CIS, pese a caer alrededor de cinco puntos en estimación de voto, lo que lanza un mensaje de aprobación al nuevo Gobierno socialista.
Si la intuición guía las razones por las que damos credibilidad al repunte que el CIS (y otras casas de encuestas) atribuye al PSOE, también es ésta la que nos hace pensar que los socialistas podrían no haber tocado techo, podrían subir más e incluso ganar las próximas elecciones con más apoyos todavía. Esta idea lleva la contraria a la teoría del “efecto luna de miel” que suele darse en los primeros compases de un nuevo Gobierno y que hincha la popularidad del partido recién llegado al poder y que se va desinflando con el paso de los meses.
Pero es que hay varias razones, internas y externas, que pueden seguir incrementando los apoyos al PSOE y alargar su periodo de gracia.
Las razones internas, o de la pura gestión del Gobierno socialista, apuntan a que va a intentar mantener el equilibrio entre los guiños sociales sin que ello ponga en peligro la ortodoxia económica. El tiempo de legislatura que queda por delante no es excesivo y puede no dar margen a que cale el descontento entre los sectores de población partidarios de políticas de izquierdas más ambiciosas que parece que se ha vuelto a ganar el PSOE. Además, Sánchez siempre puede convocar elecciones en el momento en que crea que mejor le viene. Eso, por un lado. Por otro, los más preocupados por el orden en lo económico no van a tener motivos de preocupación, si es que el ciclo aguanta lo suficiente. De esta manera, los socialistas pueden pescar tanto en el electorado que se fue a Unidos Podemos como en los que huyeron a Ciudadanos, tanto en su tradicional izquierda socialista como en su ala más liberal pero con corazoncito social.
Las razones externas, o el comportamiento del resto de partidos, también parece que van a resultarle de ayuda al PSOE. Que PP y Ciudadanos se escoren a la derecha y centren su competencia en la lucha por el electorado más conservador tanto en cuestiones nacionales (la dureza de su irresponsable y xenófobo discurso sobre la inmigración y su concepción del Estado español) como económicas (con la insistencia en las promesas de bajadas de impuestos) deja mucho espacio al PSOE en el centro, quizás más del que esperaba. Además, la beligerancia y la insistencia de las derechas con ciertos argumentos pueden no ser eficaces en una sociedad que estaría buscando algo de tranquilidad tras la alta tensión política que hubo entre finales de 2017 y principios de 2018 por Cataluña, esto después, además, de la dificultosa formación de Gobierno tras dos elecciones en los doce meses anteriores.
PP y Ciudadanos, de mantenerse en su actual estrategia, lejos de la democracia cristiana el primero, y lejos del liberalismo el segundo, dejan huérfano al centro político y puede encontrar fácil acomodo en el PSOE.
Pero es que, además, Unidos Podemos puede estar dejando espacio también en la izquierda a los socialistas con su complacencia, por ejemplo, a la hora de valorar la encuesta del CIS, y con decisiones, como la de no apoyar el techo de gasto, que, aunque justificadas, necesitan de gran y compleja explicación. Aunque para Unidos Podemos esto no es lo más grave: lo peor es que puede estar produciéndose una reconexión con el Partido Socialista de quienes dejaron de votarle (y empezaron a hacerlo por Podemos) por verlo asimilable al PP. Quizás el mayor triunfo de Pedro Sánchez con su moción de censura al PP sea recuperar el voto perdido por tratar de resituar al partido en la izquierda (al menos a ojos de los votantes) y abortar definitivamente el riesgo de aparición de un partido potente a su izquierda. Podemos desaprovechó estos últimos años para crear una potente identidad de izquierdas, exigente, que no se contente con gestos, que quiera realidades, ambiciosas transformaciones. Ellos que hablaban de hegemonía. El error de Podemos fue de nacimiento, al apostar por un bajo ideológico ideológico, al disfrazarse de transversalidad, para ganarse cuantas más simpatías, mejor. Al no llevarle esa táctica a un éxito inmediato, las aguas han vuelto a su cauce anterior.
Por si esto fuera poco, Unidos Podemos se enfrenta a otros dos problemas en sus familias principales. Podemos, por los problemas familiares de sus principales cabezas visibles tanto del partido como en el Parlamento, aparece descabezado, sin dirección, sin rumbo. Izquierda Unida, mientras tanto, vuelve a ser una jaula de grillos con debates cainitas además de estériles sobre la identidad y la clase, el marxismo como método científico o como tradición y versiones más o menos duras del materialismo histórico, lo que muestra, seguramente, la enésima crisis existencial de la izquierda real española. Y no estamos ya para filosofías.
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