Vivir del sexo es tan difícil como vivir de la literatura.
Ron Jeremy es una de las legendarias estrellas del cine porno gracias a las 1.500 películas que rodó, más de cinco mil horas sexando con docenas de mujeres. Actualmente, aunque está viejo y barrigón, aún graba sus películas en uno de los géneros del porno más populares en la web con la participación de quinceañeras, el Old Man.
Su duradera y larga carrera como actor fue sostenida por otra cosa larga y duradera: 25 centímetros de hombría. Un talento natural y envidiable. Envidiable porque con esa competitividad congénita no hay que ir a la facultad, ni lamberle a los profesores, ni quemarse las pestañas con fórmulas y calculadoras. Lo que digo es que sólo por eso, es envidiable esa dote, sólo por eso. Jeremy tiene una relación simétrica con su herramienta: en sus escenas porno, sostiene una efectiva erección y esa erección lo sostiene a él, le da la comida, la vivienda y una fama legendaria. En la historia moderna, Jeremy es la encarnación viviente de una erección perpetua.
Ron Jeremy tiene un talento rabiosamente escaso, pues Dios no reparte sus más preciados dones a todo el mundo. Porque, a pesar de todo, Dios es sabio. Veamos. A Dios le gusta que nos esforcemos y trabajemos duro, pero la estadística es pasmosa: los hombres con vigas largas son incurablemente holgazanes. El resto, trabajamos como burros. (Una nota aparte: para palear la carencia, el secreto es rasúrese el pubis y lograr un engaño visual).
Hay una estadística asombrosa: un hombre con más de veinte centímetros guardados en la cremallera trabaja menos de cuarenta horas semanales. Es decir, para obligarnos al sacrificio del trabajo, del estudio, del matrimonio, de los hijos, para obligarnos al cultivo de la fuerza de la voluntad, Dios nos condenó con un ristre, sino ridículo, aceptable. Mujeres, saquen sus conclusiones respecto a los hombres que trabajan de 6 am a 8 pm. Lo mismo aplica para los Jefes de oficina: con su intensidad laboral no están engañando a nadie.
Si Dios hubiese sido generoso en la repartición de la percha universal, todos los hombres nos volveríamos amantes incurables y las novias nos perseguirían. La estadística también lo soporta: el tamaño sí importa y sino ¿por qué diablos los vibradores que más se venden en las sexshops son los más largos y gruesos?
La segunda razón que tiene el Todo Poderoso para argumentar su tacañería en asuntos de astas, picas y lanzas es ayudarnos a cumplir el sexto y el noveno mandamiento: no fornicar y no desear la mujer del prójimo. Lo anterior se soporta en otra estadística: los hombres casados se amañan en la casa por miedo a decepcionar a sus amantes. (Según don Héctor Abad y César Londoño: estos dos mandamientos están repetidos, Moisés debió resumirlos en uno solo, pero le dio pereza hacer la tarea y dejó los dos).
La tercera razón para la tacañería divina, es que con si gozáramos con una herramienta de trabajo, como la que tiene Jeremy, la explotaríamos al máximo, como lo ha hecho él. Y no trabajaríamos, por supuesto, y no responderíamos a las obligaciones de Dios. Nos volveríamos pornstar. Ya lo dijo alguno, “todos los hombres tenemos en el interior un actor porno frustrado.” Pero ¿Por qué frustrados? Porque vivir del sexo es tan difícil como vivir de la literatura. Los que no vivimos del sexo, ni de la literatura, vamos a la universidad. En la universidad recordamos el sacrificio, la pena y la crucifixión.
Ahora ¿Por qué es tan difícil llegar a ser porn star? La pregunta es fácil, usted lo sabe. Porque durante los castings, los productores y directores del género sacan un flexímetro y son implacables son sus medidas. Todo hombre quiere ganarse la vida como Jeremy, pero son muy pocos los que pasan esa prueba con el flexímetro. Entonces decidimos estudiar derecho, administración o nos volvemos periodistas.
En Monstruos Invisibles, una novela de Chuck Palahniuk, la protagonista ve a un perro echado en el piso que no para de lamerse el sexo. Entonces le pregunta a su amiga:
—¿Por qué los perros hacen eso?
—Pues, porque pueden –contesta su amiga y concluye-, los perros no son como los humanos.
En varias de sus películas, Ron Jeremy ejecuta el mismo truco de los perros. Un truco que no es cuestión de flexibilidad, como la de los caninos, sino de dotación. En conclusión, en caso de que usted sea un hombre, intente algún día copiar el truquito anterior para que compruebe, por experiencia propia, sin necesidad de ir a un casting, por qué Ron Jeremy es una estrella del porno y nosotros no.